Usted está aquí: lunes 17 de marzo de 2008 Cultura El lago de los cisnes vuelve a derrochar en Chapultepec la fuerza de la inocencia

■ Niños y ancianos son quienes más disfrutan de la obra, que se presenta de miércoles a domingo

El lago de los cisnes vuelve a derrochar en Chapultepec la fuerza de la inocencia

Arturo Jiménez

Ampliar la imagen Barcas de dragones y de cisnes, caballos, caballeros, princesas, príncipes, cazadores y brujos poderosos hacen su aparición en esta obra que presenta la Compañía Nacional de Danza, la cual se ha convertido en una tradición en el lago mayor del Bosque de Chapultepec Barcas de dragones y de cisnes, caballos, caballeros, princesas, príncipes, cazadores y brujos poderosos hacen su aparición en esta obra que presenta la Compañía Nacional de Danza, la cual se ha convertido en una tradición en el lago mayor del Bosque de Chapultepec

Ampliar la imagen La versión mexicana ha logrado mezclar el arte y el espectáculo; el clasicismo exquisito y el gusto masivo La versión mexicana ha logrado mezclar el arte y el espectáculo; el clasicismo exquisito y el gusto masivo Foto: Jesús Villaseca

Una niña de aproximadamente cinco años hace un esfuerzo supremo para despegar la mirada de los fantásticos escenarios montados sobre el lago de Chapultepec. Voltea unos instantes, ve a su padre y le sonríe. Su felicidad –y su emoción– son plenas.

La mirada de la niña es inocente, es decir, conserva intacta la enorme curiosidad y capacidad para sorprenderse con que nacen los seres humanos. Cualidades que suelen perder conforme se convierten en atormentados adultos: prácticos, “racionales”, formales, engreídos, aburridos.

Es una mirada –la de esa niña y la de decenas de otros niños y adultos y ancianos que llenan por estos días el sillerío y el graderío colocados a orillas del lago– sin prejuicios ni falsas poses, que no sabe de “arcaísmos medievales”, reales o supuestos.

Tampoco sabe de descalificaciones antirromanticistas ni de miedos conscientes e inconscientes ante los mundos fantásticos detonados por la imaginación y por las tradiciones narrativas populares. Y en este caso, potencializados por la música de Chaikovsky.

Son universos que, por otro lado, provienen de los tiempos de cuando el ser humano comenzaba a convertirse en tal y aún mostraba respeto por la naturaleza, por sus deidades y por todos los tipos de conocimiento, surgidos de mundos racionales o mágicos, muchas veces fusionados.

Lo suyo –lo de esa niña y la de todos o casi todos los que atestiguan las peripecias dramáticas y coreográficas del príncipe Sigfrido, de la bella princesa Odette, embrujada como cisne blanco, y de la seductora princesa Odile, también hechizada como cisne negro por el malvado hechicero Von Rothbart– es fluir con la vida que se va descubriendo cada día.

La realidad de la fantasía

Aquella noche de sábado, además, la niña, pero también todos los asistentes, se han redimido de manera plena tan sólo por haberse atrevido a entrar al bosque durante estas últimas noches del invierno y las primeras de la primavera.

Quién podría negar que para esa pequeña, y quizá para el señor sentado a unos lugares de la niña y que no deja de gritar “¡Bravo!” o de exclamar “¡Qué bonito!”, es real lo que sucede en los escenarios.

Es decir, quién podría asegurar que para ellos, pero sobre todo para los pequeños, no tienen verosimilitud dramática ni son una realidad contundente los caballos, caballeros, príncipes, princesas, barcas de dragones y de cisnes, cazadores y brujos poderosos que pueblan el lago y el bosque circundante.

O como alguna vez dijo a La Jornada el director artístico de la Compañía Nacional de Danza, Dariusz Blajer, uno de los impulsores fundamentales de esta tradición popular mexicana de ballet clásico en que se ha convertido El lago de los cisnes a lo largo de tres décadas:

“No son arcaísmos, son los sueños de los niños. Esa historia de amor es muy contemporánea, el amor y el odio siguen existiendo, confrontándose, brindando un espejo a la condición humana. El lago de los cisnes, como otros ballets clásicos, es un milagro del arte dancístico, avalado además por el elevado nivel técnico y artístico de la Compañía Nacional de Danza.”

Niños y ancianos sabios

Esa fuerza de la inocencia con que mucha gente se acerca por primera vez a un ballet clásico, y que ha hecho de esta coreografía de Marius Petipa una singular versión mexicana a nivel mundial, en su mezcla de arte y espectáculo, de clasicismo exquisito y gusto masivo, es la que se observa de nueva cuenta en la actual temporada de El lago de los cisnes, que se presenta de miércoles a domingo.

Y ante la necesidad de plantear otra mirada, algo novedoso o al menos poco explorado, surge entonces la pregunta de por qué los niños y los adultos mayores son los que más abiertos se muestran a estas propuestas.

¿Será que, al irse cerrando el ciclo de la vida, los adultos regresan a la sabiduría de ser niños? ¿O que los niños, mucho antes de llegar a ancianos, cuentan ya con la sabiduría de la vida que suelen dar los años?

Como quiera que sea, aquella niña de mirada inocente posará de nuevo sus ojos sobre los escenarios y casi no los despegará hasta que termine la obra.

Al final, ella no reflexionará sobre las razones de su excelente estado de ánimo, ni le hará falta hacerlo. Sólo se sentirá alegre, exaltada, encantada y feliz por haber visto sus sueños y haber asistido a un milagro de los que Dariusz Blajer suele hablar.

 
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