Tumbando caña
Au revoir Henri
Ampliar la imagen El cantante Henri Salvador, uno de los más queridos por los franceses, en imagen de archivo en octubre de 2006, en la ciudad de París Foto: Ap
La emblemática iglesia de La Madeleine lució iluminada en pleno día. El aroma de frescas flores inundó el recinto. En medio, cerca del altar, el féretro blanco donde reposaba el cuerpo de Henri Salvador, uno de los cantantes más queridos y disfrutados por el pueblo francés.
Montaron guardia de honor el presidente Nicolas Sarkozy, el ministro François Fillon, el príncipe Alberto II de Mónaco y, entre el público, muchas de las estrellas del mundo del espectáculo: Mireille Mathieu, Benabar, Charles Aznavour, Line Renaud... Y es que no era para menos, con Henri Salvador se va toda una época de la chanson clásica.
Una foto enorme del artista pendía a un costado. Un violinista tocaba suavemente Chanson douce, uno de los muchos éxitos de Salvador que han arrullado a generaciones de franceses. Afuera, cerca de tres mil personas observaron el desarrollo de la ceremonia luctuosa en un par de pantallas. La televisión estatal transmitió los acontecimientos en cadena nacional.
El fallecimiento del artista, acaecido el miércoles 13 de febrero, cuando tenía 90 años de edad, conmocionó a toda Francia. Antes de ingresar a la iglesia, Sarkozy había descrito al cantante como icono de la canción francesa, confesando ser su admirador incondicional. “Sus estribillos y su inimitable voz aterciopelada seguirán arrullándonos durante mucho tiempo”, dijo.
Por su parte, François Fillon destacó la extraordinaria longevidad artística (en activo desde los años 30 hasta su último álbum, en 2006) de este alegre caribeño que marcó todos los géneros musicales, del rock al jazz, pasando por la canción francesa y la bossa nova, y de quien generaciones de franceses “echarán de menos su risa tan característica y su personalidad soleada”.
Ciertamente, Henri Salvador, originario de la Guyana Francesa y formado en la escuela de los grandes músicos negros de Estados Unidos, introdujo muchos de los ritmos afroamericanos en Francia, llevando también, después de la Segunda Guerra Mundial, la música brasileña.
Se dice que una de sus canciones, Dans mon île, creada en 1957, contribuyó al nacimiento de la bossa nova, después de que músicos brasileños la descubrieran en la película Nuits d’Europe: “Cuando Jobim vio eso, se dijo: ‘es lo que hay que hacer, suavizar el tempo de la samba y agregar bellas melodías’”, aseguraba Salvador.
Le gustaba definirse como “un músico de jazz que se convirtió en cantante”, pero, para varias generaciones de franceses, Henri Salvador era el chansonnier de la eterna sonrisa; el hombre-espectáculo capaz de fundir el gag humorístico y la melodía sutil. Piezas como Zorro est arrivé, Le lion est mort ce soir, Syracuse y su versión de Juanita Banana lo convirtieron en un fijo de los escenarios y los shows televisivos.
Hay que tener en cuenta que a Henri Salvador, tras décadas de ser zarandeado por los vientos de la buena suerte, los encuentros casuales (desde Boris Vian a Quincy Jones), el éxito sustancial y un montón de amores furtivos, fue obligado a un retiro prematuro y olvidado por la industria de la música en un momento en el que todavía tenía tantas cosas maravillosas que aportar.
Afortunadamente, el sello independiente Exxos asumió el reto de volver a situar a Henri Salvador en el pedestal del que nunca debería haberse bajado: en el escalón más alto del panteón de los crooners, proporcionándole los medios para grabar el álbum de sus sueños con la ayuda de un puñado de jóvenes compositores (Keren Ann, Benjamin Biolay, y Art Mengo). Resultado: uno de los discos más bonitos de bossa nova, según Caetano Veloso, el multigalardonado Chambre avec vue.
Henri Salvador no necesitaba hacerse el gracioso para entretener a las masas. Redescubrió el placer de componer, en el estilo fluido y suave que siempre lo caracterizó, y a una edad en la que muchos ya formaban parte del recuerdo se presentó mostrando el alcance de su incomparable talento con esa voz de seda, cálida y flexible, que desafió el paso del tiempo, permaneciendo intacta hasta el final, y un puñado de canciones memorables.
Hace apenas dos meses, Henri Salvador se despedía de la escena en el Palacio de Congresos de París con estas palabras: “No es agradable retirarse de un trabajo así, porque es algo que se lleva dentro. Es un trabajo que adoro y he luchado mucho para hacerlo bien... lo mejor posible”. Y al descubrir que en las primeras filas había muchas mujeres mencionó: “Sois verdaderamente adorables. Pocas veces he cantado ante tantas mujeres hermosas. Me parece que me voy feliz.”
Su risa contagiosa y su buen humor fueron dos de los signos distintivos de este hombre que no temía a la muerte. “La muerte no tiene ninguna importancia para mí, es el final de un camino, las estrellas explotan y después hay otras que nacen... es formidable”, aseguraba.
El sábado pasado su cuerpo fue sepultado en el mítico panteón parisino de Pere Lachaise, acompañado por una multitud que entonaba las notas de Le lion est mort ce soir, y la alegre tonada de Juanita Banana.