■ La colaboradora de La Jornada suma a esa vertiente la obra Dos pequeños amigos
Cristina Pacheco prosigue la aventura de explorar la literatura infantil
■ “No quiero estremecer a los pequeños, pero sí contar una historia fantástica en un contexto real”
Ampliar la imagen La escritora Cristina Pacheco en las instalaciones de grupo Planeta, ayer, durante la entrevista con La Jornada Foto: Yazmín Ortega Cortés
Cristina Pacheco continúa la aventura de escribir libros para niños. Ahora suma el título Dos pequeños amigos a la lista en la que figuran La chistera maravillosa, El eucalipto Ponciano, La canción del grillo y Se vende burro.
A ellos se añadirán muchos más, porque “todo el tiempo invento historias para niños y todas quisiera escribirlas, pero ¡la computadora no va más rápido! No es cierto, la cabeza es la que no va más rápida. Ya me da pena con mi esposo (el escritor José Emilio Pacheco), porque cuando platicamos le digo: ‘ahí está el cuento’. Veo la gallina y me dice: ‘ya vas a empezar con la gallina’.
“Me divierto mucho con estos libros y eso es lo que me libera para escribir las otras historias que ésas sí, a veces, me lastiman mucho”, dijo en entrevista la escritora y periodista, quien también muy pronto añadirá otro oficio: la fotografía.
La exploración de esa veta de la literatura para niños comenzó con una historia triste, recuerda la colaboradora de La Jornada. “Fue la muerte de mi hermana, me sentí tan desolada, tan desconsolada, que busqué un camino por dónde salir de la realidad en la medida de lo posible. Entonces encontré algo maravilloso en escribir un cuento para niños”.
La escritura, memoria formidable
“De niña –prosigue Cristina Pacheco– no tuve cuentos. Escuché muchos cuentos, eso sí, muchísimos, en mi casa. De adolescente tampoco tuve oportunidad de leer cuentos para niños. He descubierto que me encanta, son fascinantes, siempre y cuando el escritor no pretenda ser un niño, no convierta todo en un diminutivo y no sea condescendiente.
Al escribir un cuento infantil, agregó, no se debe pensar, “no les vamos a decir esto para que no les lastime su almita.
“Esas expresiones sacan de quicio. No quiero estremecer a los niños, pero sí les quiero contar una historia fantástica que sea posible y que esté en un contexto real. El lugar donde está Benigno (el personaje de Dos pequeños amigos) yo no lo conozco, pero podría existir; es perfectamente real, y la casa del astrólogo también podría existir.”
Supongo, añadió, que escribo los cuentos que me habría gustado leer. “Escribo lo que me divierte, lo que me da libertad total. No es que en los otros cuentos no sea totalmente libre, pero hay cosas que no pueden ocurrir aunque la vida está hecha de cosas mágicas, como encuentros o desapariciones, pero eso en la literatura infantil tiene otro color, tiene otra atmósfera y eso me fascina, ya me urge entrar en otra de esas burbujas maravillosas. Son burbujas que se van”.
Escribir para niños también es una aventura que quién sabe a dónde llevará. En el caso de Dos pequeños amigos “me di cuenta, cuando terminé de escribirlo, que era contra la intolerancia, pero no fue esa mi intención, sino era narrar la historia de un niño que me permitiera contar la desolación de Plutón al verse solo en el infinito. Además, este planeta me simpatiza muchísimo, lo puedo abrazar, acariciar. Si me oye Julieta Fierro va a decir, ‘¡ya ni yo!”’.
Y es que la raíz del cuento fue la noticia acerca de la decisión de los científicos de no llamar planeta a Plutón. “Me inquieta mucho que los niños ya no vayan a pronunciar su nombre, porque se borra y se acaba”.
En Dos pequeños amigos (Planeta), Pacheco escribe: Lo que no está escrito no existe.
Y eso, subrayó en la charla, “es verdad; todo se borra. La escritura es una memoria formidable. Imagínate todo lo que podemos recuperar de historia humana simplemente con leer un texto escrito hace cinco años.
–Y también al contrario.
–Sí, por supuesto. Por eso me interesaría tanto que los niños tuvieran una relación más estrecha con la escritura y la lectura, porque mucho les hablamos de leer, pero poco les decimos de escribir. En la escuela nos ponían a escribir sobre lo que veíamos, lo que habíamos hecho, o se nos daba una frase y de ahí teníamos que escribir una historia. Nadie era escritor, pero nos ejercitábamos con las palabras y la imaginación. Si imaginas y lo conviertes en palabras se hace real.