Por Juliana González Valenzuela*
La cuestión relativa al aborto es esencialmente
controvertida. Como se sabe,
unos argumentan sin fin que el aborto
es moralmente inadmisible y jurídicamente
penalizable debido a que representa un
homicidio, pues desde el momento de la
concepción el embrión ya es en esencia un
ser humano poseedor de toda clase de protección
moral y jurídica. Otros razonan, por su
parte, defendiendo lo opuesto: que en estadios
primitivos del embarazo no se ha desarrollado
plenamente un ser humano; el aborto,
aunque no deseable por sí, no es homicidio y
su penalización debe ser abolida.
Como es fácil advertir, la antinomia responde
en el fondo al hecho de que no está
aprobado ni científica, ni filosófica, ni racionalmente
que exista un momento en el proceso
embrionario en que comience el ser humano y
mucho menos está probado que tal momento
sea el de la concepción. ¿Cómo responder a
esta disyuntiva?
Habrá que comenzar por reconocer el
hecho de la pluralidad y de la diversidad de
la existencia humana y en particular la pluralidad
de las morales. No existe una moral, la
única posible y la única válida. Las morales
son, por necesidad, plurales, como lo son en
realidad todos los hechos humanos. Pero,
¿cómo aceptar, respetar e, incluso, promover
la diferencia, y al mismo tiempo apostar por
una opción que se juzga verdadera? ¿Cómo
incluir y excluir al mismo tiempo?
El ser no es esencia
En la Edad Media, teólogos y filósofos discutían
el tema de si la animación era inmediata
o si la animación se retardaba. De hecho lo
que ocurre en nuestro tiempo es una especie
de reiteración de esta polémica. Es la misma
cuestión: cuándo se da la “animación”, o sea,
cuándo se da el hecho humano como tal, ¿de
manera inmediata o de manera retardada?
Para las posiciones filosóficas y científicas se
trata de un momento posterior a la concepción.
En efecto, la cuestión es encontrar esas
notas definitorias de lo que es la persona
humana y saber cuándo éstas aparecen en el
desarrollo embriológico. Tiene que haber unas
condiciones mínimas para desarrollar una vida
psíquica propia del hombre. Lo humano se
define por la condición de persona y ésta a
su vez es definida por la razón, el lenguaje,
las acciones intencionales, etcétera, y no por
sus meras funciones vegetativas o animales.
El signo mínimo para hablar de persona sería,
para todas estas concepciones filosóficas y
científicas, la formación de la corteza cerebral
que se da aproximadamente a los tres meses
del embarazo. Aunque también hay quienes
defienden que el momento será el de la viabilidad
del feto.
Pero más allá de estas posiciones, se hace
patente que la cuestión del cuándo depende
de la cuestión del qué es: una cuestión ontológica.
Parece haber una especie de encadenamiento,
en donde se condena el aborto
porque es homicidio, y es homicidio porque
ya hay hombre desde el momento de la
concepción. Y esto es así porque el ser es definido
como esencia, es decir, el ser humano,
su esencia, es inmutable, subsiste idéntico a
sí mismo, más allá del espacio y del tiempo,
más allá de la situación, la cualidad, la relación,
etcétera. El fundamento es el dualismo entre
sustancia y accidentes, y en general entre
esencia y existencia.
opinión
Por qué no debemos penalizar
el aborto
Más allá de las consideraciones religiosas,
respetables absolutamente por ellas mismas,
lo que está en la base es el esencialismo
metafísico. De ahí la tesis de la eternidad e
inmutabilidad sustancial del embrión, desde
el primer instante. La fortaleza de esta tradición
esencialista se debe, entre otras cosas, a
que ella constituye una respuesta a las grandes
interrogantes planteadas por hechos
universales, tales como la permanencia y el
cambio, la unidad y la multiplicidad, la identidad
entitativa, la temporalidad, etcétera.
Pero en el presente no se puede aceptar la
equivalencia entre ontología y esencialismo,
por el contrario, la ontología contemporánea
pone en crisis el esencialismo, como lo
ponen en crisis también las ciencias de la
actualidad.
La embriología muestra que el embrión
tiene fases evolutivas y diferentes estadios
biológicos, y en este sentido, en cualquiera de
sus etapas de desarrollo el embrión merece el
mismo respeto que se debe a toda vida posible.
Cualquier momento del embrión merece
el mismo respeto que cualquier ser vivo vegetal
o animal. No puede ser éste el criterio, la
vida es un hecho universal que compartimos
todos, los humanos y los no humanos.
Respuestas mirando a la ciencia
Cómo desentenderse de las revoluciones
científicas de nuestro tiempo, cómo prescindir
de ellas o abstraerlas, cómo soslayar el
nuevo saber del hombre, que proporcionan
la biología evolutiva, la biología molecular, la
genómica, la embriología, las neurociencias en
todas sus modalidades. Cómo prescindir de las
propias revoluciones de la historia misma de la
filosofía. Cómo dar la espalda a las revoluciones
sociales, culturales y morales de nuestros
dos siglos, el pasado y el nuestro. Cómo soslayar
los alcances esenciales de una marcha
hacia la igualdad y la dignidad humanas, de
la mujer, de los negros, de los indígenas, de
los migrantes, de las minorías. ¿Es posible
soslayar el hecho del multiculturalismo, de los
cambios de la moral sexual, del avance progresivo
e irreversible de la democracia? ¿Acaso
estas grandes transformaciones dejan intacto
nuestro ser, de modo que la “esencia” perdure
imperturbable y fuera de la realidad?
La situación no es un mero accidente que
deja intacta la significación sustancial de los
fenómenos humanos. Visto en situación, visto
en contexto, el aborto, aunque pueda juzgarse
mal de por sí, puede ser mucho peor. Hay
de hecho un mal mayor cuando el aborto se
lleva a cabo en condiciones inhumanas, en
todos sentidos inaceptables. Es lugar común
insistir en que no es lo mismo un aborto realizado
dentro de una clase social y un estatus
económico favorecido y el que se realiza en
condiciones sociales de pobreza, y con ella de
ignorancia e impotencia, de sumisión pasiva
a la naturaleza. O sea, en condiciones absolutamente
negativas, contrarias a la salud y a la
vida misma de las madres.
Mucho peor que el aborto es, entonces, la
manera de abortar, las condiciones de riesgo
en que se lleva a cabo y que lo convierten en
un hecho doble o triplemente negativo, pero
también dentro de cada contexto situacional
concreto, la no interrupción del embarazo
puede resultar objetivamente un mal mayor,
no sólo porque, como es obvio, contribuye
a uno de los hechos más graves de nuestro
mundo que es la sobrepoblación, sino porque
particularmente en situaciones de pobreza,
puede expresar la aceptación fatalista del
embarazo, consolidando un estado de existencia
en que la biología se torna ineludible,
restándole particularmente a la mujer la capacidad
de asumirse como un pleno ser humano
capaz de trascender lo meramente natural y
de trascender la fatalidad biológica decidiendo
sobre su propia vida y su propio cuerpo.
Para el ser humano, desde una perspectiva
estrictamente humanista laica, no basta la
vida, sino la cualidad y la calidad de la vida, Y
la calidad de la vida gravita inequívocamente
en el ejercicio de la autonomía, de la libertad.
Hablar de pro choice —pro elección— implica
en realidad hablar de pro dignidad, pro igualdad
y pro humanidad de la mujer. Se trata de
la sacralidad de la vida, sí, pero de la sacralidad
de la vida humanizada, de la vida viva, como la
designó Aristóteles. La vida que se hace ama
y no esclava de la vida biológica, meramente
natural. En este sentido la procreación humanizada
no puede dejar de ser un acto libre. Cabe
concluir así, que desde la perspectiva ético
social y con fundamento en una ontología
crítica actual, es ciertamente indispensable no
omitir o abstraer el contexto social, económico,
educativo, cultural. No omitir la conciencia
de esa situación que hace que un gran número
de mujeres en una sociedad en la que priva
la desigualdad, se vean forzadas a realizar el
aborto en condiciones en que, por el carácter
penalizado y clandestino, son, como todo el
mundo reconoce, ostensiblemente contrarias
a su propia vida, a su salud y a su dignidad.
Despenalizar el aborto, dentro de las restricciones
temporales adecuadas, no implica
pues estar a favor de la destrucción de la vida,
sino todo lo contrario. Es estar a favor de la
vida. De la vida humana. A favor de la libertad
y de los derechos humanos de toda mujer,
así como a favor de la calidad de vida que
de manera realista se puede ofrecer a quien
llega a ella.
* Doctora en Filosofía. Profesora Emérita de la Universidad Nacional Autónoma de
México y consejera de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Este texto es
un extracto de la ponencia “Razones éticas y ontológicas contra la penalización del
aborto”, leída en el seminario de discusión “Aborto: un debate abierto”, realizado
en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en enero pasado. |