¿Cambios en Cuba?
El próximo domingo, si nada cambia, el Parlamento cubano nombrará un nuevo Consejo de Estado en el que Fidel Castro no será su presidente. Así lo advirtió el martes pasado: “no aspiraré ni aceptaré, el cargo de presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe” (Granma, 19/2/08). Ya antes, en diciembre, había dicho que no estaba aferrado al poder ni al avance de las nuevas generaciones. Esa declaración podría interpretarse como la cesión del paso a nuevas generaciones pero, sin embargo, nadie interpretó que esa cesión incluiría a su hermano Raúl, unos cinco años menor que Fidel. No todavía.
Era previsible que así ocurriera, pues en las elecciones pasadas Fidel obtuvo menos votos que su hermano Raúl; poquitos, pero menos, y en un sistema de partido único, el Comunista, esa diferencia es significativa.
Cuba se prepara a una transición no sólo política, sino económica, y los dirigentes quieren que sea de terciopelo y no brusca como quisieran muchos de los enemigos del régimen de ese país, comenzando por el gobierno de Washington.
Raúl Castro pidió al pueblo cubano, hace menos de un año, hablar directamente de sus problemas, sin cortapisas. Atrás de la petición había una propuesta de reforma que se enriquecería, se insinuó, con la participación y las ideas de todos. ¿Qué está mal y cómo mejorarlo?
Gerardo Arreola, corresponsal de La Jornada en Cuba desde hace varios años de trabajo muy eficiente y profesional, ha señalado el 8 de febrero que “un video de cerca de una hora, que circula profusamente de mano en mano en La Habana, está reabriendo ahora asuntos como las críticas al sistema electoral y de representación política, la enorme diferencia entre los salarios y los precios en moneda dura, las prohibiciones de que los cubanos se hospeden en hoteles en la isla, la obligación de que pidan permiso si quieren salir al extranjero y los impedimentos que hay dentro del limitado uso del Internet”. Estos puntos de discusión eran todavía inaceptados hace cinco años.
En un artículo que publiqué entonces en la revista Memoria, titulado “Cuba 2003 en la encrucijada”, comenté críticamente esos temas mencionados ahora por Arreola, más las limitaciones a la libertad de expresión y a la de asociación. Un enorme vacío se hizo alrededor de mi artículo. Varios amigos míos, pro castristas de toda la vida, me dijeron que no veían cómo rebatirme pero que no estaban de acuerdo conmigo. Eran temas tabú, intocables so pena de ser acusado de reaccionario, de enemigo de la revolución cubana y de agente o cómplice del imperialismo yanqui.
Nada de esto. Cuba estaba en la encrucijada y sigue estando. Hay inconformidad, y ésta se expresa porque cada vez es más evidente que hay personas con privilegios e ingresos muy superiores a los de la mayoría, que hay discriminación en hoteles y centros de vacaciones, que no pueden salir de la isla como usted y yo podemos salir de México con el solo expediente de tener un pasaporte y, en su caso, una visa para el país que se quiera visitar. Mi argumento ha sido en una doble dirección: 1) De la misma manera en que no estaríamos de acuerdo en que la Constitución y las leyes penales me impidieran escribir en contra del sistema capitalista, como lo he hecho desde hace más de 40 años, no podría estar de acuerdo en que los cubanos no puedan escribir en contra del sistema socialista sin riesgos a su libertad. 2) Si, como se dice en los órganos oficiales cubanos, la gran mayoría de los cubanos, más de 90 por ciento, están con el régimen, ¿por qué entonces inhibir las libertades de expresión, de asociación y de tránsito, además de hacerlos sentir discriminados en muchos sentidos y no sólo en el ámbito turístico?
Raúl Castro, según los indicios a la mano, tuvo sensibilidad para percatarse de la necesidad de reformas y dio, por decirlo así, el banderazo para que se facilitara un debate nacional sobre el sentido de esas adecuaciones sin contrariar la aspiración socialista que, en mi opinión, prevalece en la conciencia de la mayoría de ese pueblo. Cuba ya no vive el “periodo especial”. Ha mejorado su economía y toda la gente que se apretó los cinturones después de la crisis provocada por el retiro de apoyos de la antigua Unión Soviética quiere ver en sus bolsillos la recompensa de su sacrificio; y más cuando muchos, la mayoría, ven que las diferencias de ingresos y de formas de vida son más evidentes que en el pasado. Lo que les molesta, entre otros de los puntos señalados, es que en un país que supuestamente está construyendo el socialismo los obreros y los campesinos cobren su salario en moneda nacional, que tiene 25 veces menos poder adquisitivo que los pesos convertibles que se usan en el comercio.
El líder parlamentario, Ricardo Alarcón, no ha sido, por otro lado, el mejor interlocutor de quienes han tenido el arrojo de expresar sus críticas. A principios de febrero, según la nota de Arreola, dijo: “Voto con las dos manos por que todo el mundo viaje por todas partes” y, posteriormente, salió con una respuesta a un estudiante que no por mover a risa deja de ser preocupante: “Si todo el mundo, los 6 mil millones de habitantes, pudieran viajar a donde quisieran, la trabazón que habría en los aires del planeta sería enorme; los que viajan realmente son una minoría”. En todas partes del mundo los que viajan son una minoría, es cierto, pero es un derecho inalienable que quien quiera viajar y tenga el dinero para hacerlo lo haga. ¿Qué pasó con el voto a dos manos de Alarcón? ¿Deberemos pensar que no están totalmente convencidos de la puerta que abrieron para las críticas libres de los cubanos o que estas críticas son mayores de lo que se esperaba en la cúpula del poder? No lo sé, pero estaremos atentos.