Penultimátum
■ EU: condenan el sexo, no la guerra
Y para comenzar, la declaración de la semana: “Demos la cara por Cristo, saquemos la cara por él, no metan la cabeza en el agua cuando hablan mal de Cristo, de los sacerdotes, sino que den testimonio”: Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, en mensaje a los adolescentes de Jalisco.
El gobernador de Nueva York, Elliot Spitzer, tuvo que renunciar por pagar miles de dólares a cambio de tener sexo con una prostituta. Antes de dejar el cargo, apareció ante los medios acompañado de su esposa, una abogada exitosa, para disculparse públicamente por traicionar la confianza de millones de neoyorquinos que admiraban su lucha contra el crimen y la corrupción, en especial la que existe en los altos círculos económicos, que veían en él el adalid contra, precisamente, las redes de prostitución, clientes incluidos. Sin problemas económicos pues es millonario en dólares, termina de la peor manera con una carrera política y administrativa en ascenso. Amigo y partidario de la senadora Hillary Clinton, hoy la cúpula del Partido Demócrata, en el que ha militado siempre, le pide que no concurra a ninguno de los actos programados en apoyo de la senadora que busca la candidatura de ese partido a la presidencia.
Cuando Estados Unidos ha perdido ya casi 4 mil de sus soldados en Irak, cuando ha causado miles de víctimas inocentes en ese país, además de dolor y destrucción, sus ciudadanos, sus políticos, no se plantean la destitución de quien hace cinco años les mintió repetidamente y los embarcó en una aventura que, además, afecta sus bolsillos y la economía toda. Tampoco cuestionan Guantánamo ni el permiso para torturar y mantener en prisión secreta a cualquier sospechoso de terrorismo. Moralmente, puritanamente, condenan el sexo, no la guerra.
Y mientras Spitzer cae de la nube en que andaba (parodiando al cantante Cornelio Reyna), otra estrella, fugaz, se apodera del firmamento mediático del vecino país: Ashley Alexandra Dupré, la prostituta de 22 años conocida como Kristen a la que el ex gobernador pagaba jugosamente por sus servicios. Ashley se proclama cantante en espera del éxito. Le llega luego de múltiples intentos, pues las dos canciones que grabó tienen centenas de miles de ventas en Internet y una disquera prepara ya un cd con 12 interpretaciones. Es el principio, pues la quieren en las páginas centrales de Penthouse y otras revistas para “caballeros”, la televisión de Estados Unidos le ofrece miles de dólares por una entrevista “exclusiva” y hasta quieren elaborar un perfume y un licor: “Cliente No. 9”. Y para final de año, una película como remate de su carrera mediática. Esto, si no la enjuician antes por ejercer la prostitución. En tanto, Spitzer es objeto de escarnio público y negocia no ser acusado por transferir dinero a una empresa fantasma.