Cientos de “civiles” andan armados por las calles
Creciente ola de violencia en Beirut; 8 musulmanes chiítas muertos en tiroteo
Beirut, 28 de enero. ¿Cuándo una guerra civil es una guerra civil? ¿Una bomba por semana? ¿Una batalla callejera por mes? Después de los funerales de este lunes en Beirut, esta pregunta ha dejado de ser académica. Ocho musulmanes chiítas libaneses fueron asesinados en apenas dos horas en el distrito Mar Mikael de Beirut, en un tiroteo perpetrado por asaltantes desconocidos y –la parte más siniestra de la carnicería– en las mismas calles donde estalló, en 1975, la guerra civil que duró 15 años. En aquel tiempo fue la emboscada a un autobús repleto de palestinos cuando se dirigía al campo de refugiados de Tel el-Zaatar. La noche de este domingo fue un numeroso grupo de musulmanes libaneses que protestaban por la carestía y los recortes del suministro eléctrico.
¿Fue el ejército libanés el que dio muerte a esas ocho personas? Da la impresión de que los soldados mataron a una por accidente. Pero como una de las víctimas era el oficial de enlace de la milicia Amal con el ejército nacional, no parece probable que los soldados hubieran abierto el fuego contra él. ¿Serían los francotiradores cristianos al este de Mar Mikael? Es indudable que los soldados dispararon a esos tiradores en la oscuridad, en los alrededores de la iglesia maronita, cuando las balas comenzaron a restallar a su alrededor.
Hezbollah –por lo menos cinco de las víctimas parecen haber sido simpatizantes suyos– hizo declaraciones en las que medio culpó al ejército nacional por “disparar en forma indiscriminada sobre los manifestantes”, e incluso lo instó a “develar al elemento criminal que mató a civiles inocentes”. Pero como la mayor comunidad representada en el ejército libanés son los chiítas, la idea de que los soldados abrieran fuego contra sus correligionarios parece un poco disparatada. En los espantosos motines sectarios de hace un año, el ejército no dio muerte a un solo libanés, ni siquiera cuando en las calles aparecieron hombres armados.
Entonces, ¿qué debemos aprender de este nuevo y terrible estallido de violencia en Beirut? La primera y sombría lección es que cientos de “civiles” en las calles de Mar Mikael –cristianos y musulmanes– portaban armas. Todo el mundo sabe que los pobladores de esta ciudad conservaron sus armas de la guerra civil. De hecho, días atrás intentaba yo recordar si conocía a alguien (aparte de mí) que no tuviera un arma en casa; sólo conté cuatro personas. Pero verlos en las calles llevando armas de fuego indica lo cerca que estamos del borde del volcán.
La segunda lección, quizá más perturbadora, es que los incidentes de violencia son cada vez más frecuentes. Una bomba cada dos meses o una batalla callejera cada seis serían soportables, pero no bien los libaneses habían sepultado a los cinco muertos del ataque masivo con bombas de la semana pasada, cuando ya las víctimas de los combates del domingo eran sometidas al lavado ritual y preparadas para la tumba.
Ahora ha trascendido que el joven capitán del ejército Wissam Eid, asesinado en el bombazo de la semana pasada, era el principal experto de la autoridad de seguridad en rastrear llamadas de celulares. Hoy día el teléfono móvil es el mejor amigo del atacante suicida (junto con su bomba y la fidelidad de sus temibles amigos). Así pues, la muerte de Eid fue un golpe directo de los atacantes suicidas libaneses.
Este lunes la Liga Árabe llegó trotando con su más reciente llamado a la paz, prometiendo enviar al infinitamente aburrido e inútil secretario general, Amr Mousa, de vuelta a Beirut para hablar con los sospechosos de costumbre. La realidad, desde luego, es que la liga es todavía menos capaz que la ONU de llevar la paz a Líbano, y todos en Beirut saben que el general Michel Sleiman, comandante del ejército libanés, sería aceptable como presidente para todas las facciones en el país.
Ahora estamos en espera del intento número 13 por elegir al pobre hombre, y todos fingen que es un problema interno libanés cuando todo el tiempo han sabido que la violencia en esta nación es dictada por el continuo conflicto entre Washington y Teherán. Tal es el destino de Líbano.
© The Independent, Traducción: Jorge Anaya