Usted está aquí: martes 5 de febrero de 2008 Opinión Historias en discusión permanente

Teresa del Conde/ I

Historias en discusión permanente

En foros académicos, como el de la coordinación de historia del arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida Nacional Autónoma de México (UNAM) o en el Centro Nacional de las Artes, sigue vigente la problemática de la enseñanza de la historia del arte, y asimismo la existencia de esta disciplina del saber humanístico. En realidad es cierto, como asentaron varios profesores en un conciso aunque cuestionable volumen de reciente aparición en Estados Unidos, que la historia del arte como tal no existe, cosa que anteriormente Hans Belting había avanzado en un libro muy leído: The end of the History of Art?, así, con interrogación.

No existe en el sentido de que es inabarcable y también poco comprobable, porque los objetos que calificamos de artísticos, como la pintura de las cavernas o la Venus de Willendorf, que Picasso consideró muy superior a la Venus de Milo, anteceden al recuento histórico de hechos, como son las reverberaciones del faraón Menes, quien gobernó Egipto hacia el año 3 mil 100 aC.

Desconocemos la cosmovisión de la  cultura olmeca, pero no sus creaciones, que datan de unos 5 mil años aC. Con base en éstas se ha supuesto que la organización política de aquellos pueblos estuvo de algún modo dividida entre poblaciones-Estado que mantuvieron  unión entre sí, pero sobre las causas de la decadencia de los olmecas no hay datos ciertos, como asentó la fallecida Beatriz de la Fuente, quien fue gran estudiosa de la cultura madre. Su biblioteca es ahora consultable en la sede que la UNAM posee en Oaxaca.

De modo que no hay una historia del arte lineal que empieza en las cavernas, transcurre por periodos que obedecen a denominaciones como medievo tardío, rococó, posmodernidad o nano-art. Se supone que ésta es la forma de arte más reciente, no confundible con la micro-fotografía, porque no son los fotones, sino los electrones la base de los productos de apariencia tridimensional de los que también ya se apropió el mercado.

Hay múltiples definiciones acerca del arte y son archiconocidas desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Así y todo, un teórico respetable como Richard Wolheim asentó en Art and its Objects, en 1980, que la naturaleza del arte está entre los problemas tradicionales de la cultura humana más elusivos que existen. Un siglo antes, León Tolstoi habló de “medios indirectos de comunicación de una persona a otra” y, en el aspecto de las formas, Kant representa el punto de partida después desarrollado por Roger Fry y Clive Bell, del grupo de Bloomsbury, a principios del siglo pasado.

Para Baumgarten, uno de los primeros tratadistas de mediados del siglo XVIII, el arte implica habilidad para producir resultados estéticos, pero Theodor W. Adorno, una de las mentes más lúcidas de la escuela de Frankfurt, dijo en su libro póstumo, aparecido en 1970, un año después de su muerte, que “nada concerniente al arte puede darse por sentado”.

Escuchando comentarios entre los asistentes a exposiciones y también atendiendo a estudiantes, me ha sido posible percatarme de que la palabra “arte” sigue utilizándose como sinónimo de productos que poseen estaus elevado, capaz de ennoblecer el espíritu de quien los aprehende, cosa que resulta ser un error, porque hay buen y mal arte. Ya ni siquiera el término fine arts funciona, y voy a dar un ejemplo.

La artista británica de ascendencia chipriota Tracey Emin fue participante en la versión de 1999 del Premio Turner con su instalación titulada My Bed y no sólo eso, sino que hace poco fue elevada a miembro de la Royal Academy of Art,  además de que representó a Inglaterra  en la 52 Bienal de Venecia.

Se le compara en importancia a Damien Hirst, y la instalación a la que aludo consiste en una cama sin hacer, con manchas de sangre, semen, ropa interior dispersa, botellas, condones. Si realmente durmió y accionó en ese lecho por equis número de meses, o sólo la arregló valiéndose de los elementos correspondientes, es cosa que no puede saberse, pero la pieza causó furor, logró epater a su público, lo mismo que en su momento sucedió con un célebre Happening, de Chris Burden, en 1971.

Este artista se hizo disparar un brazo (el izquierdo, porque no es zurdo) con un rifle calibre 22. Tiempo después mandó hacer balas de oro de 22 kilates, les puso su plinto y la Gagosian Gallery procedió a la venta. Se convirtieron en mementos de su sacrificada acción, pero como son de oro, adquirieron un valor de mayor  permanencia, cosa que los coleccionistas supieron aquilatar.

Esto remite a la escultura: no es igual una obra en bronce que una de oro, de plata o de chocolate, como aquella presentada en una de las bienales del Whitney Museum of American Art, que nunca tuvo peso específico porque podía ser ingerida por los espectadores.

Sin embargo, como trabajos capaces de generar efectos estéticos parece que el bronce, la piedra, la madera, la cerámica y hasta la cera, tienen primacía sobre los otros materiales.

 
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