Usted está aquí: viernes 14 de marzo de 2008 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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■ Miami, marzo 2008

Ampliar la imagen El sol, cuando se porta a la altura y se decide, como a las 7:30, pinta el cielo de Miami de un color naranja hiperkitsch. Arriba, panorámica del centro de esa zona de Florida El sol, cuando se porta a la altura y se decide, como a las 7:30, pinta el cielo de Miami de un color naranja hiperkitsch. Arriba, panorámica del centro de esa zona de Florida Foto: Ap

Play. Viernes, 5 pm. Cualquiera hubiera dicho que no íbamos a terminar nunca. El viernes cenamos temprano en el Bahamian Pot de la calle 54; soportar a la policía gringa en el aeropuerto nos dio hambre y este antro caribeño sabe curarnos: chowder de caracolas, pescado en guiso de plátanos, cola de buey, pollo frito, sándwiches de chuleta de puerco con frijoles y arroz, ensalada de lentejas con frutas... Y bebemos: ron con agua, azúcar y yerbabuena; bloody maries, margaritas, ginebra; ni se nos ocurre pedir vino. Afuerita del Pot alguien nos vende mota; la prendemos ahí mismo: no se parece a la mota de siempre, con ésta tiembla más la piel, calienta más. Alguien dice que ya son las nueve o las 10, y el sol no termina de meterse, pero el sol es apenas un punto menos que amarillo en el fondo de un cielo que va del negro al azul y, al final, a un brochazo de blanco. Los tres llegamos con erecciones a la alberca en casa del Sonsoloco. Hay un diyéi, una barra que parece sin fin y sin principio, y gente: negras, güeros, güeras, morenos; en traje de baño o vestidos o con las tetas visibles; hasta la madre de alcohol o de drogas o de los dos (sí: más probablemente de los dos); bailando, sobre todo, pero también tirados en camastros o fingiendo divertirse en la piscina. Nosotros ponemos unas líneas en la barra –80 dólares la bolsita– y cuando volteamos a la fiesta el pelo de las mujeres o el agua en los hombros parece que brillan más o que son más nítidos. Más tarde, una güerita disolverá con popote unas cápsulas de la risa en un poco de vodka y pasará aquel vaso alrededor; más tarde, todavía un tipo nos cobrará 10 dólares por un ácido que dividimos en cuatro partes con unas tijeritas que nos prestan en la barra.

Fast-forward. Domingo, 5 pm. Con esa mezcla de cruda y tristeza que dejan revelaciones como la de anoche, tomamos una turbolancha y damos un rol a Cuba para echar mojito. No suena One of these mornings, de Moby, en nuestro soundtrack ni el paisaje ante nosotros se mueve entre el azul y el morado ni aquel vehículo es un cuerpo, una cosa orgánica unida a ese paisaje. Somos, nada más, tres güeyes que van a Cuba. Ya en la aduana, Mauro había dicho: “Ir a la bodeguita es tan naco como ir al CBGB’s”; nos lleva entonces a un antro sudoroso que bien podría haber estado en Plataforma, de Michel Houellebecq: quinceañeras deliciosas y encuerusas bailando en manteca (en cueros y mariguanísimas, pues) mientras cuarentones italianos se frotan el pito contra la barra. Conocemos a tres tipos que, contrarios a la imagen del isleño hospitalario y saludable, andan carilargos y sombríos invitando tragos a mujeres que los rechazan sin piedad. Tardamos en reconocer que son güeyes casi idénticos a nosotros. Con una diferencia: de pronto toman tambores, guitarra y trompeta, y revientan con un ritmo invencible aquel antro oloroso a sexo. A la salida alguien nos dice que el grupo se llamaba Tradisón. Ya hay que regresarnos a México. Fin de fast-forward.

Play. Sábado, 7 pm. Cualquiera diría que no vamos a terminar nunca. 26 hours in: más de un día ha durado este reventón y nadie tiene ganas de irse. Los diyéis van y vienen, toman turnos (para reagrupar fuerzas se meten líneas en la barra o en el baño). El sol está portándose a la altura y se decide, como a las 7:30, a pintar el cielo de Miami de un color naranja hiperkitsch. Y no es la coca de 80 dólares ni las tachas de la güerita ni los mojitos o los vodkas, sino el ácido por el que cada uno ha pagado 25 pesos lo que nos tiene así: pasa Gabriel saltando o fajando con alguien, dislocado y muerto de la risa, yo no sé qué se trae este sol imposible, y Mauricio voltea a vernos desde otro mundo y grita: “Güeyes, es oficial: ¡estoy hasta mi madre!” Pausa: Unas cuantas veces en la vida se siente esto: que estás a punto de perder algo para siempre; que lo sellarás en la memoria y volverás a ese recuerdo como quien regresa a una casa paterna; unas cuantas veces puedes anticiparte y aprovechar, apirañar los segundos y encapsularlos porque sabes que no van a detenerse, que en cualquier momento alguien// Play: “¡Pero hasta mi madre!”, insiste Mauricio, y entonces diyéi Zote mete el mix de los Pet Shop Boys de Read my mind, y haz de cuenta que Dios hubiera soltado un costal de diamantina sobre la fiesta... And just like that, the weekend was over.

 
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