|
|||||||
TODOS LOS BOSQUES, EL BOSQUE
Elisa Ramírez Azuzado por la siniestra madrastra, el infame padre de Hansel y Gretel los lleva hasta lo más profundo de la floresta para deshacerse de ellos; tras mucho caminar, los hermanos encuentran una casita de dulce donde habita una vieja comedora de carne humana. En un fragmento del Popol Vuh, los enemigos tienden una trampa a los primeros hombres, enviándoles hermosas mujeres desnudas con la misión entregarse a ellos en el bosque y pedirles una prenda como prueba de la unión; una se convierte en Mujer Deseo y la otra en Mujer Llorona. Ambas historias coinciden en un punto: la floresta no puede ser tratada a la ligera, pues encierra peligros inescrutables. El reino vegetal tiene dos caras: la cultivada y la silvestre, el huerto y el bosque, la milpa y el monte, el jardín y la selva. En el medievo occidental como en las cosmogonías mesoamericanas, el bosque es lo natural, lo inculto, lo que no fue hecho por el hombre sino que existe de suyo y tiene dueño: espíritus que deben ser respetados y temidos. Natura natural. La imagen del bosque europeo indómito, que llegó a nosotros con la Conquista, es la de un lugar umbrío donde el sol nunca brilla del todo; penumbra pletórica de aromas, sonidos y visiones misteriosas; de promesas y de amenazas. La espesura es fuente de vida para cazadores, leñadores y carboneros, y guarda remedios para todas las enfermedades; pero es igualmente territorio de animales salvajes y fieras legendarias; de brujas, ninfas, elfos y otros espíritus malignos que atrapan a quienes lo perturban. Ámbito desmecatado, el bosque fue refugio de toda clase de transgresores: prófugos, bandidos, cismáticos, anacoretas; pero también de hombres salvajes, niños adoptados por lobos y vírgenes amenazadas por padres incestuosos que en espera de que algún príncipe las rescate cubren su desnudez –y guardan su honra– bajo largas y blondas cabelleras. Y como espacio simbólico, fue morada de dioses ancestrales reverenciados mediante ceremonias a los árboles sagrados; un culto que persiste, soterrado, en nuestros prosaicos arbolitos navideños. El encuentro de dos culturas, hace cinco siglos, mostró la semejanza entre las más viejas cosmovisiones europeas y las mesoamericanas, en algunas de las cuales el firmamento es sostenido por enormes ceibas que conectan cielo, tierra e inframundo; arraigados en lo más hondo pero tocando el cielo con sus ramas, los grandes árboles son vías de comunicación entre los niveles del cosmos. No sólo vivos sino animados, los árboles y sus espíritus sienten, oyen, recuerdan y rigen conductas. Los dueños mágicos del bosque que viven en cuevas –las bocas del inframundo donde todo sucede al revés– y cuyas monturas y animales domésticos son los venados, definen también tabúes. Al cazador que, pese a que ayunó de carne antes de entrar al bosque, perdió su presa, le explican la verdadera razón de su fracaso mostrándole a través de un espejo o ventana, que su esposa lo engaña. Transgresión que debe ser castigada matando a la adúltera y su amante, pues tiene consecuencias fatales en el mundo silvestre. Mujeres seductoras, como Xtabay, atrapan a los hombres y los llevan al fondo de la tierra. Según diversas versiones del relato maya, Xtabay es dueña de los animales o encarnación del diablo, pero en todos los casos vive en las ceibas y se aparece en noches de luna vestida de blanco y con larga cabellera para seducir y perder a los hombres de la selva. Las Xtabay son coloradas como palo de Brasil, sus muslos y cara son carmesí, y sus vaginas tan rojas como si estuvieran teñidas. Las Xtabay les ofrecieron a los lacandones que fueran los padres de sus hijos y les mostrarían el rumbo a la casa de Nuestro Padre. Sólo que el camino resultó ser el de sus propias casas. Después de aquel primer acercamiento, nadie las ha visto si no es antes morir, pues tal es el precio de semejante experiencia. Según consejas centroamericanas, la que se aparece a los trasnochadores y tunantes es la Ciguanaba, una mujer desnuda de grandes senos y pelo despeinado, lavando o junto al agua. Pero al tender la mano se toca sólo un banano. Quien la ve enloquece, aunque, como remedio se puede encender un puro, morder el machete o trazar con él el signo de la cruz y persignarse. Se llama también Chilca, Chilica, Chirica, que significa serpiente y viene del maya zilik. Mujer, en lenca, se dice shilla, y shina: significa noche. Alegoría de la tensión cultura-naturaleza, el trabajo milpero es lucha sin fin por ganarle al monte. En el cuento chiapaneco del Xut o K’ox –el niño que habrá de convertirse en sol– el hermano menor pelea contra los mayores y los mata. Pero al hacer milpa con instrumentos mágicos que laboran por sí mismos, los espíritus de los hermanos, encarnados en animales de monte, estropean su trabajo. Lo desmontado se había vuelto a tupir: ¡los árboles estaban nuevamente de pie! El K’ox estaba preocupado porque su trabajo había sido en vano y decidió quedarse para vigilar quién era el que llegaba a levantar de nuevo a los árboles. Cerca de la madrugada fueron llegando el venado, el conejo y la tórtola y decían: –Párate árbol, únete bejuco. Y los árboles se levantaron. El K’ox muy enojado, jaló de la cola al venado y se la cortó; por eso el venado tiene la cola mocha. Al conejo le jaló las orejas, y así se quedó con las orejas estiradas. A la tórtola le pegó en la cabeza, por eso sólo hace: “Uuuu… uuu…”, y así quedó para siempre. Ese fue el castigo de estos animales. A partir de entonces, la milpa se hace con trabajo y sacrificio, luchando siempre con el monte, que con sus yerbas y lianas amenaza al maizal.
|