Ecos
Por Joaquín
Hurtado
—Hemos aprendido la lección. La palabra
esperanza no sólo es de mal gusto, sino de
mala entraña decirla aquí, a quemarropa, en
este inmundo cuchitril sin ventanas hacia un
mañana:
—Señorita enfermera, no me hable con ese
hocico lleno de babas compasivas, como si aún
quedaran niños guapos para mí, como si me
estuviera regalando un boleto sin retorno para
escapar de sus dulces y estúpidos ojos de vaca.
—¿Y va a venir su madre?
—¿Entonces el tumor no era benigno,
está usted seguro?
—Ayúdeme a hacer una llamada a casa,
tienen quince días sin venir.
—¿Ya se murió el de la cama 224?
—¿Por qué gritaba el viejillo travesti en
dermatología?
—Dicen que ya encontraron la cura para
esta fregadera, pero sólo la aplicarán a las
señoras embarazadas.
—La Sensaciones se niega a tragar esa
comida para gatos, ¡qué fina salió la loca
piojosa!
—El machín de San Luis nos estaba platicando
bien molesto que el enfermero de la
noche le aventó los perros. El machín, muy
mamón, lo reportó con la jefa de piso. No
aguantan nada esos indios desgraciados.
—El arquitecto tiene un mes esperando
que venga su marido a sacarlo. Ojalá que su
viejo se apure porque no falta mucho para
que al arqui lo manden a la fosa común.
—La trabajadora social nos ha exigido a
los terminales que recibamos al sacerdote. Yo
me negué, le dije que era mariguano satánico
y devoto de la Santa Muerte. Desde entonces
no me dirige la palabra.
—Pablito les manda decir con todo respeto
que no sean ustedes culeros, que él
está sidoso por una transfusión. Que no es
gay, que sabe inglés y francés y que al salir
le den chamba porque él es el único sostén
de su casa.
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