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PAGA JALAPA SERVICIOS AMBIENTALES;
Luisa Paré
Como servicio ambiental, el agua presenta problemas y desafíos, principalmente por el desequilibrio que hay entre la cantidad que se genera y la que se extrae y la confrontación entre las regiones proveedoras de agua y las que se benefician de ella. Es indispensable evaluar las necesidades de todos los usuarios: campesinos, productores acuícolas, habitantes de la ciudad, etcétera, y planear una extracción que no perjudique al ecosistema fluvial. Comprender este equilibrio abriría la oportunidad de financiar la restauración ambiental y la protección de las cuencas hidrológicas, reconociendo la multifuncionalidad de las actividades rurales. Compensación por servicios ambientales. La cuenca del río Pixquiac, de 10 mil 500 hectáreas de superficie y con 7 mil 500 habitantes correspondientes a los municipios de Acajete y Tlalnelhuayocan, abastece 40 por ciento del agua de la ciudad de Jalapa, Veracruz. Además de ser tributaria del sistema de riego de la cuenca del río Antigua y de proveer funciones ambientales a Jalapa y a otras comunidades, la cuenca alberga importantes manchones de bosque mesófilo de montaña (BBM), que es un ecosistema de por sí escaso en el territorio nacional. En el estado de Veracruz queda sólo 2.7 por ciento de lo que existió de BMM. En esta zona, en la ladera oriental del Cofre de Perote, la tala ilegal de madera para la industria de la construcción ha sido la alternativa de los campesinos ante la falta de fuentes de empleo desde hace décadas. La conversión de terrenos forestales al cultivo de papa, aparentemente más redituable, afecta el volumen de agua, y la calidad también, ya que, estando este cultivo en zonas bajas y húmedas, requiere grandes aplicaciones de fungicidas y otros agroquímicos. La organización civil Sendas, AC, y la UNAM iniciaron un proyecto con el ayuntamiento de Jalapa, el cual orienta parte del dinero que el municipio recauda por pago de agua al apoyo de trabajos de restauración de la cuenca del río Pixquiac. Esa inversión es insuficiente, pero se han sumado otras fuentes, de los propios beneficiarios, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y las secretarías de Medio Ambiente y Agricultura del estado. Se impulsan dos estrategias: una de restauración en terrenos donde ha habido cambio de uso del suelo y otra de protección de terrenos con cubierta forestal. Lo beneficiarios realizan una rigurosa vigilancia de los apoyos, con el fin de abandonar la tradicional simulación y asegurar realmente la inversión en el recurso. La secuencia de trabajo implica que después de iniciar con reforestación o protección del bosque, al siguiente año se tiene acceso a un programa de diversificación productiva (ecoturismo, horticultura, etcétera), o de tecnificación de las actividades existentes (ganadería, fruticultura). Así, al dedicar una fracción de la parcela de cuatro hectáreas a reforestación, se elimina una parte del área destinada a ganadería, pero se compensa con mayores rendimientos por superficie gracias al mejoramiento técnico con rotación de potreros, manejo de cerco eléctrico, mejoramiento de pastos, bancos de proteínas, etcétera. En este esquema de compensación por servicios ambientales, se ha formado un Comité de Cuenca con participación de personas de las partes alta, media y baja interesadas en la conservación y el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales. Esta instancia busca ser un espacio de planeación intermunicipal y de coordinación entre las dependencias de gobierno. Siendo una zona cercana a la capital, sufre el embate del crecimiento urbano desordenado sobre tierras agrícolas, con la especulación de bienes raíces. Ello implica la necesidad de revisar el plan de ordenamiento de la zona conurbada y realizar un ordenamiento ecológico de esta cuenca. El reto ahora es consolidar el trabajo iniciado y lograr que la nueva administración municipal de Jalapa siga el camino emprendido por su antecesora. DIFICULTADES EN LA RESTAURACIÓN Patricia Gerez Fernández En las décadas recientes se ha generado una necesidad social, ambiental y económica de dar mayor atención a la restauración de las cuencas altas, como respuesta al crecimiento urbano y su concomitante incremento en la demanda de agua potable. En esas cuencas, ubicadas en las zonas serranas y forestales del país, se observa un abandono sistemático del campo, aunado a la parcelación de los bosques (resultado del trabajo que ha realizado el Programa de Certificación de Derechos Ejidales, Procede, a pesar que las leyes Agraria y Forestal lo prohíben). Tal condición, con escasez de mano de obra y minifundismo, plantea la premisa de que superficies agrícolas y ganaderas abandonadas pudieran ser el inicio de un proceso de recuperación de la actividad forestal y de conservación de las cuencas altas. Esto es, restaurar un potencial perdido que pueda convertirse en un capital natural y económico aprovechable por los hijos y nietos de los actuales dueños de la tierra. Esta posibilidad permite diseñar proyectos de compensación por servicios ambientales vinculados directamente a la reforestación activa en zonas identificadas por su importancia hidrológica. Así, se establecería un círculo virtuoso con objetivos ambientales, sociales y económicos.
Sin embargo, lograr el círculo virtuoso requiere salvar obstáculos, como reforestar con planta nativa de calidad, tamaño y cantidades adecuadas para mantener la diversidad biológica existente en las distintas zonas templadas, selváticas o áridas del país. Acceder a los programas gubernamentales de reforestación en superficies pequeñas es otra dificultad que debe enfrentarse, por ejemplo, en zonas serranas, donde predomina el minifundismo; la deforestación y transformación de los ecosistemas se hizo hectárea por hectárea, y debe esperarse que su restauración sea en los mismos términos. Los apoyos no llegan aquí porque los proyectos no suman superficies importantes estadísticamente. Otro obstáculo está en el factor asociativo. Organizaciones civiles de apoyo técnico –que diseñan esquemas de colaboración interinstitucional con aportaciones financieras de diversas fuentes: gobierno federal, estatal y municipal, universidades, privados, civiles e internacional– enfrentan la discriminación de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), pues no entran en los conceptos de asociaciones de silvicultores, dueños de predios forestales o técnicos forestales. Es una lástima, pues las organizaciones civiles cuentan con capacidad y compromiso para hacer el seguimiento que requieren los proyectos. El proyecto de restauración de la cuenca del río Pixquiac, abastecedora de agua en el centro de Veracruz, es un ejemplo de cómo en la práctica se enfrentan estos obstáculos cuando se aplican los recursos federales y estatales disponibles para la reforestación. Como parte de la política forestal, es imprescindible revalorizar la función económica, social y ambiental de las cuencas hidrológicas, pues no sólo proveen agua, sino que conservan los suelos, mantienen la densidad arbórea y recuperan el potencial productivo de las zonas afectadas.Los conceptos contenidos en los apoyos disponibles en la Conafor son amplios, pero su operatividad es limitada pues no se adapta a las necesidades actuales de un país con regiones de gran diversidad biológica, ambiental y social. Los ciudadanos y sujetos sociales comprometidos en esta actividad requerimos de una institución ágil e incluyente, que responda al reto que tenemos enfrente. LA PUERTA DEL VIENTO
Nosotros, comuneros zapotecas de Santiago Lachiguiri y Santa María Guenagati, municipios montañosos de Oaxaca que son la puerta de los vientos del Istmo y el nacedero de las aguas que dan vida a los llanos de Tehuantepec, vamos a contarles cómo fue que acordamos certificar el cerro de las Flores como Área Comunitaria Protegida. El cerro de las Flores es un lugar sagrado donde los abuelos hacían sus fiestas ceremoniales. Desde entonces han pasado muchos años y las costumbres antiguas ya cambiaron. Tanto, que los frondosos bosques de nuestra montaña sagrada estuvieron a punto de desaparecer por obra de los talamontes y también de las rozas y quemas que los propios comuneros hacemos para meter milpa o abrir potreros. Pero un día nos dimos cuenta de que los árboles se estaban acabando, nos dimos cuenta de que las lluvias se retrasaban y las cosechas se perdían, nos dimos cuenta de que los ríos llevaban menos agua y traían menos peces, nos dimos cuenta de que el clima ya no era húmedo y fresco como antes. Un día nos dimos cuenta del daño que le estábamos haciendo a la naturaleza. Todo por el olvido en el que teníamos las costumbres buenas de nuestros ancestros. Todo por no pensar en que la montaña nos cobija y nos alimenta, pero que a cambio debemos respetarla y cuidarla. Entonces hicimos un propósito: para no acabarnos la herencia de nuestros hijos: debíamos ser los guardianes de la montaña. Debíamos aprovechar nuestros recursos pero cuidando que no se destruyeran. Hace cuatro años los comuneros de Santa María y los de Santiago llegamos al acuerdo de hacer a un lado nuestras antiguas discordias por linderos y coordinarnos para preservar la parte más conservada de nuestro bosque. Quiénes son los pobres y quiénes los ricos. Nuestra región es puente entre los valles secos de Tehuantepec y las humedades de la sierra mixe. Aquí, donde nosotros vivimos, el llano se vuelve montaña y empiezan las terracerías y los retorcidos caminos de herradura. Se dice que las planicies istmeñas son ricas, urbanas e industrializadas, mientras que donde arranca la sierra empieza también la pobreza y el atraso. Algo de verdad, pues en las partes bajas están grandes ciudades como Ixtepec, Tehuantepec, Coatzacoalcos y Minatitlán; en cambio Santa María y Santiago, las cabeceras de nuestros municipios, son poblados pequeños y con pocos servicios. Y mientras que los valles están surcados por carreteras anchas y vías de ferrocarril, a nuestros pueblos todavía llegamos por terracerías y veredas de arriero. También es cierto que en los llanos se encuentran las grandes instalaciones de Pemex, así como azufreras, plantas de amoniaco, fábricas de fertilizantes, reparadoras de ferrocarriles, cementeras, embotelladoras, congeladoras de pescado, además de agroindustrias como los ingenios azucareros y los beneficios de café. En los valles están la industria y las ciudades mientras que nuestros montañosos municipios son más rurales que urbanos y más agrícolas que comerciales o industriales. Pero lo que nos falta de economía nos sobra de recursos naturales.
En las montañas y en la selva de los Chimalapas está lo que en la región queda de árboles, plantas y animales. Y por estar aquí los bosques, están también las fuentes de aire puro, la razón de las lluvias y todo lo que sirve para estabilizar el clima. Pero lo más importante es que aquí se capta, se almacena y se canaliza el agua que da de beber a las ciudades y llega a las industrias, las presas y los distritos de riego de los valles. Mientras las industrias y las ciudades acaban con la vegetación, ahuyentan a los animales y ensucian el aire, el agua y la tierra, nosotros tratamos de conservar sana a la naturaleza. Entonces, aunque nos vean pobres y dizque atrasados, somos nosotros quienes le damos vida a la economía del Istmo. Guardianes del bosque. Decenas de comunidades oaxaqueñas cuidamos de manera colectiva y mediante acuerdos voluntarios unas 175 mil hectáreas de áreas naturales dignas de ser protegidas. Zonas en las que se encuentran bosques, manantiales, plantas, animales, paisajes y también lugares simbólicos que tienen gran valor para nosotros. Además, en la entidad hay alrededor de 150 comunidades con buenos programas de manejo forestal, que trabajan unas 650 mil hectáreas sin destruirlas; entre ellas, 30 empresas silvícolas colectivas que son de los propios dueños del bosque. Falta mucho por hacer, pero en total calculamos que en la entidad hay alrededor de medio millón de hectáreas bajo dominio comunal donde estamos realizando algún tipo de estudio orientado a la conservación y el buen aprovechamiento. Así, la iniciativa y empeño de los oaxaqueños en la preservación y el aprovechamiento autogestivo y sustentable de los recursos naturales, permitió que en la entidad se desarrollara un estilo indígena de conservación, basado no en la intervención federal, pareja y por decreto, sino en un modelo diversificado en el cual las comunidades somos los actores principales y en el que lo más importante es fortalecer nuestra capacidad colectiva de manejar los ecosistemas. De esta manera fuimos los propios comuneros quienes, después de participar en recorridos donde ubicamos potreros, partes quemadas, maizales, huertas, acahuales y zonas bien conservadas vimos cuál es el área que técnicamente podía ser certificada como reserva. Pero lo más importante del acuerdo es que voluntariamente definimos un área, y nos echamos el compromiso de preservarla, durante un tiempo que también acordamos libremente. En Lachiguiri y en Guienagati la gente ya se puso en orden. No porque el gobierno nos obligue, sino porque es nuestra voluntad. Y porque hicimos el propósito de dejarles algo bueno a nuestros hijos y a nuestros nietos. Por la transcripción, Rosario Cobo y Armando Bartra Ecoturismo en el DF Con una superficie de 129 hectáreas, 92 de ellas propiedad del Parque Ecológico de la Ciudad de México, el ejido San Andrés Totoltepec, de la delegación Tlalpan del Distrito Federal, inició en 1997 la experiencia de un parque ecoturístico, que ha sido y continúa administrado por los campesinos del lugar, por medio de la cooperativa Huehuecalli (Casa Vieja, en náhuatl). Maximiliano Álvarez, ejidatario e impulsor ferviente del parque, comenta: “El proyecto, en manos de 47 ejidatarios, aún no está consolidado, pues hay infraestructura que no ha entrado en operación, como un venadario y una planta de lombricomposta. Pero representa mucho para los que estamos aferrados a la defensa de la tierra. Hemos logrado que una buena cantidad de ejidatarios comience a sentir el valor económico de nuestros terrenos y a cambiar la idea de que éstos son sólo pedregales sin aprovechamiento, pues desde 1947 hay una veda forestal. “Lo único que separa nuestro ejido de la mancha urbana es la carretera Picacho-Ajusco, y sentimos presiones para vender la tierra. Hay ahorita gente que quiere comprar 130 hectáreas del ejido a 110 pesos por metro cuadrado, y algunos campesinos piensan que vender significaría acabar con problemas (...) Aquí lo que ocurre es que las tierras son de conservación y de uso común y el gobierno (del DF) no está en condiciones de prestar servicios urbanos; eso desestimula a los compradores. De cualquier forma, hay que pensar que del lado urbanizado de la carretera la tierra se cotiza en mil 500 pesos por metro cuadrado.” El parque, que de lunes a viernes recibe visitas de estudiantes de prescolar, primaria y secundaria, y los fines de semana da acceso al público en general por cinco pesos por persona –con una brecha de ocho kilómetros para bicicleta, áreas para día de campo, un muro para escalar y otros servicios— brinda a los campesinos un ingreso, pero sobre todo “beneficios que no son tan tangibles que tienen que ver con el amor a la tierra y a los bosques.” Apreciar la riqueza cultural. “Los ejidatarios nos hemos preocupado por dar una educación urbana a nuestros hijos para que no tengan que depender del campo, pero se estaba rompiendo la línea generacional. Me di cuenta de que mis hijos no diferenciaban entre un pino y un encino. El parque les está ahora dando ese conocimiento; ha permitido la vinculación de los viejos con los jóvenes (con hijos y nietos) y que éstos aprecien la herencia cultural y de tierras que tienen. Ellos se han involucrado en tareas como la de guías en el parque y saben que a futuro la empresa puede ser fuente importante de ingresos. “Nuestro proyecto da ejemplo. Hay otros 29 miembros del ejido que ya están iniciando otro parquecito, y la comunidad vecina, también llamada San Andrés Totoltepec, quiere crear algo similar. “El conocimiento que obtienen los niños y otros visitantes del parque ecológico, por medio de nuestros guías es en varias vertientes: sobre la biodiversidad (se enteran de qué es un bosque, qué es un arbusto, qué animales endémicos y no endémicos tenemos); sobre rescate cultural, pues damos pláticas en náhuatl y hacemos ver cómo muchas palabras de uso común, como guajolote, aguacate, Xochimilco, México mismo, provienen del náhuatl. Y también enseñamos los usos sustentables de las plantas del bosque, como las medicinales y comestibles, así como el uso de madera y otros productos forestales para construcción de viviendas. “Todavía 60 por ciento del territorio del Distrito Federal es suelo de conservación, y las amenazas están ahí: la presión urbana, la demanda de vivienda, el desdoblamiento natural de los pueblos originarios y la pobreza campesina (...) Proyectos de turismo ecológico, y otros que preserven los bosques y la masa vegetal son los que permitirán que prevalezca lo verde de esta ciudad y lo que le dará viabilidad”, concluye Maximiliano Álvarez. (LER) |