Usted está aquí: martes 29 de enero de 2008 Economía El futuro de la futurología

Tendencias

El futuro de la futurología

Piense en pequeño, piense en corto y escuche

Fuente: EIU

Así que allí está usted, en la Luna, leyendo El mundo en 2008 en un periódico digital desechable y esperando que suene su videoteléfono. No hay prisa: usted va a vivir para siempre y, si no, hay una copia de respaldo de su cerebro para transferírsela a su clon.

¿Es así? ¿O no? Bueno, así es como algunos futurólogos veían el siglo XXI hace 40 o 50 años. Uno puede aún lanzar predicciones (como EIU) sobre las tendencias mundiales del próximo año, pero si empuja la línea del tiempo hacia el futuro más lejano podría terminar luciendo una camiseta con el letrero de “chiflado”. Además, desde que hace una generación Occidente comenzó a obsesionarse con la aceleración del cambio social y tecnológico, los gobiernos y las industrias se pasan semanas cada año en retiros creativos, produciendo lluvias de ideas y construyendo panoramas futuros de su empresa, su industria o su mundo. Lo único especial de un futurólogo es que él o ella no tienen ningún otro trabajo que hacer.

No es sorprendente que la futurología, como la conocíamos hace 30 o 40 años –durante el auge de El shock del futuro, de Alvin Toffler, la obra más popular de profecías desde Nostradamus–, esté casi muerta. La palabra futurólogo casi ha desaparecido del mundo académico y de los negocios. Los futurólogos prefieren llamarse futuristas y han dejado de sostener que pueden predecir lo que pasará: más bien “cuentan historias” sobre lo que podría pasar. Hay muchos, pero han dejado de ser famosos. Es probable que uno nunca los conozca, a no ser que esté en su mundo, o en el negocio de contratar oradores para cenas corporativas, reuniones y seminarios.

Ahora podemos ver que la edad de oro de la futurología, los años 60 y 70, fue causada no por el inicio de un profundo cambio tecnológico y social (como sus campeones sostenían), sino por su carencia. Las grandes tecnologías decisivas –teléfono, motor de combustión interna, incluso el vuelo tripulado– eran producto de un siglo anterior, y sus aplicaciones eran bien conocidas. Los fundamentos geopolíticos eran estables, también, gracias a la guerra fría. Los futurólogos extrapolaron las posibilidades más obvias, y las computadoras y las armas nucleares eran sus comodines. La gran diferencia es que hoy hemos asumido que 99% de nosotros no entendemos nada de nuestras fortalezas decisivas: ingeniería genética, nanotecnología, cambio climático, choque de culturas y el poder aparentemente ilimitado de la computación. Cuando el sentido popular de dirección es confuso, no hay lugares comunes que los futurólogos puedan apropiarse o contradecir.

Palomitas de maíz y los mercados de predicción

Hay todavía algunos obstinados que hacen profecías a escala mundial: James Canton, por ejemplo, autor de Futuro extremo. Pero en estos días el mejor consejo para los aspirantes a futuristas es: piense en pequeño. En 1982 el mejor libro sobre “qué nos espera en el futuro” de 1982 fue Megatendencias, de John Naisbitt, que profetizaba el futuro de humanidad. Un cuarto de siglo más tarde, en 2007, su homólogo fue Microtendencias, de Mark Penn, publirrelacionista y jefe de estrategia en la campaña presidencial de Hillary Clinton. Microtendencias explora las posibilidades de grupos sociales especiales, como zurdos y niños vegetarianos. El siguiente paso lógico sería un libro llamado Nanotendencias, de no ser porque el título ya pertenece a un diario de nanoingeniería.

La siguiente regla es: piense a corto plazo. En 1991, una médica estadunidense, Faith Popcorn, señaló el camino con el Reporte Popcorn, que aplicaba su previsión a las tendencias de los consumidores en lugar de la ciencia espacial. El objetivo Popcorn de la industria prospera como un adjunto del negocio de la mercadotecnia, un brazo de investigación relativo a la continua innovación en bienes de consumo. Una empresa, Trendwatching, de Amsterdam, predice en su Informe de Tendencias para 2008 una lista de modas sociales y nichos de mercado, entre ellas marcas “ecológicamente integradas” (tan verdes que ni siquiera hay que proclamarlo) y “la siguiente pequeña moda” (qué pasa cuando los consumidores sólo quieren ser personas comunes y corrientes).

Un tercer consejo: diga que no sabe. La incertidumbre es más simpática que nunca. Incluso los políticos la buscan: en efecto, los gobiernos que firmaron el protocolo de Kyoto sobre el cambio climático afirmaron: “No tenemos ninguna certeza, pero es mejor estar del lado seguro”, y han llegado a ser mucho más simpáticos que países como Estados Unidos y Australia, que dijeron entender lo suficiente sobre cambio climático para no ver ninguna necesidad de hacer algo.

El último gran reducto de los sabelotodos han sido los mercados financieros; los fondos de garantía que aseguraban tener estrategias de éxito para superar el promedio. Pero luego del pánico de los mercados durante 2007, es de esperarse mayor humildad allí también.

Un cuarto consejo para el futurista en ciernes: intégrese a una industria en particular, de preferencia algo que tenga que ver con informática, seguridad nacional o calentamiento global. Todas son industrias de rápido crecimiento, fascinadas por la incertidumbre y poco frecuentadas por las generalizaciones futuristas. El calentamiento global, en particular, hace que la futurología generalizadora sea casi inútil. Cuando los mejores científicos en el campo manifiestan que sólo pueden hacer conjeturas sobre los efectos a largo plazo, ¿qué puede hacer un futurólogo? “No puedo detener mi vida para pasar los próximos dos o 10 años estudiando para ser experto ambiental”, se queja Naisbitt en Mindset, su más reciente libro (aunque las recompensas para Al Gore, quien hizo exactamente eso, han sido altas).

Un quinto consejo: hable menos, escuche más. Gracias a Internet, cualquier persona inteligente puede obtener la información que necesita para viajar, interconectarse, investigar colaboradores y ganar acceso al poder. No es ninguna coincidencia que la antigua obra de Carlos Mackay sobre el instinto gregario, Extraordinarias alucinaciones populares y locura de las masas, haya sido desplazada por La sabiduría de las multitudes, de James Surowiecki.

Los futuristas más prestigiados en estos días no son individuos, sino mercados de predicción, donde las conjeturas de muchos se fusionan en fuertes probabilidades. ¿Osama Bin Laden será atrapado en 2008? Sólo 15% de probabilidades, aseguró Newsfutures a mediados de octubre de 2007. ¿Tendrá Irán armas nucleares el primero de enero de 2008? Sólo 6.6% de probabilidades, afirmó Inkling Markets. ¿Perdonará George Bush a Lewis Scooter Libby? Una probabilidad mayor a 40%, dijo Intrade. Todavía puede haber, en alguna parte, mercados de predicción que apuesten por la inmortalidad. Pero tenga cuidado: los vendedores a corto y largo plazos podrían tener dificultades a la hora de cobrar.

Traducción de textos: Jorge Anaya

 
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