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Hugo Gutiérrez Vega
APUNTES SOBRE EL TEATRO EN MÉXICO (IX DE X)
Elena Garro es un caso singular. Ninguneada (esta curiosa palabra mexicana califica a una de las más extremas formas del olvido. Ningunear a alguien significa negarle existencia real. No hay defensa, ni ataque, ni comentario. Solamente ignorancia) hasta hace muy poco tiempo, su obra adquirió, súbitamente, una gran importancia y, a últimas fechas, ha sido objeto de múltiples comentarios y de varios intentos de revalorización. La crítica, cuando se refiere al llamado “realismo mágico”, habla solamente de Asturias, Rulfo y García Márquez. Este hecho puede explicarse si tomamos en cuenta que el famoso boom de la literatura latinoamericana ha estado, en gran parte, manipulado por los editores franceses y catalanes. Los críticos a sueldo de estos señores sirven, como es deplorablemente natural, a los intereses comerciales de sus patrocinadores. Elena Garro es, como novelista, cuentista y dramaturga, una de las iniciadoras, junto con Sergio Magaña, de ese “realismo mágico”. Sus obras: Un hogar sólido, La señora en su balcón, Felipe Ángeles, son ejemplos de esa voluntad de representar la realidad siendo fiel a la propia sensibilidad, al cristal con que la autora mira las cosas y a los hombres. En Un hogar sólido hablan los muertos, buscan su pasado y tienen (parafraseo el título de una novela de Elena Garro) “recuerdos del porvenir”. Teatro poético hecho con cosas y seres de una realidad perdida, teatro testimonial, nunca panfletario, de las realidades sociales, políticas, humanas de México, Felipe Angeles es, tal vez, una de las obras fundamentales del teatro documento mexicano. Ángeles, limpio y honesto general revolucionario, es visto por la autora a través de las actas judiciales de su proceso celebrado en Chihuahua, proceso amañado que terminó con el fusilamiento de Ángeles y la subsecuente consolidación de Carranza. Este hecho marca el final del populismo revolucionario representado por la Convención de Aguascalientes.
Luisa J. Hernández, Emilio Carballido, Fernando Sánchez Mayans, Sergio Magaña, Jorge Ibargüengoitia, Hugo Argüelles, Juan Tovar, Hugo Hiriart, Óscar Villegas, Ignacio Arriola, son algunos de los dramaturgos que han intentado, con enormes dificultades, muchas de ellas derivadas del escaso apoyo oficial, renovar el teatro mexicano. Susana y los jóvenes, Clotilde en su casa y El atentado constituyen lo mejor de la aportación de Ibargüengoitia a nuestro teatro. Su costumbrismo, enriquecido con un peculiar sentido del humor, y su eficacia de construcción dramática son los elementos destacables del trabajo de este dramaturgo, más tarde metido de lleno a la novela. La obra de Sánchez Mayans Las alas del pez es una buena muestra de costumbrismo trascendente y de crítica social. Sin embargo, nuestros dramaturgos esenciales son Elena Garro, Carballido y Sergio Magaña. Teatro poético y misterioso es el de Emilio Carballido. Debajo de las tramas aparentemente convencionales y de la construcción lineal, se agita uno de los mundo más ricos y complejos de nuestra historia teatral. Carballido, al igual que Magaña, ha sufrido los embates de la ineptitud de nuestra crítica teatral y los golpes de esos maestros de la erudición vacía y del lugar común que son los historiadores –salvo contadas y brillantes excepciones– de la literatura mexicana. Rosalva y los llaveros, Te juro Juana..., El día que soltaron los leones, El relojero de Córdoba, son obras que mezclan admirablemente lo real –sin afán testimonial– con lo fantástico.
(Continuará)
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