Usted está aquí: domingo 9 de marzo de 2008 Opinión La bolsa o la vida

Bárbara Jacobs

La bolsa o la vida

En 1987 Alberto Ruy-Sánchez y yo recibimos el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores por nuestras respectivas novelas Los nombres del aire y Las hojas muertas. Yo dediqué mi agradecimiento al tema del verdadero valor de las cosas que, según veo 20 años después, sigue siendo el mismo motor que alerta y pone en marcha mi conciencia frente a todo en general, pero en particular frente a los premios literarios. Mientras que el premio lo ganó y lo tiene cada uno de los dos premiados que fuimos en aquella ocasión, el monto económico con que en aquel momento se representaba el galardón lo compartimos. No dudé ni he dudado en saber desde entonces cuál era, es, el verdadero valor del premio que recibí y asumo con creciente estima.

Lo que me configura a mí ese valor verdadero es saber que junto con Alberto ingresaba a una tradición de más de tres décadas de antigüedad y que contaba con premiados como Juan Rulfo, Octavio Paz, Josefina Vicens, Rosario Castellanos, Elena Garro, Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Fernando del Paso, José Revueltas, Juan García Ponce, Eduardo Lizalde, Carlos Montemayor, Gabriel Zaid, Hugo Hiriart, Jaime Sabines, Ernesto Mejía Sánchez, Esther Seligson, José Emilio Pacheco, Tomás Segovia, Héctor Azar, Julieta Campos, Carlos Fuentes, Efraín Huerta, Augusto Monterroso, José Vázquez Amaral, Jorge Enrique Adoum, Silvia Molina, Amparo Dávila, Luis Mario Schneider, José Luis González, Emiliano González, Inés Arredondo, Alí Chumacero, Sergio Pitol, Serge I. Zaitzeff, Carlos Illescas, Jomí García Ascot, Margo Glantz, Carmen Alardín; tradición que habría de crecer y contar además con Álvaro Mutis, Carmen Boullosa, Guillermo Sheridan, José Luis Rivas, Emilio García Riera, Marco Antonio Campos, Francisco Hernández, Carlos Monsiváis, Jaime Labastida, Ignacio Solares, Juan Villoro, Coral Bracho, Pedro Ángel Palou, Christopher Domínguez, David Huerta y Alejandro Rossi; tradición que, felizmente fiel al refuerzo de sus propios principios, habría de prosperar todavía más cuando, a 52 años de su fundación, cifra decisiva en la cultura de México donde Alicia y Francisco Zendejas lo crearon, da hoy la bienvenida en sus filas a Elsa Cross y Pura López Colomé, poetas, traductoras y ensayistas que comulgan con el cuerpo y el espíritu, con la Tierra y con los Astros, con Jim Morrison y Ravi Shankar.

No es una lista completa, pero mi selección transmite las ondas suficientes para integrar lo que para mí configura el verdadero valor del Premio Villaurrutia, que es el tema de estas líneas. Entre los premiados que han ido trazando y subrayando el valor de este reconocimiento hay narradores, poetas, ensayistas, traductores, dramaturgos y críticos, tanto mexicanos de primera o milenaria generación, como extranjeros, tanto visitantes transitorios o asentados, como inmigrantes y exiliados, pero con el denominador común de que ha sido la circunstancia de haber publicado en el año y en México una obra diversa en género, estilo y asunto, pero de indiscutible calidad literaria. No hay un solo nombre que desmerezca el honor; al contrario, basados en su obra y en su trayectoria, todos respaldaban y siguieron o han seguido respaldando el merecimiento con creces. Ganadores de diversos otros reconocimientos, anteriores o posteriores a éste, nacionales o internacionales; al frente de carreras literarias tenazmente intachables de simples escritores, o con puestos académicos, diplomáticos, editoriales o culturales de honrosos a honrosísimos, con su obra y su vida los premiados son el oro y la plata que resguarda el verdadero valor del Premio Villaurrutia, ellos y su obra, no el fluctuante monto económico que lo ha ido representando a través del tiempo y que se ha ido otorgando de forma individual o grupal.

El perfil diverso de esta población de premiados, unido en la maestría de su obra, es la aleación que preserva el verdadero valor del premio, como los metales en las primeras monedas en la historia del dinero, que nacieron en Lydia, un pueblo del Asia Menor en las costas del mar Egeo, entre las de los actuales estados de Grecia y Turquía, en el siglo VIII antes de Cristo.

La propia cultura mexicana es el Alejandro Magno que acuña y unifica en la moneda de este premio pesos y tamaños de escritores cuyo verdadero valor a su vez retroalimenta dicha riqueza. El Premio Villaurrutia es el voto de los premiados; la voz se las otorga la resonancia que provocan en el lector.

 
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