Usted está aquí: lunes 10 de marzo de 2008 Cultura Acervo que no se consulta no sirve: Ricardo Pérez Escamilla

Bibliotecas personales

■ El experto en arte mexicano mantiene abierta al público su colección de textos

Acervo que no se consulta no sirve: Ricardo Pérez Escamilla

■ Con sus propios recursos paga a seis jóvenes que lo auxilian en los servicios de orientación que presta

■ “Muchos sienten que tener gran cantidad de libros los hacen mejores o más cultos”

Mónica Mateos-Vega

Ampliar la imagen Ricardo Pérez Escamilla leyendo su colección de México en la cultura Ricardo Pérez Escamilla leyendo su colección de México en la cultura Foto: Carlos Cisneros

Ampliar la imagen Ricardo Pérez Escamilla y su perra Alegría, con algunos de los colaboradores que lo ayudan en su biblioteca especializada en arte mexicano  Ricardo Pérez Escamilla y su perra Alegría, con algunos de los colaboradores que lo ayudan en su biblioteca especializada en arte mexicano Foto: Carlos Cisneros

Ampliar la imagen Su prodigiosa memoria lo ayuda a encontrar el dato preciso entre los libros que cubren su casa Su prodigiosa memoria lo ayuda a encontrar el dato preciso entre los libros que cubren su casa Foto: Carlos Cisneros

Una biblioteca que no se consulta no sirve para nada. Ésa es la premisa desde la cual Ricardo Pérez Escamilla mantiene abierto a los investigadores, en su propia casa, su acervo conformado por poco más de diez mil libros, la mayoría dedicados al arte mexicano y popular.

Sin patrocinios externos, con sus propios recursos, robándole tiempo a su ya de por sí apretada agenda de trabajo como curador de exposiciones o asesor de un sin fin de proyectos, El lic –como le llaman con respeto sus amigos– mantiene un equipo de jóvenes colaboradores que ofrecen el servicio completo a quienes tienen el privilegio de hurgar esta colección única.

Consultoría e investigación; asesoramiento personal y corporativo en adquisiciones, ventas y espertizaciones; proyectos de curaduría académicos y editoriales; creación y desarrollo integral de exposiciones de arte, subastas y otros proyectos culturales. Ésa es la oferta de tan peculiar biblioteca personal.

Desde Octavio Paz hasta Raquel Tibol, Carlos Monsiváis o Francisco Toledo, pasando por decenas de museógrafos e investigadores, directores de museos y catedráticos nacionales y extranjeros han disfrutado de la hospitalidad de Pérez Escamilla, quien gracias a su memoria prodigiosa sabe exactamente qué libro contiene el dato, la imagen, la información necesarias para el estudio en turno.

“Cada libro en esta casa tiene su razón de estar”, dice don Ricardo al explicar que no tiene un volumen favorito: “mi biblioteca soy yo, es autobiográfica. Cada libro que tengo me ha dado una intensidad de vida única”.

Y es cierto. Si uno toma al azar cualquier ejemplar de la ya legendaria Biblioteca de Arte Mexicano Ricardo Pérez Escamilla (BARPE) descubre una joya, una maravilla, una sorpresa: litografías, impresos del siglo XIX, libros sobre arte barroco o renacentista, tratados de pintura, casi 20 mil revistas, muchas de ellas “incunables”.

Pérez Escamilla explica que “antes de que aparecieran en México los libros de arte, estuvieron las revistas y los periódicos, muchos de los cuales pasaron desapercibidos o tuvieron una vida efímera, pero son el producto del entusiasmo y el amor por el arte” que él comparte.

Ubicada en un espacioso departamento de la colonia Tabacalera, la biblioteca de Pérez Escamilla deslumbra a los visitantes no porque sea ostentosa o por su valor económico, sino por el contenido de cada uno de los libros o por la historia de cómo llegó cada ejemplar a las manos de su coleccionista.

Muchos fueron adquiridos en la Lagunilla, otros, rescatados de alguna librería de viejo o simplemente adquiridos con oportunidad y preservados con la visión de quien no olvida para compartir el conocimiento con las nuevas generaciones. Y eso sí, dice el investigador, “cuando compro un libro, así sea de matemáticas, es que tiene que ver con el arte”.

Don Ricardo explica que su acervo está hecho “sin dinero y sin tiempo, gracias a la pasión”, y que su experiencia al conservar durante tres décadas “viva”, es decir, abierta a la consulta, su biblioteca personal sólo se compara con la de mantener a una familia.

“Con mis propios recursos pago los salarios de las seis personas que colaboran conmigo (entre ellos Javier García Velázquez, Enrique Moreno Rodríguez, Dolores Alemón Santamaría y Víctor Manuel García Mirón). ¿Dinero para restaurar los libros? No, ni pensarlo, no me alcanza. Hago lo que puedo, los cuido como se me ocurre, con los tips que algunos amigos me dan, pero no tengo para financiar un proyecto de restauración permanente”, agrega el investigador.

En general, todos los libros lucen impecables, acaso algunos sufren el paso del tiempo o las travesuras de Alegría, la simpatiquísima perrita chihuahueña, compañera imprescindible de Pérez Escamilla, a la que le gusta mordisquear de vez en cuando el cuero del forro del Diccionario Enciclopédico de la Masonería.

En anaqueles, repisas, vitrinas o sobre las mesas están los volúmenes, de los que cuelga una especie de medallita con la clasificación del libro, para evitar tocarlos en lo posible a la hora de buscar un título en particular.

Casi todos tienen el ex libris (Adán y Eva cubriéndose con páginas de libros, en lugar de hojas de parra) que Pedro Fridenberg diseñó para don Ricardo, quien se enorgullece al comentar que en tres décadas de dejar que cientos de personas consulten sus libros “nunca se me ha perdido uno solo, quien viene aquí los cuida y me ayuda a tenerlos en buen estado”.

Pero ha habido investigadores que han omitido dar crédito al acervo, “como Ramón Reverte, quien no cumplió el compromiso que hizo conmigo cuando le facilité mis materiales. Pero no importa, son tonterías, el nombre de mi trabajo lo llevo en mi espalda y no me lo van a quitar”.

El nacimiento de una pasión

El amor de Pérez Escamilla por los libros nació cuando de niño llegó a sus manos el libro Fermín lee, ilustrado ni más ni menos que por Diego Rivera, uno de los artistas que más admira el investigador y sobre quien, bromea, “apenas tengo unos cien libros”.

Don Ricardo aún conserva ése, su primer libro, el cual prestó al Museo Nacional de Arte para la reciente exposición Diego Rivera ilustrador.

Cuando Fermín lee llegó a sus manos, recuerda, “no sabía leer todavía, el libro llegó a mi casa porque tenía dos hermanas mayores. Alguno de sus amigos ya había cursado el primer año de primaria y me lo regaló. A mí me pareció muy interesante, pues entonces se vivía y respiraba un nacionalismo muy fuerte.

“En la escuela tuve varios compañeros de piel muy oscura y de rasgos como de ídolo, pero nunca se decía que eran indígenas, ni sentíamos que entre nosotros había alguna diferencia. Ahora de adulto es que me doy cuenta de que tuve muchos compañeros indígenas. Aquel sentir era producto de un contacto con la cultura originaria viva de México, eran los años 40.

“Luego, debo de haber tenido 15 años y no sé cómo, pero ya tenía mi dinerito, entonces empecé a comprar libros. Cuando estaba en primero de preparatoria me entusiasmó mucho la revista México en el arte, publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes; ahí entré en contacto con los grandes de México, supe de Carlos Chávez, vi portadas de José Clemente Orozco, de José Chávez Morado, un dibujo de Lola Cueto, había diversidad y riqueza.”

No obstante, el coleccionista afirma que su entrada “por la puerta grande” a la vida artística de México fue por medio del suplemento México en la cultura del periódico Novedades, dirigido por Fernando Benítez entre 1948 y 1961.

“Lo consulté y leí semanalmente. Ahora es una pieza fundamental de mi biblioteca, lo mandé encuadernar y lo tengo completo en 14 tomos. Creo que no se ha escrito nada tan importante como lo que se publicó en este suplemento, aunque otros no cantaban mal las rancheras, por ejemplo, el de El Nacional era muy importante.

“Tuve mucho juicio en muchos aspectos; sabía que el suplemento de Novedades era un medio extraordinario porque ahí escribían los más grandes artistas, escritores, estetas, bailarines, conocedores del cine. Es un banco de imágenes, un documento que posiblemente supliría a una biblioteca completa para conocer el arte de la primera etapa del siglo XX.”

–¿Cómo tiene organizada su biblioteca?

–Falta mucho por hacer, pero tenemos secciones de arte prehispánico, arte popular mexicano, publicaciones de la UNAM, incluyendo los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas; historia de México, universal, diccionarios, monografías, tratados, estudios importantes de arte europeo, francés, inglés, español, arte latinoamericano, estadunidense.

“Libros para niños ilustrados por Angelina Beloff, José Chávez Morado, José Guadalupe Posada, Fermín Revueltas, María Izquierdo. Hay muchas secciones. Tengo aquí, por ejemplo, la mejor edición de la Enciclopedia Británica, es de colección, me dan tres enciclopedias británicas actuales a cambio porque ésta es la más fina que se hizo.”

–¿Qué destino tendrá esta biblioteca?

–Espero, antes de irme, que me dé tiempo de ubicarla en un lugar especial: tengo particular inclinación por el Museo Nacional de Arte (donde, por cierto, existe una sala con su nombre), porque desde que se fundó ese recinto he sido muy cercano. Pero si no se puede en ese lugar quisiera algún sitio donde estuviera garantizado, ante todo, que el acervo se va a poder consultar.

La cultura no es promoción

“Hay muchas bibliotecas personales importantes que están en manos de personas que sienten que éstas les crean una atmósfera de intelectuales, de gente rica y culta, pero si una biblioteca no se consulta no sirve para nada.”

Don Ricardo concluye que “durante el siglo XX el arte globalizó al mundo por su mensaje humanista. La gran presencia de México en el ámbito internacional ha sido a través del arte, pero nuestras autoridades, en principio por ignorantes, no han tenido conciencia de que éste es nuestro mejor embajador ante el mundo; entonces, sólo lo utilizan cuando se necesita firmar un tratado de libre comercio.

“Organizan un comité especial e improvisan una exposición espectacular para poder tener una presencia ‘digna’ ante otros países y poder convencerlos de que México es un gran país.

“Pero cuando no tienen otro interés piensan que el arte no produce, que no es negocio y entonces no se ocupan de lo que piensan que no tiene sentido utilitario convencional. Siguen sin entender algo que yo descubrí hace muchos años: que sin arte un país no tiene alma.”

Para entrar en contacto con la Biblioteca de Arte Mexicano Ricardo Pérez Escamilla se puede escribir al siguiente correo electrónico: [email protected].

 
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