Editorial
Kosovo: maniobra geoestratégica
Como era de esperarse, tras la declaración de independencia de Kosovo, proclamada bajo ocupación militar extranjera por el Parlamento de Prístina, y tras el reconocimiento de Washington y Bruselas al nuevo “Estado soberano e independiente”, se han suscitado una serie de reacciones encontradas que proyectan una fractura internacional y podrían minar la de por sí frágil estabilidad de la región balcánica.
El representante de Bélgica ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Johan Verbeke, lamentó en nombre de su país, Francia, Italia, Reino Unido, Croacia, Alemania y Estados Unidos, que los integrantes de ese organismo no hayan podido lograr acuerdos con respecto a la independencia del enclave balcánico, en alusión a la petición de Moscú ante la ONU y la OTAN de declararla “nula e improcedente”. En el seno de la Unión Europea un grupo de seis países, encabezados por España, manifestó su rechazo a la independencia kosovar debido a que, a decir del ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, pudiera tener un “efecto dominó” e inspirar a otros movimientos separatistas en el viejo continente y en el mundo. De su lado, el gobierno serbio ratificó ayer la decisión de anular la independencia de Kosovo por tratarse de un acto violatorio del derecho internacional que vulnera la soberanía y la integridad territorial de esa nación balcánica, y ordenó el retiro inmediato de su embajador en Washington, en respuesta al reconocimiento oficial de esa medida “unilateral, ilegal e inmoral, ejecutada bajo la protección de la fuerza brutal de Estados Unidos y la OTAN”. A tono con Belgrado, las dos cámaras del parlamento ruso, en una resolución conjunta, denunciaron que “los actuales pasos para desmembrar el territorio del país (en referencia a Serbia), cuya soberanía sobre Kosovo reconoce el Consejo de Seguridad de la ONU, sólo pueden explicarse con la pretensión de llevar a su lógico final la operación ilegítima emprendida por los estados miembros de la OTAN contra la antigua Yugoslavia en 1999”.
No debe pasarse por alto que el hecho de que la independencia de Kosovo haya sido votada y aprobada por la mayoría albanesa que habita en esa región de la península balcánica no basta para legitimar un proceso enmarcado por la sangrienta ofensiva de las tropas de la OTAN contra Serbia a raíz de la guerra de los Balcanes –no menos cruenta, por cierto– y por el injerencismo sostenido e injustificable de Estados Unidos, al amparo de una pretendida defensa del derecho de los pueblos a la autodeterminación: en realidad, el reconocimiento de Washington a la independencia kosovar forma parte de una maniobra de control geoestratégico para expandir su zona de influencia y a la larga establecer nuevos enclaves militares, como los “escudos antimisiles” en curso de instalación en Polonia y la República Checa.
Para tal designio es indispensable la fragmentación regional en estados pequeños, con menguado margen de negociación en lo individual. Pero, en lo inmediato, la fractura no sólo se ha presentado en Serbia, sino también en la diplomacia de Europa occidental, como lo puso de manifiesto la falta de consenso de los integrantes de la Unión Europea ante la independencia de facto de Kosovo.
En el bando opuesto, Moscú ve en la proclamación de independencia de los albano-kosovares no sólo una pérdida de influencia en la región, sino también un riesgo creciente de que el hecho sirva de precedente para alentar a los movimientos separatistas dentro de sus propias fronteras, empezando por el checheno. Por lo demás, la emancipación de Kosovo puede alentar de forma irresponsable a otros movimientos separatistas de la propia península balcánica, como los albano-kosovares en Macedonia y las minorías húngaras de la zona septentrional de Serbia. Es de imaginar que, como ocurre con España y Rusia, el antecedente que sienta esta proclamación irregular de un nuevo Estado nacional puede tener algún impacto también en países como Francia o China, que enfrentan movimientos separatistas en sus territorios.
En última instancia, la polémica desatada a raíz de la independencia de Kosovo se reduce a un pleito entre potencias apuntalado por la vocación intervencionista, la ineptitud política y la ambición de Washington, en conjunción con la doble moral de Europa occidental, que alienta el independentismo en unos casos y lo censura en otros. Todo ello ha acabado por colocar a la comunidad internacional en un panorama indeseable de tensiones, agitación y discordias renovadas.