Por Patricia Volkow *
Hace algunos años comentaba con
Mario Bronfman, el director de la
Fundación Ford en México, las dificultades
y dilemas a los que me enfrentaba como
médico clínico en la atención de pacientes
con VIH/sida. Se trataba de un caso particular:
un donador de sangre que había resultado
reactivo a una primera prueba de detección
del virus y que se negó a regresar al Instituto
Nacional de Cancerología para una segunda
muestra. Le enviamos varios telegramas a
su domicilio invitándolo a presentarse, pero
quien finalmente llegó a mi oficina, toda preocupada,
fue su esposa. En ese momento me
surgió una pregunta: ¿hasta dónde debe llegar
la confidencialidad? Ella quería saber la razón
de los telegramas, la esposa directamente
expuesta, vulnerable. Bronfman usó una frase
que describe con exactitud la situación: “El
sida nos enfrenta a los infiernos de la ética”.
De nosotros los médicos se espera una
actitud ética, es decir, buscar o procurar el
bienestar o al menos provocar el menor daño
a quien nos solicita asistencia o ayuda. Sin
embargo, existen varios principios éticos que
pueden, en un momento dado, entrar en
conflicto: la beneficencia, la justicia, la autonomía.
Siempre se busca el bienestar del
paciente y evitarle daños. En muchos países
desarrollados se ha privilegiado la autonomía
del paciente —su derecho a la confidencialidad
y al consentimiento informado—, al
grado de considerar que el médico debe estar
comprometido firmemente y de manera primaria
con su paciente, dejando de lado a otros
posibles sujetos amenazados. Por otro lado, la
salud pública también requiere de justicia; hay
ejemplos claros, como los de pacientes con
tuberculosis multiresistentes que no siguen el
tratamiento y que son recluidos por resultar
un peligro para la salud pública.
En el caso que describo, la esposa del
donador buscaba ayuda, estaba muy preocupada.
Me dijo: “Doctora, tengo hijos”. Darle un
resultado aun no confirmado, pero altamente
probable de ser positivo, iría contra la confidencialidad
de la persona establecida en la
Norma Oficial Mexicana para la prevención y el
control del VIH/sida. Pero entonces, en aras de
conservar la confidencialidad, dejaba a esta
mujer en total indefensión. La conducta del
esposo, de no presentarse a conocer el resultado,
reflejaba una actitud de negación total.
La solución no fue fácil, pero sin duda no iba
yo a dejar desprotegida a esta mujer y a sus
hijos. Le comenté cuáles eran los exámenes
que se le realizan a alguien que dona sangre;
ella entonces me expresó su preocupación de
que su esposo estuviese infectado, por lo que
le sugerí que ella se hiciera la prueba y que se
protegiese usando condón. Su prueba salió
negativa. Él nunca acudió.
El médico como comunicador
Como médicos, nuestras palabras pueden
dar esperanza o consuelo a un enfermo, pero
también pueden matarlo. Podemos decir lo
mismo, pero la diferencia está en la forma
como lo decimos, en el impacto que tienen
nuestras palabras en el paciente. La importancia
de saber comunicarnos con nuestros
pacientes es un tema que nadie nos enseña
en la escuela de medicina. Son las experiencias
de la propia vida —el ejemplo de los profesores,
los consejos de los colegas, las reacciones
de nuestros pacientes y sus familiares, el
sufrimiento del otro visto de frente, su llanto,
el derrumbe de la persona que tenemos
enfrente— las que nos enseñan y moldean
nuestra forma de dar noticias para no causar
más daño. A veces me pregunto, cómo puede
cualquiera que se diga médico ser capaz de
decirle a un paciente: “Usted tiene sarcoma de
Kaposi, es un cáncer, ya ni para qué se trata.
Se va a morir”. No es una frase inventada, es el
testimonio de un paciente que hoy está vivo,
en remisión completa del sarcoma, que se
reincorporó a su actividad laboral apenas ocho
meses después de que aquel médico lo había
sentenciado a muerte.
Por el poder que tienen, las palabras emitidas
por el médico están cargadas de un valor
adicional. Por ello, nuestra forma de comunicación
debe estar vinculada al código de
ética hipocrático, y no debiera provocar daño
alguno. Las técnicas de comunicación son un
tema que debe abordarse en la currícula de las
escuelas de medicina y enfermería.
Los médicos tenemos el privilegio de
poder ayudar a las personas. La información
que proporcionamos le permite al paciente
tomar una decisión. Lo dice una paciente, “la
información te da el poder, el poder de tomar
la mejor decisión para tu vida”. Y en materia
de enfermedad y tratamiento, la información
la proporciona el médico.
Para ser ética, la información debe tener
un contenido científicamente avalado, sobre
Ética y poder en la
atención médica
* Médica especialista del Instituto Nacional de Cancerología.
todo cuando se trata de una recomendación
terapéutica —por ejemplo, cuándo iniciar un
esquema antirretroviral—, pero además debe
darse tomando en cuenta al individuo en sus
circunstancias, en su modo de vida, en su
gravedad, en sus condiciones biológicas, y no
permitir que sea la propaganda mercantil de
una u otra compañía, o las prebendas dadas
u ofrecidas por éstas las que guíen la prescripción.
La comunicación con el paciente es
parte fundamental del éxito de los tratamientos.
También debemos tomar en cuenta el aspecto
económico, por ejemplo: el uso de fármacos
de segunda línea en esquemas de primera no
sólo incrementa los costos de manejo sino que
consumen, en ocasiones, opciones terapéuticas
para el futuro. Si podemos tratar más pacientes
en forma correcta a menor precio es obligación
del médico la optimización de los recursos
generados por la sociedad en su conjunto.
Retorno a la medicina humanista
Los médicos en nuestro ejercicio profesional
enfrentamos constantes dilemas, pruebas, acechanzas
a nuestra actitud ética. En una sociedad
regida por la economía de mercado, los valores
se desvanecen frente a los beneficios materiales.
Los médicos sufren verdaderos embates
en su quehacer ético. Las técnicas mercantiles
de promoción de ventas han alcanzado la
esfera del ejercicio médico. Se valen de todo,
de reuniones sociales disfrazadas de ciencia, de
objetos promocionales, de pseudo investigaciones
de fase IV con medicamentos que, inclusive,
ya no aparecen en las guías internacionales. La
situación alcanza dimensiones graves debido
también a la situación laboral de muchos médicos,
que después de una formación académica
prolongada reciben salarios absurdamente
bajos. Sin ser justificación, el sistema vuelve a
los médicos sujetos fáciles de estas prácticas
mercantiles, al no proporcionarles remuneración
adecuada y justa. Frente a condiciones de
estrechez económica y de necesidades materiales
básicas no resueltas, el sistema debilita las
estructuras morales de sus médicos.
Por último, quiero regresar a la esfera del
hospital, del consultorio. El VIH dio pie también
para que habláramos del maltrato en los servicios
de salud, una situación no exclusiva de los
pacientes con VIH/sida. La falta de calidez es
un problema creciente en la atención médica
moderna. Cualquier enfermedad coloca al
paciente en una posición de vulnerabilidad
frente al trabajador de la salud, y esto sólo
puede mejorar si regresamos a un ejercicio
más humanista de la medicina, promoviendo
la relación médico-paciente, mejorando las
formas de comunicación y la capacidad técnica
y científica de médicos y enfermeras.
Considero que las actitudes despóticas, prepotentes
y frías son promovidas por la ignorancia
y el desconocimiento de los trabajadores
de la salud. Si ellos no entienden los problemas
que tienen enfrente, se sentirán incapaces de
resolverlos, lo que propiciará una actitud defensiva,
a veces inclusive violenta. Tenemos que
regresar a la medicina humanista, es parte de la
lucha contra el sida, es parte de la lucha por la
dignidad del ser humano. Por la vida.
* Médica especialista del Instituto Nacional de Cancerología. |