Dos veteranos de la revolución lo definen como un padre siempre pendiente de sus hijos
Íntimos de Raúl Castro destacan diferencias de carácter con Fidel
El nuevo líder es el típico cubano, conversador, bromista, bailador, gustador de ron...
Ampliar la imagen Raúl Castro (a la izquierda en el podio), luego de haber sido electo por la Asamblea Nacional del Poder Popular, presidente del Consejo de Estado cubano. El flamante dirigente ha mostrado un nuevo estilo de gobernar basado en un liderazgo compartido Foto: Ap
La Habana, 24 de febrero. “Un padre preocupadísimo por la educación y el cuidado de sus hijos. Un hombre criollísimo, afable, atento, chistoso, con un carácter muy abierto y profundamente humano”: así describieron a Raúl Castro dos veteranos de la revolución que conocen muy de cerca al ahora presidente de Cuba.
José Ramón Fernández, hasta ahora vicepresidente del Consejo de Ministros y su esposa, Asela de los Santos, publicaron el 2 de junio de 2006 un extenso testimonio personalísimo sobre el menor de los Castro.
Entre otras imágenes, el texto incluyó una de Raúl con su esposa, la desaparecida Vilma Espín y los cuatro hijos de la pareja, Déborah, Nilsa, Mariela y Alejandro, en una íntima reunión familiar.
Esos testimonios claramente formaban parte de la exposición paulatina de los perfiles del que sería, en un plazo entonces incierto, el nuevo líder cubano. Los relatos y las imágenes podrían ser los de cualquier otra familia, pero en Cuba resultaron excepcionales porque hasta ahora no se conoce aquí uno similar de Fidel Castro.
“Raúl siempre ha encontrado tiempo para atender a su familia y preocuparse por la educación de sus hijos”, escribieron Fernández y Asela en el artículo, publicado en Granma.
Al día siguiente Raúl cumplió 75 años. Dos meses más tarde asumió provisionalmente el mando del país y casi dos años después ha sustituido en la jefatura de Estado y de gobierno a su hermano mayor.
Desde el título del artículo (“Cercanía de Raúl”), destacado en su portada, Granma indicó tácitamente la dirección en la que transcurre el texto: algunos contornos personales del actual mandatario, visibles y ordinarios, en contraste con los de su antecesor, quien ha mantenido en secreto la mayor parte de su vida privada.
Confesiones en público
Quizá nunca Raúl habló tan claramente de la visión personal de su hermano mayor ante un auditorio tan numeroso, en una sesión que se estaba transmitiendo en vivo, en cadena nacional de radio y televisión. Fue el 20 de diciembre de 2006, en la clausura del séptimo Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Recordaba sus diferencias de temperamento con Fidel y llegó al día en que se quemó la casa paterna, en el poblado de Birán, en la actual provincia oriental de Holguín.
El 3 de septiembre de 1954, el gallego emigrante Angel Castro, padre de Fidel, Raúl y otros cinco hermanos, se quedó dormido y dejó sobre la mesita de noche un puro encendido. Horas más tarde, las llamas habían consumido la casa de pino.
Fidel y Raúl estaban presos en la Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud) por el frustrado asalto al cuartel Moncada de 1953. El menor de los Castro escuchó de pronto en un noticiero de radio: “Todas las desgracias vienen juntas. A don Angel Castro un incendio le destruyó totalmente su casa…”
“Yo di un salto en la cama”, relató Raúl en la reunión de la FEU. “Quedé sentado y digo: Fidel, que se quemó la casa…”
Fidel estaba leyendo y sin despegar la vista del papel respondió secamente: “¿Y qué?”
–¿Cómo que y qué? ¡Que se quemó la casa, chico! –insistió Raúl
–¿Y qué? –repitió Fidel. Y siguió leyendo…
Más allá de la anécdota, los testimonios acumulados durante casi medio siglo apuntan a dos configuraciones personales muy distintas. Se dice que Raúl es el típico cubano, conversador, bromista, bailador y gustador de ron, que gusta de volcarse íntegramente en el trabajo en el tiempo previsto, para ocuparse en otro momento de su familia. Fidel es el hombre involucrado por completo en la política, y al parecer en la mayor parte de su vida casi no ha habido tiempo para otra cosa.
Dos estilos
Aquella noche, con la FEU, Raúl se extendió en ejemplos. Era un tenso diciembre en el que Fidel había dejado de aparecer en fotos o en videos, ni firmaba escritos ni recibía visitantes extranjeros. El sucesor parecía estar aclimatando el ambiente para la época que sobrevendría, tarde o temprano.
Raúl pidió entonces a los jóvenes aprender a discutir y a discrepar y les dijo que las grandes decisiones en las fuerzas armadas, él las consulta con unos 12 generales que integran su primer círculo.
El centro del discurso era, paradójicamente, para explicar que no haría un discurso formal. Que no sería él quien lanzara el mensaje político final al congreso universitario, en contraste con el rito invariable que convirtió a Fidel en el último orador de cuanta reunión relevante se realizara en la isla, con intervenciones que consumían horas.
Fidel puede pronunciar discursos largos, convino Raúl aquella noche con la FEU. “Sencillamente él puede hacerlos, porque tiene cosas que decir. Además, es una especie de profesor”. Pero el hermano menor advirtió, también, que no tenía por qué ser una especie de segunda versión: “Cuando alguien trata de imitar… fracasa”.
“Fidel además es insustituible”, siguió Raúl. “Yo lo sé, que lo conozco desde que tengo uso de razón. No siempre con las mejores relaciones. Porque como él dice: yo soy como soy. No revelo ningún secreto si digo que él a cada rato dice: ‘¿Raúl? Ese es el muchacho más malcriado del mundo’. Era, porque le hacía poco caso en aquella etapa, chocábamos entonces”.
Era una referencia a la etapa en que los hermanos estuvieron internos en una primaria jesuita, en Santiago de Cuba, y Raúl era el rebelde incorregible.
El entonces presidente interino pasó luego a explicar su estilo de gobernar: “Ustedes han visto en estos meses, por designación del propio compañero Fidel, que he asumido algunas responsabilidades estatales. Desde el primer momento establecí que no tenía que estar haciendo todos los resúmenes ni hablar en todos los actos. Ustedes ven. En una ocasión habla (Carlos) Lage, o se le manda al extranjero. O se manda a (Esteban) Lazo. En otras habla (José Ramón) Machado”.
Raúl estaba citando el reparto visible de tareas entre tres integrantes del Buró Político y vicepresidentes del Consejo de Estado, una de las más claras expresiones del interés del nuevo mandatario de hacer sentir su tesis de que a la dirección personal de Fidel seguirá un liderazgo compartido.
Durante décadas Fidel ha mostrado en público su pasión por el detalle. Por memorizar los datos más particulares de un problema y echar mano de ese conocimiento y esa memoria para traer en el momento preciso la minúscula pieza que falta para terminar un argumento.
Pero no todo el mundo tiene la misma afición, ni la memoria o la información suficiente. Ya en un mitin o en una asamblea, Fidel se apartaba de la avenida principal de su discurso para meterse en veredas secundarias que iban a un microcosmos y desembocaban en el interrogatorio de un funcionario, a veces exhibiendo al hombre que no memorizaba tramos de su propio archivo.
A los tres días de aquella reunión con los universitarios, Raúl volvió a hablar de su estilo. En la sesión ordinaria del parlamento, de diciembre de 2006, recordó que en algún momento en el que se ocupó de problemas del desembarco de mercancía en los puertos, se enfrentaba con información falsa, exagerada o improvisada, por el afán de los directivos de responder de inmediato y de memoria, según los viejos requerimientos de Fidel.
Raúl contó que tuvo que anunciar explícitamente un cambio de método y pedir a los funcionarios que mejor tomaran tiempo para confirmar los datos y traerlos un día después. Que esperar un día era mejor que trabajar con un informe vago o equivocado.
“Al otro día”, relató Raúl, “cuando se preguntaban datos, se decía: permiso para traerlo mañana.”