¿A quién le vamos?
La campaña presidencial en Estados Unidos está resultando sumamente larga y cara. Las elecciones serán el 4 de noviembre. Para entonces los candidatos llevarán casi dos años en campaña. Por primera vez en 80 años no hay ni un presidente ni un vicepresidente en funciones entre los candidatos.
Hay caras nuevas y otras no tan nuevas. Hasta ahora no pocos se han quedado en la cuneta (por los demócratas, Dennis Kucinich, el gobernador Bill Richardson y los senadores Joseph Biden y Christopher Dodd; por los republicanos, Duncan Hunter, Fred Thompson, Sam Brownback, Jim Gilmore, Tom Tancredo y Tommy Thompson). La razón principal de su retiro es la falta de fondos.
Por los demócratas aún están en la contienda Hillary Rodham Clinton, Barack Obama, John Edwards y Mike Gravel. Por los republicanos siguen Mitt Romney, John McCain, Mike Huckabee, Ron Paul y Rudy Giuliani. Están listados por el número de delegados que tenían antes de la primaria de Florida. Hombre adinerado, Romney es el único candidato que no tiene que preocuparse por sus fondos de campaña. Simplemente firma un cheque personal. McCain, en cambio, podría ser víctima de las leyes que él mismo promovió acerca de los límites en la recaudación de contribuciones financieras para las campañas políticas.
En una de esas Estados Unidos podría tener la primera mujer presidenta, o un mormón o una persona de raza negra. El caso de Barack Obama es sin duda el más interesante, y ha sorprendido a muchos estadunidenses por su frescura, inteligencia y elocuencia. Es de lejos el más carismático de los candidatos.
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos no son directas. Al presidente lo elige un colegio electoral compuesto de 538 miembros (un total equivalente a la suma de los 435 diputados y 100 senadores del congreso y tres representantes del Distrito de Columbia). Uno puede ganar el voto popular y perder la elección. Esta circunstancia ha ocurrido en varias ocasiones. La última fue en 2000, cuando Al Gore obtuvo más votos directos que George W. Bush pero menos votos electorales.
La elección a la primera magistratura del país más poderoso (por ahora) es tan importante que hace décadas se sugirió que el resto de los habitantes del mundo también deberíamos tener voz y voto en su designación. ¿Ya escogieron a su candidato para la Presidencia de Estados Unidos? Los no tan jóvenes del estado de Iowa ya lo hicieron el 3 de este mes y cinco días más tarde lo mismo ocurrió en New Hampshire. Bueno, no fue lo mismo. En New Hampshire fueron primarias, mientras que en Iowa se llevaron a cabo caucuses (reuniones de unos cuantos ciudadanos que deben discutir las bondades de los distintos candidatos y llegar a un endoso unánime). Luego siguieron otros estados (Michigan, Nevada, Carolina del Sur) y el pasado martes le tocó el turno a Florida. Pero el plato fuerte será el 5 de febrero, cuando estén en juego los votos de los electores de una veintena de estados.
¿Por qué una “veintena” y no un número preciso? Porque el proceso que cada partido sigue para designar a su candidato a la Presidencia no es idéntico. Se trata de un ejercicio supuestamente democrático que se antoja un tanto arbitrario. No es parejo. No todos los estados tienen primarias el mismo día para ambos partidos. Además, en algunos estados los candidatos se reparten los electores según los resultados de la votación. En otros el que gana se los lleva todos. En algunos estados no es necesario estar afiliado a un partido para votar en sus primarias. John McCain, por ejemplo, consiguió el voto de muchos de los llamados “independientes”, personas que no están registradas como miembros del Partido Demócrata o el Republicano. En Florida, en cambio, sólo votaron los que tienen una credencial del Partido Republicano.
En esta ocasión algunos partidos han desafiado a escala estatal a sus dirigencias nacionales al tratar de adelantar las primarias para restarle importancia a Iowa y New Hampshire. Eso hicieron los demócratas en Florida y el comité nacional del Partido Demócrata anuló las primarias en ese estado.
Los estados que quieren adelantar sus primarias tienen algo de razón. ¿Por qué un grupo relativamente pequeño de electores en Iowa o New Hampshire tiene el privilegio de iniciar la campaña presidencial? En esos pequeños estados se ha acabado más de una aspiración presidencial.
Hay que insistir en que el sistema de primarias es muy caro, muy poco parejo y bastante absurdo. Si un partido quiere designar a su candidato a la Presidencia debería hacerlo mediante un proceso que respete a todos los aspirantes, con o sin dinero para los anuncios de televisión y otros mecanismos de propaganda. Los debates públicos también deberían brindar una oportunidad a todos de hacer valer sus ideas y propuestas. Hoy el sistema premia a los que tienen más fondos y, por ende, están más organizados.
¿Por qué no recortar la duración y gastos de las campañas presidenciales? Lo importante es que el electorado conozca a los candidatos, y ello se puede lograr en menos tiempo y con menores gastos. Mitt Romney invirtió más de 30 millones de dólares de su peculio en su campaña en Florida. Lo hizo para quedar en el primer lugar en la primaria para luego proyectarse como el favorito en las múltiples contiendas del próximo martes.
Lo ocurrido hace dos días en Florida es un duro golpe para Rudy Giuliani pero no despeja el horizonte para los republicanos. Giuliani decidió no presentarse en Iowa y New Hampshire, concentrando su tiempo y dinero en Florida. Para los demócratas, en cambio, los resultados del sábado pasado en Carolina del Sur arrojaron un saldo curioso. Barack Obama ganó de manera contundente. Los Clinton están nerviosos.
¿Ya tienen a su candidato?