Nuevos pecados, viejos vicios
Según la nueva interpretación del Mal, dictada desde Roma, todos los magnates enlistados por la revista Forbes no entrarán al reino de los cielos. Será en vano que repartan bienes y limosnas: su desmedida riqueza les impedirá sentarse a la diestra de Dios.
A decir del arzobispo Gianfranco Girotti, el número dos del Vaticano, los siete clásicos pecados capitales fueron rebasados por la modernidad pues, asegura, “no alcanzan” para abarcar a la nueva sociedad global. Incluyó pues el arzobispo al tráfico y consumo de drogas, el daño al medio ambiente, la manipulación genética, a quienes provocan la pobreza, la injusticia y la desigualdad social.
¿El arzobispo Girotti estaría pensando en México cuando enumeró los nuevos pecados? Por lo menos no es un pecado imaginarlo, porque en pocos países como el nuestro, según el Banco Mundial, se ha fomentado la desigualdad: los ricos cada vez son más ricos y, los pobres, un enjambre que crece en forma geométrica. Además, en nuestro país, los talamontes forman parte de la economía; contamos con ríos como el Santiago, de Jalisco, en el que si uno cae puede morir por los altos niveles de arsénico en el agua; se tumban manglares para promover el turismo abarrotero; la impunidad es santo y seña en el sistema judicial –si no pregúntele a Lydia Cacho, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos o a los familiares de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez–, y el tráfico y consumo de estupefacientes se ha incrementado en forma alarmante, al grado que los santos patronos de narcos y ladrones ya forman parte del paisaje urbano: “La santa muerte” y “El santo Malverde” se multiplican en altares y capillas callejeros por doquier.
Según el Vaticano, entonces, siguiendo la parábola bíblica, será más fácil hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos.
¿Y los curas que tengan algún tipo de trato con los narcos irán igual al fuego eterno? ¿Y nuestros políticos ricos como el señor Mouriño y nuestros empresarios que se encuentran en la lista de Forbes y el Ministerio Público que no sustente bien una denuncia y los sacerdotes como el padre Maciel ya no digamos por su filia por los niños sino por su amor al dinero también engrosarán los círculos del infierno? ¿Arderán por igual los grandes capos y los ínfimos consumidores que sólo aspiran a tener fuegos pirotécnicos hasta el final de sus días?
La soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula, la ira, la envidia y la pereza resultaron pecados insuficientes a decir del Vaticano. Pero frente a la novísima tipología del Mal, ¿qué medidas tomará la Santa Sede? ¿Impedirá que sus obispos acepten regalos lujosos, que asistan a los toros o que organicen sus cumpleaños con fiestas pantagruélicas a donde se llegue en helicóptero? ¿Rechazará las limosnas de dudosa procedencia o aquellas que provengan de riquezas excesivas? ¿Dejará de bendecir aviones para la guerra? ¿Condenará a todos y a cada uno de los regímenes que empobrezcan a sus pueblos? ¿A todas y a cada una de las industrias que contaminan al planeta produciendo comida chatarra?
Ardua labor se ha impuesto el Vaticano y difícilmente la cumplirá diciéndonos que el infierno existe, que es un lugar y que sus llamas constituirán la condena a los infractores de la ley divina. Al paso que van, los teólogos del Vaticano nos lapidarán, como los políticos y jueces mexicanos, multiplicando leyes y leyes y leyes sin esforzarse en cumplir con las fundamentales.