Usted está aquí: sábado 8 de marzo de 2008 Opinión Pemex: de la expropiación a la apropiación

Gustavo Gordillo
http://www.gustavogordillo.blogspot.com

Pemex: de la expropiación a la apropiación

El signo de los tiempos entonces. En los 90 presenciábamos la caída del muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética, el renovado crecimiento económico en Estados Unidos, las transiciones democráticas en África, Asia y América Latina. Algunos decretaban el fin de la historia y otros la hegemonía del mercado. El lanzamiento de las reformas estructurales transportaban un mensaje simple: liberar al mercado.

El signo de los tiempos ahora. Casi 20 años después la situación es distinta. El ataque terrorista a las Torres Gemelas y luego la guerra en Irak han dañado la convivencia internacional. Una enorme concentración de riqueza y poder en unos cuantos; mientras que muchas mayorías se han visto desposeídas de recursos y capacidad para decidir. Se daña la convivencia social. El mercado es visto por muchas mayorías como una amenaza. Algunas minorías han sustituido monopolios públicos por monopolios privados. El signo de nuestro tiempo parece bastante ominoso: fragmentación, ausencia de puentes de entendimiento.

¿Cuáles reformas para este tiempo? Dado estos cambios profundos habría que desechar las inercias de los 90. No sólo por razones políticas sino también prácticas. Reformar es la vía para generar cambios en democracia. Ninguna reforma está grabada en piedra. No se puede proceder por decreto. Se requiere deliberación en la plaza y en los congresos. No hay mayorías automáticas. Hay posiciones fuertemente discrepantes sobre las reformas sectoriales y sobre la reformas macro que ya fueron implantadas. Frente al fundamentalismo de mercado se alzan no sólo reformadores que buscan más libertad y más justicia, sino también conjuntos camaleónicos que buscan una restauración conservadora.

Debatir Pemex. Este es el momento de una deliberación clara y precisa. Por lo que representa Pemex en el imaginario social, en nuestra historia, y en nuestra economía, una auténtica deliberación pública puede desatar los nudos de la inercia y de la parálisis política. Más que voluntad se necesita una clara lectura de los tiempos.

Pemex, las expropiaciones. La expropiación de 1938 dirigida por el general Lázaro Cárdenas convirtió a Pemex en un patrimonio nacional, de todos lo mexicanos. Desde entonces ese ha sido el discurso oficial de casi todos los actores políticos y sociales. Pero desde hace décadas Pemex ha sido la fuente de enriquecimiento de funcionarios públicos, líderes sindicales y partidos políticos. Con todo y la vehemencia con que defendían a las empresas públicas Rafael Galván y Heberto Castillo ambos señalaban las desviaciones y distorsiones en su manejo. Han sido las nodrizas de este capitalismo de compadres que tenemos. Los cuantiosos recursos que genera Pemex y que le confisca el gobierno federal ha sido el principal factor que evita encarar uno de los retos centrales en nuestro país: una reforma fiscal que grave de manera equitativa a los que obtienen mayores ingresos. Pemex ha sufrido una segunda expropiación: expropiada por el sector financiero y algunas elites políticas.

Pemex, de la expropiación burocrática a la apropiación ciudadana. Se requiere regresar Pemex a una situación de propiedad nacional. Deben obligarse gobierno y causantes mayores a asumir la necesidad de una reforma fiscal progresiva. Pero el gobierno tiene que poner el ejemplo con una auténtica –no populista, ni irresponsable– política de austeridad. La autonomía de gestión para Pemex también obliga a reformas internas profundas. Eliminar los contubernios entre la dirección de la empresa y del sindicato. Finalmente los ciudadanos requieren formar parte de las decisiones estratégicas que involucren a Pemex. Sin demagogia pero tampoco con engaños.

Si en lugar de lo anterior se buscan atajos políticos o fórmulas mágicas o golpes de mano habremos perdido una enorme oportunidad como nación y como sociedad.

 
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