TOROS
Apoteosis de Castella
Sebastián Castella meció el toreo en la segunda corrida de aniversario de la Plaza México y acabó con el cuadro. La plaza estaba llena de su espíritu y sonaba palmas de cava vieja francesa. El espíritu libertario de los franceses, simbolizado en el joven torero. El toreo de Sebastián tenía el ritmo de las cumbres onduladas al torear a la muerte, al compás de un ritmo que marcó y marcará, un estilo diferente.
Personalidad avasalladora en su quehacer torero con arqueo de cintura y asomo al vacío. Inteligencia torera que le permite una colaboración, un sentido de las distancias, los tiempos y los espacios y un embarcar suave a los toros, dominándolos. Amén de un sitio y una técnica envidiables. Rito de redondos, circulares, sin mover los pies de un sitio. Espléndida estructura de sus faenas lo mismo con el noblote pero bobalicón toro de Teófilo Gómez que recibió arrastre lento, y con el bravo y difícil de Barralva, al que había mucho que torearle. Díganlo, si no, esos trincherazos al inicio de la faena en los que enseñó al toro el camino.
Río de gracia del joven melenudo que rondaba la cintura torera y latía bajo el milagro del toreo. Hechicería del toreo que plantado en los ruedos, pelea aquí y allá la supremacía del toreo en la temporada mexicana. Difícil la papeleta el día de hoy para José Tomás. La tarde de ayer borró a Morante de la Puebla, a quien tocaron dos marmolillos acorde con la desgana que lucía. Lo que no puede ser, porque es imposible que decía El Gallo.
No hubo más sol, ni brisa, ni aire que el aire que llevaba en su muleta Sebastián, con el cual bordeó el toreo auténtico y enloqueció al público que tardará en elaborar la magia de este torero francés. Cuando se tiene la capacidad de transmitir que tiene Castella actúa infaliblemente el sentido de enlace, de sentir que solo para uno torea y lo demás se difumina, se borra.