Usted está aquí: lunes 11 de febrero de 2008 Opinión Una lección por aprender

Iván Restrepo

Una lección por aprender

Gobernar con los amigos e incondicionales se paga caro. Un ejemplo de lo perjudicial que resulta no tener consejeros críticos e independientes es el de quien hoy ocupa la Casa Blanca. Antes de la invasión a Irak, su círculo cercano, los antiguos colaboradores de su padre, le dijeron que con las ganancias obtenidas al controlar el petróleo de ese país se pagaría la invasión y habría utilidades. Así ocurrió durante la Guerra del Golfo en 1991. Además, controlando los yacimientos de Medio Oriente, el petróleo costaría menos y se cubriría la demanda de China e India. Pero la guerra de Irak la está perdiendo el poderoso vecino: los grandes beneficiados son las compañías petroleras y los contratistas que trabajan para el sistema de defensa. Y Al Qaeda.

Como previeron analistas independientes, en Medio Oriente no se obtiene la producción petrolera requerida. Los amigos de Bush crearon tales expectativas en ese mercado, que el mandatario desoyó a quienes pedían impulsar las fuentes alternas de energía y disminuir el uso del petróleo en Estados Unidos. Se impusieron los argumentos económicos y de seguridad nacional aducidos por quienes componen su primer círculo de influencia. El costo: se drenaron las reservas de hidrocarburos del vecino país con el mínimo cuidado del medio ambiente. Hoy más que nunca Estados Unidos depende del petróleo extranjero. Y está lejos de que la energía nuclear o una fuente no convencional llegue al rescate.

El influyente vecino aumenta su nivel de endeudamiento pero no la infraestructura para lograr mayor productividad; el nivel de vida promedio de las familias se reduce y puede llegar al punto más bajo de la escala. Ninguna economía aguanta eso sin causar efectos sociales y políticos. No resulta ya culpar a China del déficit comercial. Aunque deje de comprarle al gigante asiático y prefiera hacerlo a otros países de esa región, el déficit comercial estadunidense durará decenas de años. Los beneficios del libre comercio adornan los discursos de Bush, en cambio protegen a la industria estadunidense del acero, tan implicada en el renglón bélico. Firmó numerosos acuerdos comerciales pero en perjuicio de las economías menos sólidas, como la de México. Además de proteger a las trasnacionales de las medicinas de su país en África y América Latina (afectando a la gente pobre), Bush también las protege en perjuicio de los pacientes pobres de Estados Unidos, que pagan más por las medicinas que necesitan. Bush exige acabar con los subsidios agrícolas en el mundo (que mejoran la calidad de vida de los campesinos marginados), pero entre 2002 y 2005 los duplicó a sus agricultores.

El dominio estadunidense está en crisis, cuestionado por doquier. Ni siquiera en el campo del combate al narcotráfico logra éxito. Deja esa tarea a otros países, como México y Colombia, que destinan dinero y gente que rendirían mejores frutos en otros programas urgentes y causarían menos víctimas, violencia e inseguridad. Mientras en Afganistán florece el opio, el principal consumidor de drogas prohibidas disminuye su inversión en combatir internamente a las mafias y prevenir las adicciones. Primero es salir honrosamente de Irak.

Bush perdonó impuestos por billones de dólares a sus amigos petroleros y del gas mientras los gastos de defensa son prioridad y se incrementaron 70 por ciento desde el 11 de septiembre. Pero no fue para combatir efectivamente al terrorismo sino en misiones fallidas en Irak. Se dejó en cambio de gastar en salud e investigación y desarrollo. Sostener la guerra en Irak y Afganistán y contra el terrorismo apuntaló la industria bélica y las empresas reconstructoras. La gran potencia ayuda a África con 5 mil millones de dólares al año, lo que gasta en Irak en menos de dos semanas. El presupuesto bélico equivale a lo que el vecino necesita para cubrir el déficit de su seguridad social los próximos 100 años. O impulsar la educación, la ciencia y tecnología para enfrentar los retos del futuro.

Por gobernar especialmente con sus amigos (la mayoría ineptos) y complacer a los poderosos, hoy uno de cada tres estadunidenses reprueba la gestión de Bush. Una lección que en México debía aprender quien despacha en Los Pinos.

 
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