Morir antes de morir*
Morir antes de morir es una idea que semeja una metáfora que incluye una vivencia dolorosa, que expresa las imposibilidades del lenguaje, que habla de la en ocasiones dudosa utilidad del cariño, de los límites de la medicina y de la angustia que supone entender la finitud de la vida. El tiempo Alzheimer es una experiencia que parece una metáfora, que comprende un tiempo inexistente, un tiempo donde las mentes que se fugan cabalgan sin coto, sin meta, sin escucha; un tiempo que duele porque apaga otros tiempos, que acongoja por no ser tangible y que amedrenta porque la existencia carece de conciencia, y la conciencia de existencia. En los días de las demencias seniles, o de las enfermedades que desdibujan los guiños que hacen de los seres humanos personas, la poesía que habla de la eterna presencia de la muerte abandona el papel para ocupar la realidad de quienes acompañan a estos enfermos.
Morir inundado por el tiempo Alzheimer es una verdad amarga que apela a las metáforas para edulcorar el dolor ante la inevitable caída. Morir atrapado por el tiempo Alzheimer es una vivencia que recurre a las palabras para construir una morada donde refugiarse ante las inclemencias de la enfermedad y la sordera del tiempo vacío. Es un hábitat que intenta mitigar las tristezas de quien mira el horror. Es un refugio para quien percibe el derrumbe frente a la inmodificable marcha de la enfermedad. Es un espacio que da sentido al sufrimiento y voz a las reflexiones. Es un cobijo que apacigua a los fantasmas dueños de los interminables días de enfermos y de acompañantes. Morir antes de morir es un cuaderno, y una clínica, donde la ineficacia de los remedios médicos se remplaza por el poder terapéutico de las palabras que intentan mitigar el dolor de las heridas y abrir las puertas clausuradas por la enfermedad
“Lo mío es donde ayer”, son las palabras de un paciente que se convirtió en su propio testigo; de un enfermo que percibía su desgaje como triste constatación de una nueva y gris existencia, cuyo tiempo era el tiempo nulo, y cuyas ideas terminaban con frecuencia en palabras ciegas, en días sin alma, en noches sin sosiego. Los enfermos con demencias seniles lastiman porque se extravían dentro de sí mismos y porque transitan hacia la inexistencia. Duelen porque mueren sin tiempos, sin reconocerse frente al espejo.
El tiempo Alzheimer es sordo e impenetrable: sólo desaparece cuando triunfa la muerte. Es infinito: nació antes del Génesis. Es inhumano porque derruye lo humano. Es cruel porque confronta a quien percibe cómo se achican los seres queridos. Es sordo: tatúa, en la piel y en el alma, el sabor amargo del fracaso. El tiempo Alzheimer resta, no suma. Apila tristezas y repele. Repele porque su crudeza personifica el horror. Horroriza porque su presencia recuerda que siempre llevamos la muerte adentro.
Morir en vida, morir sin saber que aguarda la muerte, morir sin borrar, morir sin apoderarse de los últimos momentos. Morir sin escribir unas palabras, sin percatarse de los postreros respiros de la vida, es el triste destino de quienes dejan de ser personas para convertirse en víctimas de las células enfermas que desplazan a las sanas y que destruyen, poco a poco, la arquitectura cerebral.
Morir antes de morir expone las vivencias de quienes se sienten derrotados ante la crudeza de la enfermedad. En sus páginas se busca disecar los significados de algunos ingredientes indispensables de la vida. Persona, dignidad, suicidio, acompañar, eutanasia, futilidad, enfermedad y empatía son algunos de esos ingredientes. Esas ideas son fundamentales porque son las que humanizan al ser humano; son indispensables porque permiten atemperar un poco la vesania que imprime la vida moderna.
El tiempo Alzheimer es único. Quienes lo viven y lo escrutan por mirar y sentir al enfermo evocan ideas y construyen casas remotas en las que los pisos y las ventanas se unen lentamente con el cemento de la propia vida y con las enfermedades de otras personas. Quienes acompañan comprenden mejor los significaos de la vida sana y de la vida enferma. Quienes viven al lado de los seres queridos saben que T. S. Eliot tenía razón cuando afirmaba que “la humildad es la única sabiduría que podemos aprender”.
El tiempo de las enfermedades, y el vacío que queda tras las muertes, es parte de la historia personal que uno escribe día a día, con sus muertos, con sus vivos, con la familia, con los amigos, con los lápices, con las gomas de borrar, con la luz y con la melancolía que abrasa y que acompaña.
* Texto que será leído durante la presentación del libro Morir antes de morir. El tiempo Alzheimer (13 de marzo, 20 horas, librería Rosario Castellanos)