Diálogo con René Drucker Colín
Distinguido doctor Drucker, si bien yo tenía pensado dedicar este artículo al petróleo por la relevancia de las fechas y del tema mismo, su respuesta a mi artículo anterior me ha entusiasmado, viniendo de usted y considerando la importancia que tienen los diálogos públicos como parte de la vida democrática.
Agradezco, desde luego, sus enaltecedores y gratos comentarios, pero deseo centrar estas líneas en las diferencias que existen entre su posición y la mía, aunque quizás sean menores de lo que ambos podamos pensar. Dice usted no entender mi crítica al proyecto de gobierno de López Obrador, sobre todo comparado con el de Felipe Calderón; considero, en lo personal, que el país no está para aceptar lo menos malo, dadas las condiciones de desempleo, injusticia social, estancamiento económico, de falta de infraestructura hidráulica, de salud, de comunicaciones, de abandono de la agricultura, de pérdida de soberanía y de florecimiento inédito de la corrupción y la delincuencia organizada, como consecuencias de la falta de un proyecto de nación.
El país tampoco estaba, ni está, para ser gobernado a partir de ocurrencias, ni de propuestas, que no estén soportadas en los cómos; vale la pena, por cierto, recordar como ejemplos la pobreza de los planteamientos de López Obrador en torno al petróleo, a la energía en general y a las políticas internacionales, a la luz de sus actuales protestas respecto a las intenciones y políticas del gobierno en estas materias.
Menciona usted en su artículo la necesidad de que la izquierda tenga un líder que encabece a la oposición y mantenga la esperanza de millones de mexicanos, y yo le pregunto, ¿un líder para qué? Si los objetivos son los de exhibir a uno o varios funcionarios públicos corruptos y cínicos como el actual secretario de Gobernación, entonces coincido con usted: López Obrador es bueno. Si además se trata también de estimular y coordinar las descalificaciones a otros personajes de la izquierda, con los que él no coincide, o que no siguen sus instrucciones, entonces no sólo es bueno, sino que es el mejor.
Pero si la visión y los objetivos tienen que ver con un cambio de rumbo para el país, para llevar desarrollo, bienestar, justicia social y soberanía, entonces López Obrador es una mala opción, como lo indican sus propios resultados: 15 millones de votos, en su inmensa mayoría limpios, legítimos, surgidos del entusiasmo popular, para nada han servido, más allá de dividir a la propia izquierda, dejando el camino libre a la derecha y en particular al actual gobierno, que parece estar feliz con el tipo de oposición que él representa; la oposición que hoy necesita el país debe serlo más con propuestas que con denuncias.
Por otra parte, ¿como esperanza, qué ofrece López Obrador? Estará usted de acuerdo conmigo en que en el futuro, sus posibilidades de lograr el nivel de aceptación y de imagen que alcanzó en 2005 y 2006 son exiguas. Yo no veo al gobierno de Calderón armándole otro desafuero o posible encarcelamiento, excepto que él mismo cometiera un delito de veras grave; porque a fin de cuentas, lo que hizo de López Obrador una gran figura nacional fueron los errores de Fox y compañía, o ¿de verdad cree usted que hubo algo más? ¿No sería mejor buscar una esperanza más real? ¿Qué, en México no es ya posible la existencia de otros hombres y mujeres valiosos?
López Obrador es hoy más un lastre para el PRD y para la izquierda que una figura de cohesión y un activo; para ser el jefe de gobierno de un país se requiere tener la capacidad de gobernar para todos, aceptando las diferencias ideológicas y de intereses que en todo país existen, y teniendo al mismo tiempo la habilidad de dirigir los procesos nacionales con firmeza y coherencia, con compromisos, con dirección clara y transparente, y eso simplemente no se ha dado en López Obrador. Lo peor del caso es que un sector cada vez más amplio de la población lo sabe, porque él mismo se ha encargado de divulgarlo.
Dos virtudes estrictamente necesarias para acceder al poder en un país (aunque no necesariamente suficientes) son la paciencia y la lealtad real, o al menos aparente; ninguna de ellas está presente en López Obrador. Winston Churchill era en 1917 el secretario de Marina del país con mayor tradición naval en el mundo; él hubo de esperar 23 años difíciles, primero en la oposición y luego en el gobierno, para acceder al puesto de primer ministro del imperio británico, sucediendo en el mismo a lord Chamberlain, con quien colaboraba como secretario de Marina nuevamente y a quien apoyaba en forma decidida, no obstante sus diferencias y su desesperación al comprender que su país y toda Europa marchaban a su propia destrucción por su indiferencia ante el crecimiento de los nazis. No es necesario decir que esos años de espera fueron también de aprendizaje y de experiencia, para realizar después su misión en forma exitosa.
A López Obrador lo perdió su impaciencia, impidiéndole ver que los 15 millones de votos sufragados a favor de él el 2 de julio de 2006 le abrían el camino a la dirigencia real del país, no como presidente en un futuro inmediato, pero sí como un hombre al que sería imposible ignorar y hacer a un lado en el presente y para el futuro, pero hoy ya esto cae en el caso de los ‘hubiera’.