TOROS
¿Pitito?
Qué raro encanto despedían de sí los enrazados toros de Barralva. De encastada nobleza, el primero y Pitito, el cuarto. Ardían como arden de tarde en tarde los toros ¡Cómo arrancaba a los caballos y peleaban apalancados en los riñones! Qué belleza de la suerte suprema del tercio de varas. Cada puyazo desembarazaba fragmentos del pasado. Salí del coso con eloquecedora voluptuosidad y el melancólico escalofrío que nos regalaron las revivencias de las emociones toreras perdidas, los toros hispano-mexicanos de Barralva.
La sangre renovada con vivificante casta circulaba acelerada por sus venas. Los toros barralvences, enrazados, disparejos de presentación y lidia, venían armados de pitones navajeros. Alegres la mayoría, desentonaban los corridos en quinto y sexto lugar. Excepcional el cuarto que mereció el indulto y fue desaprovechado por Antonio Bricio, poco toreado para enfrentar un burel de esa encastada nobleza. Superior el primero al que Javier Valverde lo toreó por nota y tiró por la borda con la espada lo conseguido.
Ese toro de nombre Pitito, feo, muy feo, salió de toriles amensado, haciendo honor a su nombre. Más al embestir a los caballos, Pitito se creció y cómo peleó a la cabalgadura. No era un Pitito, era un pito descomunal que parecía oler el efluvio de “esa” vaca en la ganadería. Sólo por el gusto de jugar a la muerte con humores de fronda en la arena morena. Como planeaba Pitito que se transformaba en “Pitón” en su recorrido, codicioso de la tela que le presentaba su matador. Qué atractivo del feo Pitito metamorfoseado en “Pitón” y grabado en el fuego de la sangre sobre el redondel.
Pitito regresará a la ganadería y desangrará armonías en busca de esa vaca que lo espera. Conocedora que feo, feo, echa humo y se le agitan las alas, y vaya que se pone guapo.