Usted está aquí: jueves 7 de febrero de 2008 Opinión Una mujer de negocios

Olga Harmony

Una mujer de negocios

Tardíamente me ocupo de esta obra de José Enrique Gorlero. Es posible que se deba al temor de no caer en sentimentalismos ante el texto póstumo de un teatrista fallecido con el que tuve una relación amistosa y no poder enfrentarme a él en un análisis imparcial. Sea como fuere, ahora lo hago y pido disculpas por mi demora a todos los interesados, muy en especial a Mónica Serna, la actriz a la que está dedicada la obra –como todas las que le escribiera Gorlero– y quien, tras el estreno y funciones subsecuentes hubo de abandonar el proyecto temporalmente por motivos de salud (que espero recupere pronto). Mis temores quedan descartados ante un buen texto dramático.

Con Una mujer de negocios el autor muestra un ejemplo válido de que el abuso del poder no tiene género. Aunque se respete mucho a las feministas, como es mi caso, que han abierto tantos caminos para las mujeres, se debe reconocer que hay una gran cantidad de féminas, en nuestro país y en el mundo y en todas las materias posibles, que una vez llegadas a un lugar encumbrado se comportan como tradicionalmente se achaca a los varones, con una despiadada voracidad por sexo y dominio que no vacila en humillar al otro, al del sexo contrario. Claudia Parker es una personalidad demandante, cuyas inseguridades ni siquiera son ocultadas a Andrés en el largo monólogo que sostiene ante él porque sabe que puede comprarlo con un puesto importante y bien pagado. De esta manera, el posible riesgo que corre al ir develando, entre copa y copa que la ayudan a desnudarse moralmente, todas sus intimidades, familiares y de negocios, más que un riesgo verdadero es un impúdico alarde ante el hombre en desventaja al que ofende de muchas maneras, en el entendido de que no hará uso en su contra de sus indiscreciones ante la jugosa posición que le ofrece en la empresa en la que tiene un alto cargo. Claudia es una abeja reina que no mata al macho, sino que lo utiliza sexual y laboralmente.

El texto ofrece muchas dificultades, con esa mujer que habla interminablemente, saltando de un estado de ánimo a otro, y con el hombre que escucha, siempre callado. En su primera dirección Arturo Ríos, el conocido y excelente actor, salva muchos de estos obstáculos tanto en trazo escénico como en la dirección de sus dos actores. Sobre un dispositivo escénico que Alejandro Luna diseñó para Sursum corda de Héctor Mendoza, las escenógrafas Auda Caraza y Atenea Chávez dispusieron una gran mesa de trabajo y dos pequeños bares laterales, del mismo material que el dispositivo de Luna, y dos elegantes sillas corredizas de un gris algo más claro. El director juega con las sillas, las aleja o las acerca según sea el tono del momento, hace que sea la actriz quien tenga al principio todos los desplazamientos, mientras el actor permanece quieto y encogido, aunque luego pueda erguirse y caminar cuando se siente fortalecido por haber yacido con la jefa, incluso con un intento machista de despojarla de sus contactos.

La parte en que se hace girar la tabla suprior de la mesa con la mujer recostada en ella, me parece demasiado ilustrativa. En cambio, el director tiene sutilezas como ese guardarse el cigarro de Andrés, cuando antes lo encendió fanfarronamente, que muestra el regreso de su condición de subordinado. También el final, que se antoja abierto a muchas posibilidades, es más de dirección que de texto. Emma Dib encarna con su habitual solvencia a Claudia Parker, con todos sus cambios de humor, su reconcentrado encono hacia su familia, su constante atención a su salud, casi hipocondriaca pero que no está exenta del temor a la subida de presión arterial o de úlcera gástrica que acomete a todos los llamados ejecutivos, hombres o mujeres. Antonio Vega se muestra excelente en su complicado rol de escucha que sólo puede externar mediante un gran control corpóreo y gestual. La escenificación se complementa con la iluminación de Matías Gorlero, el diseño sonoro de Joaquín López Chas y el vestuario de Ana Graham.

En otro orden de cosas, hay que destacar el nombramiento de Luis de Tavira, que por fin se hizo oficial, como director de la Compañía Nacional de Teatro; esperamos todos que Tavira dé a conocer el proyecto que tiene. Otro nombramiento fue el de Enrique Singer como titular de teatro de la UNAM, lo que ha causado el beneplácito del gremio teatral, aunque el Centro Universitario de Teatro, al momento de escribir estas líneas se mantiene acéfalo para inquietud de todos sus miembros que esperan que quien lo dirija no sea ajeno a su comunidad.

 
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