Una pequeña cuenta
Sólo unos números fiscales para documentar nuestro optimismo o, acaso, nuestro pesimismo. El año de 2007, el producto interno bruto (PIB) de nuestro país alcanzó un monto ligeramente mayor a 880 mil millones de dólares. Y los ingresos tributarios no petroleros del gobierno federal llegaron a poco más de 95 mil millones de dólares: 48 mil millones de impuesto sobre la renta (ISR), 37 mil millones de impuesto al valor agregado (IVA) y unos 10 mil millones más, suma de los impuestos sobre la producción y servicios (IEPS), los de importación y otros más. Con esto, la carga tributaria no petrolera apenas alcanzó el 10.9 por ciento del PIB. Una de las más bajas del mundo. Sí, del mundo.
Ahora bien, sumemos a lo anterior otros ingresos gubernamentales por derechos y aprovechamientos no petroleros para llegar al 12.5 por ciento de ingresos no petroleros del gobierno federal. Todavía más, sumémosle a la cuenta anterior los ingresos petroleros que no provienen de la bondad natural de nuestros yacimientos de petróleo y de gas natural. Es decir, añadamos los ingresos petroleros que no son derechos de extracción, es decir, que no forman parte de la renta petrolera. Con esto, ese porcentaje llega a 12.1. ¿Por qué más bajo? Por una razón muy simple: una vez más el IEPS de gasolinas, diesel, turbosinas y otros petrolíferos fue negativo, como en 2006. Sí, van dos años que se “subsidian” estos productos para el transporte. El monto en 2007 fue de 4 mil 420 millones de dólares. Y en 2006 de 3 mil 900.
Es decir que en dos años se han dejado de recibir poco más de 8 mil millones de dólares por no llevar el precio interno de los petrolíferos a sus niveles internacionales. Algo similar se ha hecho en Estados Unidos. Por eso, entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), nuestros vecinos y nosotros registramos los precios más bajos de estos productos petroleros. ¿Y la renta petrolera de 2007 a cuánto llegó? Respuesta rápida: 50 mil 258 millones de dólares. Por cuarto año consecutivo superó al ISR (en poco más de 2 mil millones en 2007, 12 mil en 2006) y al IVA (en casi 13 mil millones en 2007, 18 mil en 2006).
Por cierto, el Fondo de Estabilización Petrolera (parte de la renta petrolera) tuvo este año ingresos por 5 mil millones de dólares (3 mil 200 en 2006, por lo que acumula más de 8 mil millones). Pero el Fondo de Investigación Científica sólo reunió 37 millones de dólares este año y 29 el año pasado. Nada que ver –por cierto– con el subsidio a gasolinas, diesel, turbosinas y demás petrolíferos. Nada. ¿Qué pasa en otros países? Por el momento un sólo ejemplo que ya se usa mucho en México. Según datos de 2000 y 2001, en Brasil la carga fiscal –por cierto, suma de impuestos federales (70 por ciento), estatales (26 por ciento) y municipales (4 por ciento)– es muy próxima al 30 por ciento del PIB.
Esos simples números nos permiten señalar que el problema de Pemex no es fundamentalmente de diagnóstico. A pesar de que resulte útil explicitarlo, primordialmente orientado al señalamiento de prioridades de inversión. ¿Qué urge más, recuperar reservas o construir una refinería o fortalecer los ductos? El asunto no es trivial, precisamente por la limitación de recursos.
Por eso, antes de cualquier discusión, Pemex, la Secretaría de Energía y la Presidencia misma, debieran esclarecer este panorama de prioridades. Y la sociedad en pleno, a través de sus organismos civiles y de técnicos y profesionistas debatir esa visión. También las universidades y centros de investigación. No es trivial el asunto. El problema de Pemex en realidad no es de Pemex. Es de la fiscalidad de nuestro país.
Por eso, el primer diagnóstico que debiera exigir el Congreso es fiscal. Se corre el riesgo de perder la oportunidad de reforzar a Pemex, pues a pesar del deterioro de Cantarell, para bien y para mal tenemos todavía un buen trecho de ingresos por concepto de renta petrolera por delante. Y el poder que da su generación y apropiación debe seguir en mano de la nación, lo que no cancela la astucia para acceder a nuevas tecnologías que permitan el fortalecimiento de Pemex. Para nada. Por eso, hoy como siempre, es precioso enfrentar las visiones pragmáticas que se derivan del silogismo fiscal gubernamental que, ayer mismo y a decir de uno de sus más altos voceros actuales, se entiende así.
Los recursos petroleros son de la nación. La nación necesita escuelas, hospitales y apoyo a los pobres. Gastemos el poco dinero que juntamos –incluida la renta petrolera– en escuelas, hospitales y apoyo a pobres. Asociémonos en el petróleo con empresas privadas que tengan dinero y la tecnología que necesitamos. Pagarán impuestos… En todo caso no hay que preocuparse, parecieran decir... Con todas ellas (Schlumberger, Halliburton, JNOC, Repsol, British Petroleum –que, por cierto, ya está en la parte estadunidense del Golfo de México– y muchas más) se firmarán pactos de integridad. ¿Y mientras? Pues mientras sigamos con una de las tasas fiscales más bajas del mundo, incluso a pesar del cambio fiscal reciente… no más de 12 o 13 por ciento. No más.