La otra crónica
“Bien lo sé, pero algo / Me impone esta aventura indefinida / Insensata, antigua y perversa / En buscar por el tiempo de la tarde / El otro tigre, el que no está en el verso.”
Así cantaba Jorge Luis Borges y asociaba el que escribe, el buscar en el tiempo de la tarde, el otro toro, el que no está en el verso. El que no aparece en las corridas celebradas en la Plaza México. El que no apareció ni siquiera en la corrida de aniversario. Y llevó a los cabales a buscar otro toro, el que no estaba en el verso, en la espera, espera, saboreando la burbujeante...
Una guapa que me tocó de vecina se pasó la corrida repitiendo; reposado, reposado, mientras los toreros se aceleraban. No quedaba otro remedio que buscar el otro torero el que no estaba en el cartel. La mente se iba en la busca por el tiempo de la tarde del otro torero y reaparecía Sebastián Castella que dejó su impronta en la sesentona plaza, pero tampoco estaba en el verso.
La noche, el eco el misterio y el ruido de la multitud que llenó el numerado del coso, despertaba una pasión nueva, original de difícil descripción ante el recuerdo del toreo de Sebastián, en todas las conversaciones antes y después de la corrida. Esa sensación de un algo más, un algo diferente que enloqueciera –no fue José Tomás más allá de su sitio y su valor– el que lo lograra. No estaba en el cartel, era otro. Claro que menos estaba los novillones de Xajay o los Encinos que no estaban ni en el verso ni en el cartel.
Amargura de una tarde maldita, ni buena ni mala, sólo regular, regular que gritó un aficionado en las alturas. Al salir solamente me acompañaba aquella fantasía que iba en busca del tigre, el que no estaba en el verso. Aquella morena que no aparecía en el verso, perdida en el olvido.