Usted está aquí: domingo 17 de febrero de 2008 Espectáculos Ficco, el primer lustro

Carlos Bonfil
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Ficco, el primer lustro

Ampliar la imagen Habrá también un homenaje al cineasta danés Carl Th. Dreyer Habrá también un homenaje al cineasta danés Carl Th. Dreyer

En su quinta edición es inevitable rendirse ante la evidencia. El Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México (Ficco) está ganando su primera apuesta por la innovación y la modernidad. Su nombre mismo está ligado a la ciudad que le ha brindado un apoyo constante –el Distrito Federal, alguna vez llamado Ciudad de la Esperanza, hoy, de modo más convincente y menos retórico, Capital en Movimiento. Y esta idea maestra –una urbe en movimiento, alejada de las inercias y las miradas cortas del conservadurismo–, obtiene en la dinámica propuesta de este festival de cine su ilustración más contundente.

Nadie ignora los espacios que la actividad cultural ha conquistado en esta ciudad en los años recientes, mismos que coinciden con la concepción y desarrollo del Ficco; nadie ignora tampoco que lo que caracteriza vigorosamente a este festival es su vocación de cosmopolitismo y apertura a las más diversas manifestaciones del cine independiente, aquel que con dificultades logra abrirse paso en la cartelera comercial, convencer de su oportunidad y atractivo a los distribuidores, derribar el escepticismo o la desidia del público consumidor de éxitos garantizados.

En sus cuatro ediciones anteriores, el festival ha podido congregar a más de un cuarto de millón de espectadores, a los que ha facilitado la experiencia –tal vez efímera, pero a la larga acumulativa–, de ver en pantalla grande el cine independiente de otras latitudes que durante largo tiempo tuvo que apreciar de modo azaroso en los circuitos de exhibición alternativa (cuando es posible), en los viajes al extranjero (que la crisis volvió improbables), en el mercado del cine de arte en video (a menudo muy caro), o en la muy democrática navegación por Internet, donde para bajar algo realmente notable es preciso poseer destreza tecnológica y un fino olfato de cinéfilo. En este sentido el festival ha sido para muchos espectadores una estupenda experiencia formativa. Ha dado a conocer a directores cuya trayectoria era desconocida en México en retrospectivas siempre originales y completas. Algunos casos emblemáticos, el ciclo dedicado a Peter Watkins, el año pasado, o la recuperación de todo Robert Bresson, o los ciclos de Lech Kowalski y Peter Whitehead, o un año antes, la revisión del cine del brasileño Glauber Rocha. Lo que presenta y hace descubrir este año es más ambicioso aún y más estimulante. Paralelamente a las tradicionales secciones competitivas, 20 películas de ficción y 15 documentales, y de la formidable sección denominada Galas, con los estrenos de cintas de autor muy recientes (Catherine Breillat, Claude Chabrol, Fatih Akin, Ang Lee, Jacques Rivette, Manoel de Oliveira, Hou Hsiao Hsien, Eric Rohmer, Bela Tarr, Wong Kar Wei, Ulrich Seidl, P.T. Anderson, Kitano, Ferrara y Assayas, entre varios otros), el festival propone varias retrospectivas notables. Ofrece 12 largometrajes de Frederick Wiseman, documentalista estadunidense, considerado a menudo uno de los mejores exponentes del cine directo.

Con una formación previa de abogado, Wiseman indaga en películas de dos, tres, a veces cuatro horas de duración, problemáticas sociales (el aborto, la violencia doméstica, la homofobia), con un enfoque siempre crítico y en una estructura expositiva que prescinde de la narración tradicional, del recurso a las entrevistas, de la voz en off, y de cartones explicativos, concentrando en el poder sugerente de las imágenes y en una edición minuciosa e imaginativa, todo el arte del documental, de este modo revitalizado. Otro descubrimiento que propone el Ficco es la trayectoria de una pareja singular, la de los esposos, el cineasta de origen armenio Yervant Gianikian y la italiana Angela Ricci Lucchi, quienes exploran las posibilidades de una cámara llamada analítica, más cercana a la fotografía que al cine, utilizada para un juego experimental sobre la imagen –alterada, coloreada artificialmente, con un ritmo deliberadamente lento y encuadres novedosos–, cuyo propósito único es, según los cineastas, “desmontar el discurso persuasivo y unívoco del poder y restituir a las imágenes todo su potencial lírico”. De este trabajo cabe retener en especial un título, el más reciente, Oh, hombre (Oh, uomo, 2004), radiografía de la crueldad humana, nueva historia universal de la infamia. En una segunda entrega se ampliará la revisión del programa de, Ficco 2008.

 
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