Paraguay en la hora de los cambios
El candidato de centroizquierda Fernando Lugo sigue siendo el favorito para ganar las elecciones presidenciales paraguayas del próximo 20 de abril. Según los sondeos divulgados esta semana, mantiene considerable ventaja sobre la oficialista Blanca Ovelar, candidata del Partido Colorado, y del ex militar golpista Lino Oviedo, de la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (Unace). La crisis y el descrédito del partido oficialista, que afronta denuncias de corrupción y sufre una fuerte división interna, dibujan un escenario abierto a un gobierno diferente luego de seis décadas de hegemonía colorada.
Lugo es apoyado por una amplia concertación de partidos, desde el Liberal hasta una decena de fuerzas socialdemócratas y de izquierda fragmentadas en un total de 15 listas. Aun en caso de triunfar, Lugo deberá lidiar con un Parlamento de mayoría colorada que le hará difícil, si no imposible, impulsar los cambios que promete. En cualquier caso, para un país sumido en la pobreza, la corrupción y el dominio de un aparato estatal partidizado, con unas fuerzas represivas omnipresentes en la vida cotidiana, un cambio de gobierno es visto por la población como un primer paso para emprender un nuevo rumbo.
Tres razones explican el ascenso de la candidatura opositora. La debacle colorada se agudizó luego que el presidente Nicanor Duarte tomara distancia de su tradicional alianza con Estados Unidos. La potente diplomacia brasileña jugó un papel decisivo en ese viraje, al enviar claras señales de que no va a tolerar la presencia de tropas estadunidenses en la frontera, donde la represa hidroeléctrica de Itaipú abastece 20 por ciento de la energía que consume Brasil. Los acuerdos energéticos con Bolivia y Venezuela también jugaron su papel para impulsar a Duarte a tomar distancia de Washington.
Pero fue la grosera injerencia del embajador estadunidense, James Cason, la que provocó una crisis en las relaciones entre ambos países. El pasado 16 de diciembre se celebraron elecciones internas del Partido Colorado para escoger al candidato a la presidencia. Duarte puso todo el aparato estatal en apoyo de Blanca Ovelar, mientras Cason jugó fuerte a favor del vicepresidente Luis Castiglioni, amigo personal de Donald Rumsfeld y representante del lobby de la soya, el principal rubro exportador de Paraguay. Ganó Ovelar por un estrecho margen, en medio de acusaciones de fraude.
A partir de ese momento se registraron duros cruces entre el oficialismo y el embajador, que llegaron a los insultos. El propio Duarte señaló que se siente más cercano de Hugo Chávez que de George W. Bush. Todo indica que la opción de Paraguay por poner distancia con Washington y estrechar alianzas con sus vecinos se va a mantener, ya que los tres candidatos con oportunidad, Lugo, Ovelar y Oviedo, vienen mostrando afinidades con Brasil, el país que desde hace décadas tiene una poderosa pero prudente influencia en Paraguay, capaz de determinar su política exterior.
En tercer lugar, ha sido la pujanza de los movimientos sociales, en particular los campesinos, a lo largo de los 19 años de democracia, lo que ha abierto las puertas a un gobierno como el de Lugo. Desde el fin de la dictadura de Stroessner, en 1989, los movimientos campesinos le cambiaron la cara al país. Paraguay tiene la peor distribución de la tierra en el continente: uno por ciento de los propietarios concentran 77 por ciento de la propiedad; 40 por ciento de los agricultores, con menos de cinco hectáreas, tienen apenas uno por ciento. Existen 350 mil familias sin tierra, mientras 351 propietarios concentran 9.7 millones de hectáreas. Paraguay es el cuarto exportador mundial de soya, que ocupa 64 por ciento de la superficie agrícola del país.
Pese a la represión –cien muertos y 2 mil procesados– los campesinos no han dejado de movilizarse, y en 2002 consiguieron frenar las privatizaciones de empresas estatales. Lugo fue obispo de San Pedro, una de las zonas más candentes en la lucha por la tierra, donde apoyó activamente las ocupaciones y la resistencia al avance de los monocultivos de soya, que expulsan cientos de miles de pobres del campo. El éxodo rural es impresionante: en 1989 la población rural era 67 por ciento; ahora ronda 30 por ciento. Casi 2 millones de campesinos se hacinan en la periferia de Asunción o emigraron a Buenos Aires o a España.
Pero los movimientos campesinos están divididos y partidizados. Aunque formaban un solo bloque al terminar la dictadura, con la democracia llegaron las rupturas y cada sector optó por crear un partido o vincularse a los ya existentes. Son muy pocas las ocasiones en las que coordinan acciones ante un enemigo que no ha dejado de fortalecerse. Ganaderos y plantadores de soya, aliados con jefes policiales locales y grupos paramilitares, forman una red de intereses que trabaja en la expulsión de las familias campesinas para ampliar cada año la frontera agrícola. En la campaña electoral la fragmentación de los movimientos se agudiza, alcanzando también a los urbanos. Uno de los más importantes, Cobañados (Coordinadora de Organizaciones Sociales y Comunitarias de los Bañados de Asunción), acaba de romperse, ante el manejo sectario de algunos partidos de izquierda.
Quizá con el triunfo de Lugo comience una nueva etapa en la vida política de Paraguay. En el escenario regional, con su gobierno se fortalecerán las tendencias a la integración y las dificultades de Washington serán aún mayores. Paraguay jugaba un papel preponderante en el esquema imperial, consistente en rodear a Brasil y Argentina con su presencia militar. Qué país ocupará el lugar vacante es aún una incógnita. Lo que suceda en el escenario nacional es aún más difícil de prever. Entre los paraguayos de izquierda hay dos visiones contrapuestas: los que aseguran que Lugo realizará cambios a favor de los sectores populares, y quienes estiman que su gobierno fracasará por el boicot conjunto del aparato colorado y del imperio, provocando caos político y social. Las espadas están en alto y el papel de los movimientos sociales puede ser, una vez más, decisivo.