Definición de campos
El centro del debate. Quiero seguir insistiendo en una serie de temas sobre el campo mexicano porque me temo que tiende a ser nuevamente marginado o utilizado como moneda de cambio para otras negociaciones políticas. Para mí el punto de partida reside en si se acepta desde los partidos políticos y las distintas áreas de los gobiernos federales, estatales y municipales, la conveniencia de impulsar y desarrollar un campo cuya característica central es la diversidad de productores, de habitantes rurales, de formas de producción y consumo, de mecanismo de articulación con los mercados y de formas de interacción cultural.
Homogeneidad por imposición. En este debate de décadas, ha habido siempre un sector que promueve la idea de un campo homogéneo idealizado en la gran agricultura corporativa que es predominante, y no hay que olvidarlo, solo en algunas regiones del mundo incluyendo algunos países desarrollados a partir de una integración en complejos agroindustriales y con una fuerte dependencia de subsidios gubernamentales. Lo característico de esta forma de producción agrícola y agro-industrial no es su eficiencia –que muchos indicadores pondrían en duda- sino su peso político y su enorme capacidad de cabildeo particularmente en los espacios que definen políticas públicas y negociaciones internacionales. Esta visión se expresa de manera brutal en muchos países de América Latina que tienen una fuerte población campesina e indígena. En síntesis su punto de partida es qué hacer con la población sobrante en el campo. Subrayo la palabra sobrante porque la pregunta es sobrante para quién, y es evidente que se trata de población sobrante para esta visión del campo. La formula dicha casi como pócima mágica es concentración de la tierra para generar economías de escala y empleos en las ciudades para la población desplazada.
Algo siempre les sale mal a los spencerianos sociales. Estas jaculatorias que pretenden conjurar la realidad compleja y diversa del campo, cuando se transforman en políticas públicas son derrotadas por la propia realidad. El empleo que inducen políticas económicas atadas a una visión de la estabilidad monetaria es extraordinariamente magro, y la negativa a impulsar políticas rurales que efectivamente promuevan el desarrollo de la agricultura campesina son una combinación peligrosa. Lo son porque lo único que logran es trasladar la pobreza rural a las grandes ciudades e inducir procesos migratorios de enormes magnitudes como los ocurridos en México. Lo único que hacen es atizar el fuego a la hoguera y mientras tratan de posponer su generalización. Lo que ocurre generalmente no es una explosión social sino una eclosión social. Se desarticula el tejido social, se desintegran comunidades, prolifera las regiones en manos de todas las formas de ilegalidad. Aquí está el origen de la expansión de las redes criminales que azotan al país. Aquí está también el punto de partida para una política preocupada por la seguridad pública y la seguridad nacional.
La diversidad como fortaleza. Reconocer la diversidad del campo mexicano tiene implicaciones tanto para el diseño de políticas públicas como para la propia convivencia social. Hay que comenzar por aceptar lo que la realidad nos dicen respecto a que existen diversas vías para acceder al bienestar rural. No hay ningún número mágico ni del porcentaje de la población urbana/rural ni del tamaño optima de una granja rural. Se puede ser eficiente con predios promedio de menos de 5 hectáreas o con predios promedio de 200 hectáreas. Con 5 por ciento de la población en el medio rural o con veinte por ciento.
Tres cosas son empero claves. Primero se necesita de las intervenciones gubernamentales. No para sofocar, regimentar o controlar a los habitantes rurales pero si para compensar desequilibrios, desigualdades e imperfecciones de los mercados. Son intervenciones complejas porque si se reconoce la diversidad del campo, entonces se tiene que reconocer la necesidad de políticas diferenciales por región, tipo de productor, cadena alimentaria. La instrumentación de políticas diferenciales se complica dadas las inercias gubernamentales que prefieren tareas homogéneas y hasta cierto punto automatizadas. Por eso en segundo lugar, se requieren agencias gubernamentales con ciertas características. La más importante de todas es agencias que tengan inserto un mecanismo de aprendizaje “sobre la marcha”. Tanto los funcionarios públicos con los habitantes rurales tienen que aprender conjuntamente en el proceso de implementación de políticas públicas .Estas agencias deben estar dotadas con la capacidad para corregir sobre la marcha. Tienen que tener capacidad para reaccionar ante imprevistos –que son más frecuentes en todas las actividades humanas y más aun en aquellas que interactúan con la naturaleza. El éxito de muchas agriculturas en el mundo caracterizadas por su diversidad cultural, étnica y agroecológica y por la presencia de una gran cantidad de pequeños productores, ha sido la capacidad de adaptación, la ductilidad de las agencias públicas para atender a sus clientes. Pero las dos características previas son impensables sin una condición sine qua non. Se trata del elusivo espacio público. Para políticas diferenciales y agencias flexibles se necesitan dialogo y reflexión conjunta. El autoritarismo busca políticas homogéneas y agencias centralizadas y regimentadas justo porque busca eludir el dialogo público, la discusión entre alternativas diversas y el escrutinio de la ciudadanía. Deliberar para actuar es en sí mismo un ejercicio de ciudadanía sin el cual es impensable una visión que reconozca la diversidad del campo mexicano.
Y sin embargo, se puede. La pregunta es si esto se puede aun. Todas las cartas parecen ya marcadas. Hay poca disposición a un dialogo significativo que implique seriamente reconocer a los demás y asumir soluciones conjuntas. La idea que platicar con los demás en una forma de perder el tiempo es típica de las mentalidades autoritarias. La existencia de líderes deshonestos, sempiternos, corruptos en un argumento contra los líderes deshonestos, sempiternos y corruptos. Pero no puede ser un argumento contra la necesidad de deliberar en una democracia.