TOROS
Hoy se resolverá el misterio de José Tomás
En un ruidoso centro nocturno llamado Torero, en el barrio de Santa Ana, allá en Madrid, cuelga la cabeza de un novillo con cara de perrito, provisto de una ridícula cornamenta, ante la cual sin embargo los incautos se santiguan porque una placa metálica lo anuncia como Islero, el temible marrajo de Miura que acabó con la vida de Manuel Rodríguez Manolete 60 años atrás.
En varias cantinas de la ciudad de México, y en algunas de Guadalajara, Aguascalientes, León y otras plazas con tradición taurina bien arraigada, la cabeza “de” Pajarito –el animal que saltó a la zona de barreras de sombra de la México hace ya casi dos años– preside las tertulias cotidianas con milagrosa ubicuidad. Como bien decía Renato Leduc, la tauromaquia es una especie de religión, en la que los creyentes acumulan imágenes de santos vestidos de luces y de demonios bañados en sangre.
Creer que ése de Madrid es el legítimo Islero, y que Pajarito posee el don de estar en muchos lugares al mismo tiempo es una manifestación más de una fe tan profunda como antigua. Todo esto viene a cuento porque esta tarde, a partir de las 18 horas, se iniciará una liturgia que será definitiva para la canonización de José Tomás. O para su descenso al infierno.
Entre quienes celebraron con bombo y platillo su retorno a los toros y, por tanto, a los cosos de nuestro país, hay una especie de rencor hacia él porque desde que se presentó en la Monumental de Morelia, el 30 de septiembre del año pasado, y luego, cuando inauguró la temporada de la miseria, el 4 de noviembre aquí en Mixcoac, el enorme artista de Galapagar no ha hecho otra cosa que lidiar novillos de mínima envergadura: un abuso que exasperó, por ejemplo, al público de Guadalajara en diciembre, y lo obligó a fingir que había sufrido una cornada que no llegó a ser ni un puntazo siquiera, en algún lugar del Bajío, para justificar su imprevista reincorporación al ostracismo.
Esta tarde reaparece en La México. Ahora no estarán Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat y Miguel Bosé en un burladero del callejón, para corearle los muletazos como ocurrió el 4 de noviembre. Tampoco lo acompañará la entrega incondicional de un público que se siente estafado por sus trucos fáciles con los que intentó engañar a más de cuatro. Hoy deberá salir a corroborar que es el torero más importante del mundo porque su arte reúne la ética y la estética, es decir, la verdad y la virtud, o para que mejor se entienda, porque su concepción y su ejecución de la tauromaquia son diametralmente opuestas a las de Enrique Ponce, ese bailarín tramposo y ventajista, que tanto gusta a los villamelones.
Claro que, si de villamelones hablamos, hoy el pozo de Insurgentes los tendrá a rebosar, y éstos le celebrarán todo y adulterarán el vino entre aplausos extasiados, porque otra cosa no pueden hacer. Sin embargo, para los que sí entienden, y sobre todo para sí mismo, José Tomás tendrá que responder muchas preguntas. ¿A qué volvió a la fiesta? Ésa en primer lugar, ante todo.