Iniciativa Mérida
La Iniciativa Mérida es un acuerdo para que un gobierno incapaz de acabar con el trasiego de estupefacientes reciba asistencia de otro que tampoco puede o quiere erradicar el narcotráfico. Se ha publicitado con entusiasmo la transferencia de conocimientos y de recursos tecnológicos de Estados Unidos a México en el marco del convenio: mil 400 millones de dólares (500 millones el primer año, o sea, éste) para vehículos, armas, entrenamiento, asesores, helicópteros equipados con sensores infrarrojos, aviones tan inteligentes que podrían obtener un doctorado en Harvard, escáneres de rayos equis, perros adictos que mueven la cola en código binario cuando perciben la cercanía de una dosis, sistemas de telecomunicaciones, bases de datos e instrumentos de análisis financiero que enciendan el foco rojo cuando detecten olor a detergente en un movimiento de fondos.
No hay que descartar que, con esos productos del ingenio estadunidense, más otros que ojalá no estén incluidos en el intercambio (no es fácil olvidar los cursillos de tortura que el Pentágono y la CIA solían impartir a destacados estudiantes latinoamericanos), un gobierno resuelto pudiera poner fin al flujo de sustancias ilícitas procedente del sur. Pero ese no es el caso de las autoridades de Washington, a las cuales les molesta mucho (o eso dicen en público) que sus colegas mexicanos sólo logren interceptar 36 de las 275 toneladas de cocaína que, se estima, ingresan cada año a territorio estadunidense procedentes de nuestro país, según los cálculos correspondientes a 2006. De acuerdo con esas cifras, los policías y los aduaneros del país vecino permiten la importación de las 239 toneladas de cocaína que no son confiscadas en México, una cantidad que no pasa precisamente en dos maletas ni en las tripas de los casi siempre infortunados camellos: para transportarla serían necesarios 70 camiones de mudanzas pequeños (con capacidad de 3.5 toneladas) o bien tres o cuatro vagones de ferrocarril muy repletos. Una de dos: o los funcionarios públicos del gobierno estadunidense son tan brutos que no se enteran del paso del polvo blanco por sus fronteras o son tan corruptos que sí se enteran y se hacen de la vista gorda.
El hecho es que los gobernantes gringos no han podido o no han querido acabar con el narcotráfico. Con todos sus radares, sus satélites, tan precisos que pueden discernir a la distancia la marca de un bolígrafo; con sus aparatos de intercepción de conversaciones, sus sensores de infrarrojos, sus bases de datos y sus sistemas en tiempo real; con sus Hummers artillados con calibres de guerra, sus aviones espía, sus efectivos de la DEA, el FBI, y la Migra, sus marines, sus boinas verdes, sus rangers, sus mercenarios, sus portaaviones, sus guardacostas, sus cárceles concesionadas a empresas de excelencia y su sistema judicial que presumen como si fuera eficiente y bueno, los centenares de toneladas de cocaína siguen fluyendo sin problemas hacia las fosas nasales de los consumidores.
Eso, por no hablar de los florecientes cultivos de mariguana que se expanden por toda la costa oeste del territorio estadunidense y que le han permitido al país vecino pasar de consumidor a productor de drogas: las cifras para 2005 fueron de 10 mil toneladas métricas, y sólo la producción californiana alcanzó un valor comercial de seis mil 700 millones de dólares, más del doble de los dos mil 500 millones de dólares que las drogas aportaron en ese año a la economía de Colombia. Ni del renovado vigor que experimenta la siembra de amapola en Afganistán desde que las fuerzas militares estadunidenses se instalaron en ese país.
Con esos datos en mente, la asistencia estadunidense a México en combate al narcotráfico equivale a pedirle asesoría a Nigeria para echar a andar un programa anticorrupción. La gente no es tan tonta como parecen pensarlo los gobernantes. El gobierno de Felipe Calderón tendría que explicarnos cuál es el verdadero propósito de la Iniciativa Mérida y por qué el empeño en tomarnos el pelo.