Usted está aquí: viernes 21 de marzo de 2008 Opinión Un conflicto interminable

Jorge Camil

Un conflicto interminable

Seguimos atrapados en el conflicto electoral de 2006. Nada avanza, sólo el encono y la frustración. La guerra contra el crimen organizado ya no impresiona, porque las ejecuciones siguen en su apogeo: 641 en lo que va del año y 3 mil en la actual administración.

La guerra de Calderón se parece cada día más a la guerra de Bush: una excusa para decir que hay gobernabilidad; que alguien está encargado en la cabina de mando. No estamos al garete, es el mensaje. Pero los ciudadanos, cada vez más conscientes de nuestro entorno, hemos adquirido un sexto sentido, ¡tan ariscos nos han hecho la política y el paso del tiempo!

El legado es una reforma fiscal a medias, plagada de amparos, y una reforma electoral que les quitó a las televisoras el negocio del siglo, y que amenaza ser letra muerta, porque esos medios se rehúsan ahora a publicar propaganda del Instituto Federal Electoral (IFE), mostrando una increíble falta de solidaridad con México y con la democracia. En todo caso la reforma electoral no fue obra del Ejecutivo. Fue el desquite de los senadores contra las televisoras. Un enérgico ¡hasta aquí! a los “poderes fácticos”, empeñados en arrebatarle al gobierno la rectoría del Estado. Era hora de poner fin a la política como negocio de entretenimiento; de prohibir la generación de conflictos imaginarios para sustituir a las telenovelas. (Aunque esa medida, la única forma de meter al orden a las televisoras y a los dueños del dinero, haya ofendido a un grupo de analistas escrupulosos que la consideraron un ataque a su libertad de expresión. ¡Como si los señores, hoy desolados, vacas sagradas del periodismo, no tuviesen espacios ni libertad para publicar lo que les venga en gana!)

Mientras la República languidece seguimos enfrascados en el “voto por voto y casilla por casilla”. Sólo que ahora el combate es cuerpo a cuerpo. El Presidente no puede abandonar Los Pinos sin un ejército de guardaespaldas. Lo aguardan agazapados en cada esquina quienes reclaman airadamente el fraude electoral de Vicente Fox, a quien se lo tragó la tierra en buena hora, porque era el mayor factor de crispación. Fue él quien burlando las instituciones hizo naufragar la transición. Pero eso, como dice el comercial, “es otra historia”. La de hoy es aún más triste: es la historia de un país atrapado sin salida, convertido en rehén de ambiciones, odios y venganzas personales.

Tras la renuncia de Ramírez Acuña, el secretario de hierro, el Presidente movió antes de tiempo a Juan Camilo Mouriño. Todos lo vieron como lo que fue: un deseo de no quedarse atrás en la carrera presidencial de 2012. ¡A eso hemos llegado!, a tener que divisar desde la puerta de salida la meta de llegada. El PRI tenía un candidato firme y un aspirante, y el PRD a Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador. Así que el PAN necesitaba al proverbial candidato del Presidente, aunque el riesgo era desgastarlo. Y se desgastó. En la refriega trasnochada del “voto por voto” el nuevo secretario, que prometía apertura, creatividad y deseos de reducir la crispación, fue acusado de todo: de ser español, de andar por el mundo con más de dos nacionalidades (porque no faltó quien concluyera que los gallegos, tan arraigados al terruño, no eran realmente españoles).

Poseedor de dos pasaportes, una realidad en los países de la Europa de Maastricht, el nuevo secretario fue acusado de ingresar a México y Estados Unidos con pasaportes de quita y pon. Se acercó a la presidenta de la Cámara (¿cómo iniciar el diálogo sin acercamientos?) y fue acusado de “agarrarle la pierna” a Ruth Zavaleta, la diputada que entre alaridos de “¡traición!” mostró dotes de realpolitik al anunciar que su puesto la obligaba a trabajar con el Presidente. Es que Zavaleta no entendió el mensaje. Se trataba de bloquear al Ejecutivo, de paralizar la República, de no pasar la página, para regresar a los bloqueos de 2006. Se trataba de forzar la renuncia de Felipe Calderón, de provocar la debacle.

Después, del fondo del inagotable morral de la izquierda fundamentalista surgieron los contratos de Pemex: ¡el acabose! Y en medio de una reforma energética que tiene visos de haber nacido muerta, el hombre fuerte, Manlio Fabio Beltrones, juega como niña bonita: un día acepta la reforma y al otro retira sus cartas de la mesa. ¿Pretende mostrar dónde reside el poder político? Porque de poder a poder gana López Obrador. Es él quien tiene el disparador de la violencia, que a veces se le sale peligrosamente de las manos, como sucedió en la Torre de Pemex, donde perredistas recalcitrantes agredieron a Javier González Garza y Carlos Navarrete.

En 2000 Al Gore abandonó la lucha por la presidencia de Estados Unidos para propiciar la gobernabilidad, y en 2008 en Kenia, Mwai Kibaki y Raila Odinga arbitraron un conflicto electoral que amenazaba convertirse en genocidio. Aquí, en cambio, parecemos dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Este Presidente muestra capacidad de diálogo y ganas de bailar con quien se deje. Pero debemos recordar el proverbio gringo: It takes two to tango. Se necesitan dos para bailar el tango.

 
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