Fayuca, teatro en contrabando
El Festival Internacional Fayuca 2008 cumplió su segunda semana con un fallido montaje español y dos muestras de importantes teatristas argentinos.¿Cómo ser Leonardo? de Julio Salvatierra y bajo la dirección de Álvaro Lavín, con el grupo de Teatro Meridional –acreedor de varios premios por otras escenificaciones– resultó en verdad decepcionante con su falso didactismo, más propicio para ilustrar escolares que para un festival. A pesar de que presenta a dos actrices y dos actores que se supone encarnan los diferentes aspectos de Leonardo da Vinci y a otros personajes, el genio renacentista no se presenta en toda su dimensión y se escatima su obra pictórica en aras de presentarlo en su faceta de investigador científico. Los actores y las actrices gritan sin matizar y, cuando representan a los personajes que rodean a Leonardo lo hacen a través del estereotipo. En suma, un mal ejemplo del teatro español.
De Rafael Spregelburd hemos conocido algunas obras y sabemos que es uno de los más importantes exponentes de la dramaturgia argentina a la que ha aportado una nueva visión de la estructura dramática, no lineal, con textos que hagan que la razón entre en crisis y con gran desprecio por la representación en todos los aspectos que ésta tiene, además de que sostiene que es la situación y no los diálogos, los que definen a los personajes. De su serie Heptalogía de Hierónimus Bosch, se presenta la sexta, La paranoia que narra dos historias paralelas –antecedidas de una sin continuidad ubicada en la antigua China– que no llegan a conjuntarse, la una escénica, la otra filmada como una caótica y onírica investigación policial en Venezuela (que incluye un inútil chacoteo a Hugo Chávez que pasaría como desolemnización del personaje si no se insinuaran graves acusaciones en su contra).
A diferencia de esta última, que transcurre en nuestro tiempo, la historia escénica se ubica en un lejano futuro, con un cosmos regido por inteligencias que gustan de la ficción humana, pero que requieren de nuevas ficciones so pena de destruir el planeta. Varios personajes se conjuntan para resolver el problema alternando con la historia policiaca que es, posiblemente, la que se puede ofrecer a las inteligencias. La historia china en un remoto tiempo pasado, la contemporánea de la filmación y la del lejanísimo futuro en que el tiempo se cuenta de otra manera y en que el movimiento feminista ha triunfado interveniendo incluso en el lenguaje, juegan con tiempo, espacio e identidad y cuestionan, lo que es un objetivo del autor, toda idea de unidad y de raciocinio.
Lo mejor de la programación, a mi parecer, es la extraordinaria versión de El tío Vania de Chejov que realizó Daniel Veronese con el nombre de Espía a una mujer que se mata que continúa la indagación del autor y director del mundo chejoviano empezada con su adaptación de Las tres hermanas –que llamó Un hombre que se ahoga– y cuyos últimos parlamentos son los primeros que aquí se dan entre Serebriakov y Sonia, cuando el viejo intelectual es ahora un crítico y ensayista de teatro que “escribió acerca de lo que nunca entendió” y que hace varias reflexiones acerca del fenómeno teatral. Entreverado en el texto, cuando Serebriakov muestra su desdén por Genet, Vania y Astrov, como burla, representan una escena de Las criadas. En esta versión que reduce los cuatro actos a uno, están casi todos los personajes del original, aunque alguno, como Marina se haya convertido en un híbrido entre mujer y hombre.
Veronese recicla la escenografía de un montaje anterior consistente en un reducido espacio con una mesa y unas cuantas sillas, amén de una apertura desde donde se asoman unos u otros de los personajes. Es una escenificación despojada de lo que puede ser accesorio y centrada en la capacidad actoral del elenco, que es formidable sobre todo en quien encarna al tío Vania que no tiene ningún recogimiento pudoroso para expresarse, se tira al suelo, patea, grita y llora en su explosión de furor contra el cuñado. Los actores a veces dicen sus parlamentos entremezclados, por momentos se amontonan unos sobre otros, en una dirección que de propósito no respeta las reglas establecidas para la escenificación y que por lo mismo producen una gran sensación de verismo y empatía con sus personajes. No hubo programa desglosado, pero hay que referirse a todos los actores, Osmar Núñez, Malena Figó, Marcelo Subiotto, Fernando Llosa, Silvina Sabater, Marta Lubos y María Bestelli.