Hacia la tercera Intifada
La resistencia es un derecho
Mohammed, ex preso político palestino
Juan Trujillo Limones, Campo de refugiados Dheisheh, Belén. Jhad tiene apenas cuatro años de edad y viste como combatiente palestino, porta una arma de juguete mientras observa escenas violentas en un video de la insurgencia durante la segunda Intifada (levantamiento popular) de 2000. Sus tíos, Ahmad y Heba, cuentan que Jhad no conoció a su padre hoy fallecido, pues cayó preso antes de que naciera. Dos de sus tíos también cumplen condena en cárceles de Israel por ser miembros de la resistencia. La casa de esta numerosa familia, en el campo de refugiados Dheisheh en el oeste de la ciudad fue reconstruida dos veces ante la destrucción propinada por los “castigos colectivos” israelíes.
Apenas el pasado 3 de marzo, a unas cuantas horas de aquí, culminó el despliegue militar Operación Invierno Caliente que con seis días de incursión terrestre y aérea, terminó con la vida de 120 personas en la franja de Gaza. Según Al Jazeera,cayeron militantes del grupo insurgente Hamas y civiles: 22 jóvenes, 12 mujeres, ancianos y dos bebés, una de 21 meses y otra de un mes de edad. Parece que la amenaza de realizar un “Holocausto” a los palestinos, como declaró a la prensa Matan Vilnai, viceministro de Defensa, el 28 de febrero, adquirió color y resultados con esta masacre.
Una de las voces críticas israelíes es Jeff Harper, del Comité Israelí Contra la Demolición de Viviendas. En entrevista expresó que “no todos los israelíes están de acuerdo con la política del gobierno pero… la sociedad israelí es muy cínica y sus dirigentes les dicen que no hay solución política”. El colonialismo no ha terminado —sostiene Harper—“los palestinos son indígenas en sus tierras. Es la lucha anticolonialista de los pueblos indígenas por la tierra, es la lucha de los palestinos contra el despojo”.
El tipo de “castigo colectivo” infligido en Gaza se remonta a 1976. Para la población palestina la Nakbah (catástrofe), inició con la creación del Estado de Israel en 1948. El campo Dheisheh ha albergado a refugiados de 46 pueblos destruidos alrededor de Jerusalén. “Estos campos fueron creados por la onu. Aquí viven 12 mil personas en menos de medio kilómetro cuadrado, 60 por ciento son niños”, explica Mohammed entre los callejones cuyas coloridas paredes con murales hacen asomarse al Che Guevara fotografiado por Korda.
El paisaje se tiñe de concreto con las casas amontonadas. El espacio no sobra, ni el empleo: aquí, según este joven, existe un 64 por ciento de gente que no cuenta con actividad remunerada. Sólo entre el 10 y 15 por ciento trabaja por su cuenta fuera del campo.
Un tema central es la demolición de casas por el ejército israelí a lo largo de diferentes momentos del conflicto. Aquí, ocho casas han sido destruidas, algunas en dos ocasiones. “Demoler casas es uno de los castigos colectivos. En los campos, las casas o edificios tienen cuatro o cinco pisos donde viven varias familias. Nuestra casa está conectada con las otras y si destruyen una, afectan al barrio entero. Eso lo hacen porque buscan a algún activista o dirigente. Hay varias zonas donde las están reconstruyendo”, comenta Mohammed.
Las casas de los dos abuelos de Jhad fueron demolidas. El hogar de sus tíos (también reconstruido) es donde puede respirar algo de esperanza vital. “Los soldados llegaron a las 4 de la mañana el 1 de diciembre de 2004, nos dijeron que saliéramos porque iban a hacer una gran explosión y tomaron documentos mientras cavaban hoyos en la pared para plantar los explosivos”, explica Ahmad en especial referencia a la supuesta persecución sobre sus hermanos pese a que ellos ya estaban presos y la inteligencia lo sabía. Hoy, a simple vista, la casa parece ser una más, pero con sus únicas tres habitaciones, cobija a siete personas.
“Tuve que llevar a los niños con psicólogos. Después de la demolición el más pequeño dejó de hablar por dos días. Cuando destruyeron la casa, mi hijo de tres años vio el fuego y quería apagarlo. Ahora que está reconstruida, sigue pensando en ese día, recuerda a los soldados y nuestra reacción, no puede usar el baño apropiadamente y tampoco escuchar voces fuertes, tiene miedo, el psicólogo dice que es por la demolición”, explica mientras carga a su niña Jazmín, de un año.
Los testimonios brotan. Mohammed, tío de la pequeña, estuvo también en prisión por cinco años. Después de recobrar su libertad asume: “para nosotros la resistencia debería estar en cada palestino honorable y libre, es un derecho que incluso se tiene mediante la palabra”.
El ejército israelí justificó su cautiverio acusándolo de pertenecer a la Jihad Islámica. Según el Instituto Mandela de Derechos Humanos, hay 10 756 presos palestinos por diversos “delitos” en cárceles de Israel. La lectura de Mohammed sobre la represión selectiva incluso se tiñe mística: “Si sueñas que eres alguien te encarcelarán; si sueñas, caerás en prisión por tu sueño”.
Este campo es un espacio en resistencia enclavado en la montaña. Aquí se han construido una escuela primaria, una secundaria y una clínica con solamente un médico. El centro cultural Ibdaa (crear algo de la nada) para jóvenes, impulsa proyectos educativos para incentivar la expresión creativa a partir del arte, lectura, salud, deporte, talleres de derechos humanos, medios de comunicación y hasta historia oral palestina. El centro se coordina con las escuelas, que cuentan con 2 600 jóvenes.
El campo de refugiados pareciera erigirse como faro de luz en el contexto de la operación militar en la franja de Gaza, donde la crisis humanitaria es, según Amnistía Internacional, Care International, Oxfam y Save the Children, la peor registrada desde el inicio de la ocupación israelí de 1967. Las organizaciones afirman que un millón cien mil personas dependen de la ayuda alimentaría, no tienen agua y las ciudades con hospitales sufren cortes eléctricos de hasta por 12 horas diarias. El bloqueo territorial cumple ya 7 meses.
Las movilizaciones en Nablus y Ramallah se han incrementando con 4 mil y 2 mil personas el 1 de marzo, mientras 5 mil participaron en Gaza el 24 de febrero. El viceministro Vilnai, afirmó en marzo que cuando usó el término “Holocausto”, no imaginaba la tempestad que iba a desatar. El pasado día 7 un atentado de un hombre armado en la escuela talmúdica Merkaz Harav terminó con la vida de 8 estudiantes judíos en Jerusalén. ¿Son las palabras o las muertes las que hablan por sí mismas?
Pese a las grandilocuentes conversaciones de paz, el gobierno israelí sostiene el bloqueo como represalia a los lanzamientos de mísiles Quassam (cuyo último saldo fue de una mujer muerta y una niña lesionada) sobre territorio israelí. La espiral de violencia parece dibujar, como lo hizo en 1987 y 2000, la atmósfera para una tercera Intifada. Para Heba y otras voces femeninas, el futuro pinta “muy oscuro”.
Inde, Durango