DIRECTORA GENERAL: CARMEN LIRA SAADE
DIRECTOR FUNDADOR: CARLOS PAYAN VELVER
SUPLEMENTO MENSUAL  DIRECTOR: IVAN RESTREPO  
EDICIÓN: LAURA ANGULO   LUNES 28 DE ENERO 2008 
NUMERO ESPECIAL


Portada

Presentación

Los delfinarios
Yolanda Alaniz Pasini
y Laura Rojas Ortega


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Los delfinarios

Yolanda Alaniz Pasini y Laura Rojas Ortega
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Hoy día, la “industria” mexicana de los delfinarios se ha constituido como una de las más grandes del mundo, y es de gran importancia en Latinoamérica y el Caribe, donde vende animales ya entrenados.


Ballena beluga

Los delfinarios empezaron a funcionar en nuestro país a principios de los años 70 del siglo pasado cuando una empresa comercial de autoservicio utilizó dos delfines y dos lobos marinos para atraer clientes. Entonces se construyeron los primeros delfinarios en México. Nos referimos al acuario Aragón en el zoológico del mismo nombre, y el parque Atlantis, ambos localizados en la Ciudad de México.

Después se construyó el acuario Reino Aventura, hoy Six Flags, donde se mantuvo en condiciones críticas a la famosa orca macho Keiko, que fue rescatado del encierro después de haber realizado la película Liberen a Willie. El animal murió en libertad años después.

Hasta hoy, a más de 35 años de expandir el sistema de cautiverio de especies marinas en México, sólo Keiko ha sido rehabilitado y liberado. Todos los demás delfines y lobos marinos han muerto en sus encierros.

La especie más utilizada es el delfín nariz de botella, el conocido Flipper. La mayoría de estos delfines han sido capturados en México, pero también se realizaron intensas capturas en aguas de Cuba. De igual forma, han llegado dos embarques de delfines japoneses, además de una importación masiva de 28 delfines de las Islas Solomon, que se encuentran al noreste de Australia. Esta última importación reveló las violaciones que se cometen a la legislación internacional vigente sobre la materia.

Además de la orca Keiko, también existieron dos ballenas blancas, llamadas belugas, capturadas en aguas rusas y traídas a México, donde permanecieron en un estanque ubicado en medio de la montaña rusa, en La Feria de Chapultepec. Allí estuvieron desde 1998 hasta el 2005. Fueron llevadas por motivos humanitarios al acuario de Atlanta, en Estados Unidos. Finalmente, una de estas ballenas (Casper) tuvo que ser sacrificada hace justo un año por estar gravemente enferma. De acuerdo a los reportes de los veterinarios tuvieron que matarla porque permaneció durante siete años bajo el ruido persistente y diario de la montaña rusa, lo que le provocó un estrés constante y una grave afectación en su sistema inmunológico. Todo ello desencadenó diversas enfermedades y, finalmente, su muerte.


Aprender a comer de la mano o morir

Los lobos marinos más utilizados en cautiverio son los de Baja California Sur, llamados Zalophus californianus, pero también existen otras dos especies de lobos importados de Uruguay.

Los últimos cuarenta años los delfinarios han proliferado en forma alarmante en México. Existen en la Ciudad de México, Guadalajara, Acapulco, Los Cabos, Puerto Vallarta, Nuevo Vallarta, Sonora, Ixtapa y Zihuatanejo. En la zona costera de Quintana Roo es donde existen más: los hay en Cancún, Isla Mujeres, Cozumel, Puerto Aventuras, Xcaret, Xel-Ha, y Mahahual.

También existieron otros delfinarios que cerraron por diversas causas en Cuernavaca, La Paz, Baja California Sur, Acapulco y en el Distrito Federal.

La explotación de delfines y lobos marinos se inició como espectáculo, imitando los que presentaban los delfinarios estadounidenses; hoy, esta actividad continúa como un espectáculo estándar que consiste en la exhibición de los animales realizando actos de circo bajo el comando de los entrenadores, en los cuales simulan bailar o cantar, realizan saltos y giros espectaculares. O se “comunican” con los entrenadores afirmando o negando las preguntas o instrucciones que éstos les hacen.

La característica más relevante del “espectáculo” es que busca la diversión del público, para lo cual se acompaña frecuentemente de payasos, o de bromas constantes entre los entrenadores y el público con la finalidad de involucrarlo en el espectáculo. Una vez pasada esta etapa del show, los lobos y los delfines realizan actos circenses para diversión del público que ha pagado por asistir. Por cada acto, el animal es premiado con un pedazo de pescado.

Los primeros encierros consistieron en estanques de concreto de reducidas proporciones y gradas para el público, diseñadas imitando un foro romano.

Durante casi dos décadas ésta fue la actividad principal en los delfinarios. Posteriormente se inició otra, la del “nado con delfines”, que es mucho más lucrativa, sobre todo con el turismo extranjero. Para realizar esta segunda etapa hubo necesidad de contar con espacios más amplios y las empresas propietarias procedieron a construir corrales marinos en sitios que concentran el turismo.

Recientemente, algunos delfinarios empezaron a realizar una actividad llamada terapia asistida con delfines. Se basa en recurrir al poder “curativo”, casi mágico, de estos animales para contrarrestar determinados padecimientos que resultan de difícil curación con las técnicas científicas usuales.

Pero la única explicación de esta actividad “curativa” basada en el nado con delfines (la llaman delfinoterapia) es aumentar las utilidades de las empresas que la promueven. El pago por ir a ver un espectáculo como el que se ofrece en los delfinarios del país no pasa de los cien pesos por persona. Pero las actividades de nado con delfines cuestan muchísimo más: de mil a mil quinientos pesos por persona. Pueden participar hasta catorce personas y dos delfines por sesión.

Quienes promueven la delfinoterapia recomiendan, en promedio, diez sesiones por paciente.

En menor proporción se utilizan delfines en espectáculos ambulantes, que se llevan sobre todo a las ferias regionales que se efectúan durante el año por, virtualmente, todo el país. Esta actividad implica el transporte por tierra de los delfines de ciudad en ciudad. Es común que el mismo transporte lleve para exhibición en las ferias a lobos marinos, e incluso aves silvestres, como guacamayas. También se han encontrado circos que exhiben y transportan algunas especies de tiburones en peceras móviles.

En ningún caso se menciona que la fuente primordial del cautiverio ha sido la captura de individuos de vida libre. Tampoco la gente que acude a ver estos “espectáculos” conoce los procesos a que son sometidos los animales para su “aclimatación” en cautiverio. Mucho menos sobre el efecto que todo esto causa en su vida y su conducta.

El estudio del que hoy damos cuenta en La Jornada Ecológica se centra en los delfines, debido a su condición totalmente artificial en cautiverio, ya que su medio de vida plena, total, verdadera es el mar. El cautiverio, en contraste, tiene consecuencias extremas en su vida y su salud.

Sin embargo, las autoras encontraron que los lobos marinos son un complemento de todas las instalaciones que exhiben delfines. Por ese motivo es que incluyen los datos que lograron obtener sobre lobos marinos. El hecho de que puedan vivir parcialmente en el medio terrestre tiene implicaciones diferentes en cuanto a su manejo. En efecto, los lobos marinos son los más expuestos en los espectáculos itinerantes y a un transporte continuo.

La captura

Los delfines nariz de botella, los más utilizados en el cautiverio en México, son animales que pertenecen a grupos sociales muy complejos. En vida libre pueden viajar varios kilómetros en un solo día, alcanzar una gran velocidad en su nado, sumergirse a profundidades, saltar sobre la superficie. Son predadores, es decir, persiguen y cazan su alimento: peces vivos. Viven en grupos sociales altamente organizados y su conducta se considera muy compleja.


Captura realizada en aguas de Campeche

Un hecho que la industria del cautiverio ha ocultado es que los delfines dependen en gran medida de su sistema acústico para conseguir alimento, para comunicarse entre ellos, para que madre y cría interactúen y para evitar peligros y predadores.

En México se extrajeron del mar delfines en una cantidad y en una forma que no ha sido posible cuantificar y documentar fehacientemente. Esto es así porque no existen registros fidedignos que ayuden a elaborar la historia verdadera de las capturas.

Lo que sí se sabe es que por lo menos durante casi treinta años se capturaron delfines en los mares de México prácticamente sin control. Al respecto, cabe señalar que los registros oficiales no concuerdan ni siquiera con el número de permisos de pesca de fomento disponibles.

Todos los métodos de captura son altamente violentos y producen un alto nivel de estrés, no sólo en los animales capturados, sino también en todo el grupo. Generalmente se utilizan botes o “pangas” que poseen pescadores de la zona donde se van a capturar los ejemplares. Para ello, se localiza un grupo de delfines y se tiran redes sobre todo el grupo.

Posteriormente, los pescadores contratados se tiran al mar para elegir a los defines que van a capturar. Una vez escogidos y controlados los ejemplares, los echan a los botes o a las pangas, llevándolos después a pequeños corrales ubicados en playas aledañas para su “aclimatación”. Este método es altamente estresante para los animales. Los delfines pueden quedar atrapados y ahogarse en las redes mientras intentan huir. Las crías son particularmente susceptibles a sufrir daño y hasta la muerte.

Está documentado que los demás métodos de captura igualmente son muy estresantes, violentos, invasivos y potencialmente letales.

Existen evidencias científicas de que la mortalidad posterior a la captura puede incrementarse hasta en seis veces, durante los primeros cinco días posteriores a que se realizó.


Ejemplar herido, mordido por otro delfín,
ya que no hay escape

Los delfines que fueron capturados pero inmediatamente liberados, o los que no lo fueron pero sufrieron el proceso referido, están igualmente expuestos a los mismos problemas. Sin embargo, este aspecto no lo estudiamos. Tampoco el grado de afectación a mediano o largo plazo que sufren los grupos de delfines de los cuales se extrajeron ejemplares para cautiverio.

Se ha comprobado que los principales daños agudos debidos al acoso, persecución y captura de delfines, son de tipo cardiaco (infarto), así como afectación seria en los riñones. Esta muerte (llamada miopatía) es resultado del shock masivo y el estrés ocasionado a los animales.

Existe un método que es el más violento y cruel y es utilizado en Japón, en las prefecturas de Futo y Taiji. Cada año, a partir de octubre y por periodos de hasta seis meses, se realiza la “pesca” de delfines llamada drive fisheries. Durante éstas, manadas completas de delfines, falsas orcas, ballenas piloto, y otros pequeños cetáceos son acorralados con varios botes y conducidos con ruidos intensos (a los cuales los delfines son muy sensibles) hacia pequeñas caletas donde los animales quedan atrapados hasta por tres días.

Después de este periodo, los pescadores entran al mar y uno a uno los cetáceos que no son elegidos para los delfinarios son degollados con cuchillos o arpones largos hasta desangrarse.

La industria de los delfinarios ha financiado estas masacres, acompañando a los cazadores y pagando por permitirles recolectar algunos delfines vivos, los que ellos piensan son los mejores para el espectáculo. Se trata de machos y hembras jóvenes.

Este sistema de captura ha sido criticado mundialmente. Cabe señalar que un delfín muerto para consumo local en Japón cuesta aproximadamente 500 dólares, mientras que uno vivo, obtenido en esta sangrienta cacería, cuesta alrededor de 3 mil dólares. Los pescadores ignoran que el precio que pagan los delfinarios por ejemplar vivo es muy inferior a lo que se paga en otras partes del mundo. De esta forma, y por fines estrictamente económicos y sin escrúpulos, los delfinarios financian estas matanzas, a pesar de que sostienen que “salvan” a unos cuantos de una muerte brutal en esas prefecturas japonesas, cuando en realidad es a la inversa.

A México han llegado dos embarques de delfines capturados en esta forma en Japón. Uno en el año 2000, con cuatro delfines. En agosto del 2005, llegaron otros siete animales a Puerto Vallarta. Luego fueron trasladados a Los Cabos.

Los científicos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés) advierten por su parte que:

“El remover cetáceos vivos de la vida silvestre para exhibición en cautiverio o investigación es equivalente a la cacería, ya sea incidental o deliberada, ya que los animales llevados a cautiverio (o muertos durante las operaciones de captura) dejan de contribuir a mantener la población natural.”

Esta aseveración de los científicos es muy importante ya que las capturas, donde quiera que sucedan, siempre afectan de manera impredecible a la población, pero muy especial y particularmente, a los individuos que son capturados y llevados a encierros.

El cautiverio

Después de capturados los delfines son llevados en los mismos botes a unos corrales previamente construidos en la playa, con postes de madera y malla metálica. Aquí es donde se les obliga a comer pescado de la mano del hombre, práctica a la que deben acostumbrarse con el tiempo. A este proceso se le llama “aclimatación”, que significa el boleto sin retorno a una vida de encierro.


Nado con delfines, Acapulco, Gro

Luego de permanecer unos días en los corrales citados, son transportados por tierra o avión en cajas llamadas contenedores a su destino final. Se ha demostrado que el transporte es el proceso más estresante para los delfines, sólo después de la captura.

Una vez en el lugar escogido para su exhibición deberán acostumbrarse a una manipulación y control absolutos, de tal forma que todas sus actividades serán controladas por el hombre.

El cautiverio significa para los delfines y otras especies marinas la privación de la libertad, de por vida, y en espacios reducidos, con una profunda alteración en sus pautas de comportamiento. Los encierros son espacios artificiales, cerrados, de formas geométricas, que favorecen el tedio, el aburrimiento y la neurosis, ya que están construidos para la comodidad y diversión humana, no para facilitar ninguna de las conductas básicas de los animales.

Además son espacios sin salida.

Los delfines son animales que en el mar viven en grupos sociales, con jerarquías establecidas. En cautiverio puede presentarse agresión sobre los otros individuos, fundamentalmente los juveniles, que pueden resultar dañados al no encontrar espacio para huir de la agresión de los delfines dominantes. No existe posibilidad para que se dé el fenómeno de neutralización por parte de otros adultos de la manada, como pudiera suceder en vida libre.


Los delfinarios se diseñan para comodidad humana, no para delfines

Este fenómeno se ha descrito desde hace muchos años para el caso de animales de zoológicos, sobre todo en aquellas especies en donde el combate ritual sustituye a la agresión real. Al estar incapacitados para huir y evitar confrontaciones, los animales sufren un elevado nivel de estrés y hasta daño físico que puede resultar, incluso, en la muerte del ejemplar afectado.

Se ha comprobado que la dominancia de los machos en situaciones de cautiverio llega a ser fuente de muchos problemas sociales y de comportamiento, especialmente hacia los delfines juveniles del grupo.

Este problema se agrava más aun al reunir, en un mismo encierro, delfines que provienen de capturas de grupos o poblaciones diferentes, con estructuras sociales en donde cada individuo ocupaba un lugar social diferente al que en cautiverio se ve obligado a adoptar. Este hecho, de por sí estresante, puede llevar a conductas agresivas o de sumisión provocadas artificialmente.

De la misma forma, se sabe que una de las consecuencias del estrés son las úlceras gástricas y la gastritis. Estos procesos son constantes en los animales en cautiverio. También es una de las causas más frecuentes de morbilidad, pero sobre esto no hay registros oficiales ni adecuados.

Recién se publicó que los hallazgos endoscópicos más frecuentes en delfines en cautiverio en México son: esofagitis, estenosis esofágica, gastritis (ligera, moderada y severa), úlceras (activas, fibrosas y perforadas), presencia de cuerpos extraños.

El hallar estos últimos en el estómago de los delfines se debe al aumento de nerviosismo, lo que origina que los animales ingieran cualquier objeto del estanque, mismos que después pueden provocar obstrucción y muerte.

La muerte en cautiverio

De acuerdo a los reportes que las empresas han presentado ante las autoridades, las principales causas de muerte son las enfermedades e infecciones respiratorias.


Cría de delfín muerta, aún con su madre, en el estanque donde fueron abandonados durante el huracán Wilma, Cozumel

En cambio, la muerte por causas debidas a vejez ocupan sólo un porcentaje de 4 por ciento y 6 por ciento para delfines y lobos, respectivamente, lo cual nos deja ver que existen tasas más altas de mortalidad en cautiverio, además de que la muerte se presenta de forma prematura.

Un hallazgo importante es que las muertes debidas a manejo irresponsable, como pueden ser los traumatismos craneoencefálicos, la obstrucción intestinal por ingestión de cuerpos extraños, como bolsas de plástico, hojas de árbol que fueron ingeridas al estar flotando en el agua de los estanques, o mecates, e incluso la asfixia, ocupan del 20 al 25 por ciento del total de las muertes reportadas.

Así, la cuarta parte de las muertes se producen por manejo irresponsable, provocando accidentes graves y mortales para los animales.

Del total de las muertes registradas en delfines, el primer lugar lo ocupan las neumonías, con un 20.8 por ciento. La segunda causa la constituye la septicemia, con casi un 15 por ciento de las muertes. Ambas representan muerte por enfermedades infecciosas, ya sea respiratorias o digestivas, en conjunto representan un 35 por ciento de todas las muertes de delfines.

También con el 15 por ciento de todas las muertes registradas se encuentra la miopatía, que es el ataque violento con alza de temperatura corporal y ataque agudo al corazón, todo esto provocado por estrés, ya sea por la captura o el transporte.

Esto es importante ya que las mismas empresas declaran en sus informes a las autoridades un porcentaje muy alto de tan alta mortalidad debida a estrés.

En el cuarto lugar de causa de muerte se encuentra el llamado choque neurogénico. Ya que los registros sólo dicen la última causa de muerte y no reportan el proceso que llevó a este tipo de choque, debemos pensar que puede ser ocasionado por: un dolor intenso, que a su vez puede resultar de una úlcera gástrica, de perforación intestinal, peritonitis. O por un traumatismo, por mencionar aquellos que sabemos son frecuentes en delfines.

Un hecho notorio en esta investigación es el hallazgo de que los traumatismos toráxicos o craneales constituyen una causa importante de muerte, ocupando el quinto sitio de todas las causas registradas, con un 8.3 por ciento del total.

Sin embargo, si se reunieran en el mismo renglón cierto tipo de accidentes (como la asfixia y los traumatismos arriba descritos), estas causas en conjunto ocuparían el 12.5 por ciento de las muertes, y sería la tercera causa de muerte de todas las reportadas por las empresas en México.

Este hecho indica la forma en que los delfines son tratados en cautiverio. Estas causas de muerte denotan maltrato, descuido, negligencia y, probablemente, crueldad y violencia directa contra los animales.

En el sexto lugar se encuentran la obstrucción y/o perforación gástrica o intestinal, que de acuerdo a los datos obtenidos de las autopsias, constituyen obstrucciones por cuerpos extraños, como son varios kilos de hojas de árbol obstruyendo el estómago, una gorra tipo béisbol, y también otros objetos ajenos al medio acuático, como bolsas de plástico o mecates, e incluso metales. Los hallazgos de las autopsias nos revelan que este tipo de muertes serían evitables y que junto con el sufrimiento que conllevan, serían prevenibles bajo un manejo adecuado y responsable.

Los problemas cardiacos y hepáticos, al igual que la muerte debida a vejez ocupan los últimos lugares en los registros oficiales.


Final prematuro en un delfinario

Un hallazgo constante al revisar las edades de los animales al momento de su muerte o el tiempo que sobrevivieron después de la captura es que en cautiverio la muerte sucede de manera prematura en comparación con los registros llevados a cabo por científicos sobre las edades promedio en que llegan a la muerte en vida libre. Es decir, la esperanza de vida en cautiverio es menor.

Los hallazgos de la investigación contradicen el argumento según el cual los animales viven más años y en mejores condiciones en cautiverio que en vida libre, ya que se les cuida bien, no enfrentan depredadores como en mar abierto, y no tienen que cazar pues tienen el alimento asegurado.

Los datos oficiales recabados permiten ver que la esperanza de vida es menor, y que además la calidad de vida es sumamente precaria.

Para el caso de lobos marinos existe menos información disponible. Sin embargo, encontramos que la principal causa de muerte, al igual que para delfines, es la que constituyen las neumonías y bronconeumonías, con un 31.3 por ciento del total de defunciones. El segundo lugar lo ocupan los traumatismos y envenenamientos, y el tercer sitio las obstrucciones intestinales por cuerpos extraños.

De manera similar que en la mortalidad de delfines encontramos que las causas de muerte que son evitables y que se deben a manejo irresponsable representan en conjunto la cuarta parte del total de las muertes reportadas por las empresas.

La senectud, así como el estrés como causa directa de muerte se reportan en un 6 por ciento para cada caso.

Existe una constante en el trato de animales en los delfinarios: el manejo inadecuado e irresponsable, lo cual deja ver la verdadera falta de interés por la salud o bienestar de los animales ya que sólo son utilizados y explotados comercialmente, como meros instrumentos para conseguir dinero.

Los mitos

Uno de los mitos fundamentales utilizados para la explotación comercial de delfines y lobos marinos es que, a través del contacto directo con los animales, o su exhibición, el ser humano aprende a valorar y a entender la importancia de la conservación de los mamíferos marinos.


Acto de circo

Durante los espectáculos, los animales son obligados a hacer trucos de circo que nada tienen que ver con su conducta en vida libre, como bailar, saltar aros, llevar pelotas en el hocico o “cantar”.

Aunque se menciona que tienen amenazas por pesca incidental en redes, o que, por ejemplo, los tiburones pueden ser uno de sus depredadores, nunca se otorga información fidedigna acerca de la historia natural de las especies, la interrelación con su hábitat, o la importancia de ser animales esencialmente gregarios, es decir, que dependen de la vida en familia y en grupo. Y que tienen estructuras sociales muy complejas que son violentadas y fragmentadas con las capturas.

Además, nunca se menciona el daño provocado a cada uno de los animales capturados. Por otra parte, al ejecutar trucos de circo, el público se divierte, pero no observa las condiciones del cautiverio, los encierros de concreto donde nadan los animales y que acaban convirtiéndose en su tumba.

El público ríe y se divierte con actos absolutamente artificiales. Lo único que obtiene es una distorsión de la realidad acerca de la vida de estas especies. Así, lejos de educar se mal informa al público. Y lo que especialmente los niños aprenden es que es legítimo capturar animales de su hábitat, encerrarlos y divertirse a costa de ellos.

Una verdadera educación debe involucrar aspectos reales acerca de las especies que estudiamos, y su importancia en la cadena de la vida.

Al respecto, el oceanólogo francés Jean Michel Cousteau aseveró:

“Los acuarios, particularmente los que realizan actos de circo con mamíferos marinos están destinados a desaparecer cuando el público se eduque y se vuelva contra ellos.”

Otra falacia frecuentemente utilizada es que los acuarios y delfinarios realizan actividades de conservación de las especies que exhiben. Incluso, muchos de ellos cambian el nombre de sus instalaciones para aparentar actividades científicas, educativas y de conservación. Tal es el caso de Fins: Dolphin Learning Center, que se ubicó en La Paz, o el del Centro de Reproducción de Mamíferos Marinos, en Guadalajara.

Analicemos: los objetivos de una conservación verdadera se encaminan a la reproducción de especies en peligro de extinción (como el ahora ya extinto delfín de Baiji), para poder hacer su liberación al hábitat natural, es decir a la vida libre, y de esta forma evitar su extinción.

En el mundo existen algunos zoológicos (no llegan al 10 por ciento), que sí cumplen con la función de hacer reproducción en cautiverio de especies en peligro de extinción, para hacer repoblación. Sería el caso del lobo gris mexicano. Pero no es el caso de los animales utilizados en los delfinarios.

Las especies utilizadas son básicamente el delfín nariz de botella (Tursiops trucatus), ya sea del Pacífico o del Atlántico, y los lobos marinos (Zalophus californianus), además de los lobos de la Patagonia, que son importados.

Ninguna de estas especies se encuentra en peligro de extinción, sino que están en la categoría de “bajo protección especial”, de acuerdo a la legislación mexicana. Sin embargo, las capturas indiscriminadas pudieran llevar a ciertas poblaciones a estar más amenazadas. Hoy no se hace conservación, ni reproducción para liberación en ningún delfinario en México.

Habitualmente, las empresas registran ante las autoridades a los delfinarios con fines de “exhibición, conservación y manejo”.

Sin embargo, la única conservación que realizan es la de mantener vivos a los animales lo más posible para su exhibición y explotación comercial. Esto nada tiene que ver con la conservación de las especies.

En más de 35 años de actividades de cautiverio de mamíferos marinos en México, sólo Keiko, la orca macho estrella de la película Liberen a Willy, ha sido rescatado, rehabilitado y liberado gracias a la colaboración internacional y debido a las condiciones críticas en que se encontraba en el delfinario del entonces Reino Aventura.

Todos los demás cientos de delfines y lobos marinos que han pasado por los delfinarios en México, y de los cuales ni siquiera existe un registro real y confiable, han muerto en cautiverio.

Por otra parte, la fuente primordial para obtener delfines y lobos marinos (al menos hasta el año 2002) fue la captura en la vida libre de ambas especies, lo cual provocó impactos en las poblaciones, tal como lo han referido los científicos especialistas en cetáceos de la IUCN.

Podemos decir entonces que es contradictorio y paradójico capturar delfines y lobos indiscriminadamente, afectando a las poblaciones y a los individuos, para hacer “conservación”.

En realidad, la verdadera conservación de estas especies debe ser, como lo declara el Convenio de Diversidad Biológica in situ, es decir, ahí donde se encuentran las especies: en su hábitat.

Si los delfinarios a lo largo de 35 años de existir en México hubieran tenido interés en la conservación, habrían hecho estudios de mediano y largo plazo acerca del impacto de las capturas sobre las poblaciones de las cuales extraían animales.

Estos estudios no existen y tampoco las autoridades los solicitaron.

Incluso, los pocos manatíes que están en cautiverio en los delfinarios de Quintana Roo, y que sí se encuentran en la categoría de “en peligro de extinción”, son explotados comercialmente y se utilizan para “interacción” o “educación”.

Sin embargo, a pesar de reconocer el peligro en que se encuentra esta especie y la necesidad de hacer repoblación de manatíes en aquellas zonas en que prácticamente están desapareciendo, los pocos delfinarios poseedores de manatíes no han registrado proyectos de rehabilitación y liberación al medio marino, o de reproducirlos para liberación al hábitat. Tan sólo se limitan a conservarlos y mantenerlos para explotarlos económicamente con la anuencia de las autoridades ambientales.

La industria del cautiverio siempre argumenta que la rehabilitación es imposible y que lo más conveniente es dejar a los animales en cautiverio para su estudio científico. También asegura que, al exhibirlos al público, se convierten en “embajadores” de su especie, con lo cual se logra una mayor comprensión de la misma y, a la postre, su conservación.

Queda claro que lo que subyace tras estas falacias en las actividades de los delfinarios es el beneficio económico. Se utilizan dichos argumentos sólo para justificar el cada vez más cuestionado cautiverio de mamíferos marinos.

Los riesgos para humanos y para delfines

Existe la creencia popular de que los delfines son gentiles, amistosos, bondadosos, y a veces hasta mágicos. Sin embargo, distan mucho de ser así, a pesar de su belleza, que ciertamente es utilizada para su explotación.


Nado con delfines

Durante el nado con delfines, el entrenador le muestra a un grupo de turistas las partes anatómicas del delfín, como son las aletas, el respiradero, el vientre y su complejo sistema de comunicación. Mientras tanto el delfín, bajo las instrucciones del entrenador, muestra su cuerpo, que puede ser tocado.

Posteriormente, el turista entra al agua con los animales y el entrenador da instrucciones a los delfines, que brincarán por encima del grupo de humanos, harán el empuje de pies (foot-push), y tocarán con su hocico las mejillas del turista, asemejando un “beso”. Luego los “premiará” con un pedazo de pescado.

En una sesión de nado con delfines se podrán encontrar hasta diez o doce turistas con un par de delfines, en sesiones de 45 minutos.

En la delfinoterapia, en cambio, se invocan los poderes casi mágicos que se dice tiene un delfín para curar a través del ultrasonido que produce.

Habitualmente se realizan alrededor de ocho a diez sesiones de 15 minutos cada una, por cada enfermo, durante unas dos semanas, tras las cuales se argumenta que hay cambios en los pacientes.

Los padecimientos que, de acuerdo a los delfinarios, son susceptibles de ser modificados o curados por esta actividad son: autismo, síndrome de Down, bulimia, anorexia, depresión, ansiedad, déficit de atención e hiperactividad, así como trastornos del sueño.

Las empresas del cautiverio de delfines aseveran que la terapia asistida con delfines mejora la motivación, el enfoque de la atención, las destrezas motoras (tanto las gruesas como las finas), así como el lenguaje.

Sin embargo, no queda claro científicamente hablando, de qué forma la delfinoterapia realiza mejoras en el coeficiente intelectual de pacientes con problemas genéticos o de nacimiento, como puede ser el síndrome de Down, o la parálisis cerebral, por mencionar sólo dos padecimientos.

Uno de los vacíos más importantes en los protocolos de delfinoterapia es la carencia de rigor metodológico pues no existe adecuado control de variables. Es decir, no se toman en consideración otros aspectos que, independientes del contacto con el delfín, pueden influir en la modificación de conducta de los pacientes. Sería el caso del efecto que por sí solo produciría en un enfermo el entrar a una alberca y estar en contacto con el agua, lo cual se sabe es relajante; o el hecho de salir de casa y cambiar de ambiente un rato todos los días.

Muchos de estos pacientes viven encerrados en sus casas, y no se ha correlacionado las variables de salir diario de ellas, ver otras personas, relacionarse con otros individuos y sumergirse en el agua. Tampoco se ha diferenciado el efecto de conocer nuevos individuos o el efecto de “novedad” que representa todo lo que rodea las sesiones de terapia. La ausencia de control de variables hace muy dudosos los resultados.

Más aun: en el mejor de los casos, no existen estudios comparativos de la evidencia empírica que pruebe que la terapia con delfines es más eficaz que la que se hace con otro tipo de animales, los domésticos, como los perros y gatos.

De acuerdo a la doctora Betsy Smith, una de las pioneras de la delfinoterapia, existen otros animales (perros, gatos, caballos) que se han usado para dar reforzamiento positivo y aumentar la autoestima en niños con discapacidades.

También menciona que, por consideraciones éticas, no se justifica aprisionar delfines para estos fines, motivo por el cual abandonó la delfinoterapia en 1992. La doctora Smith considera que se argumentan propósitos terapéuticos como justificación para hacer una ruda invasión sobre los delfines. En realidad, asegura, lo que vemos en un estanque durante una sesión de delfinoterapia son personas y delfines vulnerables.


Nado con delfines

Algunas promociones de esta terapia aseguran que los delfines curan mediante los pulsos de ultrasonido. Estudios recientes demuestran que para que el ultrasonido emitido por los delfines tenga algún efecto sobre los tejidos, debe emitirse por tiempos suficientes pero no hay control sobre la duración de los pulsos emitidos por un delfín. Esto hace que sea cada vez menos realista la hipótesis de que los delfines curen a través del ultrasonido.

A pesar de que no hay datos científicos que soporten la delfinoterapia, se realiza bajo la autorización de la Dirección General de Vida Silvestre, de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), cuando no es su competencia, pues no está facultada para autorizar terapias de salud.

Sin embargo, la Secretaría de Salud, que debería ser la encargada de autorizar y regular esta actividad establece que:

“La delfinoterapia o terapia asistida no se encuentra contemplada dentro de la legislación sanitaria vigente, debido a que son tratamientos no convencionales o alternativos que por el momento no cuentan en el país con estudios científicos de causa-efecto que sustenten su eficacia terapéutica.

En este sentido, y toda vez que no se encuentran contempladas en la legislación, este tipo de terapias no esta sujeta a regulación, y por lo tanto no existen trámites orientados a su autorización.”

De esta manera, la delfinoterapia no está autorizada ni reconocida por las autoridades de Salud, que sería la instancia legal adecuada. En el absurdo, se encuentra regulada por las autoridades ambientales, que no son competentes para hacerlo.

Más aun, la delfinoterapia se realiza sin ninguna supervisión de las autoridades, y ni siquiera se reporta a la Dirección General de Vida Silvestre, por lo que se realiza sin ningún control, con excepción del que se autoimponen las empresas para demostrar sus éxitos.

Riesgos para los humanos

Poco o nada se ha dicho sobre el riesgo que existe para los seres humanos que entran en contacto con delfines durante estas actividades de nado con delfines, o delfinoterapia.

En 1995 se realizó en los Estados Unidos un estudio comparativo y cuantitativo del comportamiento de los delfines en cuatro programas diferentes de nado con delfines.

Los autores concluyen que la actividad de nado es peligrosa tanto para humanos como para delfines. Dicho reporte concluye que niños y mujeres tienen mayor riesgo de tener un ataque sexual, mientras que los delfines corren mayor riesgo cuando interactúan con hombres adultos.

Riesgos de daño físico

Aunque se sabe que los incidentes peligrosos son más frecuentes de lo que se publica, generalmente se ocultan. La reglamentación obliga a reportar los “incidentes peligrosos”, pero las empresas no lo hacen.

Aun a pesar del subregistro de eventos peligrosos, en todo el mundo existen datos que nos muestran la magnitud del problema: en Estados Unidos se realizó un estudio de riesgo tomando como partida los reportes de incidentes peligrosos que se obtuvieron de 1989 a 1994. Las lesiones más frecuentes van de laceraciones a huesos rotos.

Existe incluso un reporte de fractura de esternón durante un nado llamado “nado libre”, en el cual se permitía la libre interacción de humanos y delfines.

También se reconocen accidentes peligrosos en Bermudas, donde al menos dos personas fueron seriamente lastimadas por mordedura y requirieron hospitalización.

La única forma en que se divulgan estos accidentes es cuando la prensa logra documentar alguno; o cuando los usuarios protestan por este tipo de accidentes, tal como sucedió en Acapulco en junio del 2006, cuando un delfín atacó a una turista de 70 años. La lesión que le causó en la cara requirió ingreso al hospital y sutura quirúrgica.

También se publicó en un diario de Quintana Roo, en julio del mismo año, la noticia de que en Isla Mujeres un delfín atacó a su entrenador ante los ojos de todos los turistas.

A pesar de que este tipo de agresiones han sido calificadas como “accidentales” por las empresas, los expertos en comportamiento sostienen que no lo son, sino más bien intencionales, y que suceden cuando no hay control adecuado.

Generalmente se producen por los niveles de estrés a que están sometidos los delfines: son la respuesta, su reacción, a la interacción forzada.

Zoonosis

Otro riesgo potencial de las interacciones humano-delfín y que no se ha estudiado adecuadamente es el constituido por las zoonosis: la transmisión de enfermedades infecto-contagiosas de delfín al hombre y viceversa.

Son pocos los estudios que se han hecho en México al respecto, pero los que existen a nivel internacional revelan que hay riesgos reales para las personas que están en contacto con los delfines y otras especies marinas en cautiverio. Sobre todo, los encargados de cuidarlos y entrenarlos.

En el año 2001, la Universidad de California realizó una encuesta con 483 personas que trabajaban con mamíferos marinos, y que tenían estrecho contacto con los mismos, ya sea en el campo de la investigación, zoológicos, acuarios o en programas de nado con delfines.

Los resultados muestran que el 23 por ciento de quienes contestaron la encuesta habían padecido algún tipo de erupción o enfermedad cutánea, producida por algún tipo de virus, o dermatitis por bacterias.

Los mamíferos marinos son portadores o pueden enfermar de padecimientos infecciosos que se han relacionado con la contaminación de los alimentos, tales como son E. coli, Salomonella y Listeria. Estos son agentes patógenos que pueden producir diarrea en humanos. El riesgo es mayor en estanques cerrados donde no hay circulación de agua y la misma se encuentra contaminada por la orina y heces fecales de los animales.

Dentro de las enfermedades potencialmente transmisibles se encuentran las bacterianas y virales, pero también se reportan casos severos por micoplasmas, hongos, protozoarios e incluso parásitos.

Un estudio realizado por la Facultad de Medicina Veterinaria de la UNAM en delfines cautivos de cuatro instalaciones fijas y un espectáculo itinerante, logró aislar Candida albicans del espiráculo de dos delfines y en el líquido gástrico de un animal, además de Candida krusei y Candida tropicalis.

Además de sugerir fuertemente las micosis oportunistas en delfines inmuno-deprimidos, la presencia de Candida albicans también es un riesgo de contagio para humanos que debe ser estudiado seriamente, ya que la investigación de la UNAM se realizó en delfines clínicamente sanos.

De igual forma se han reportado anticuerpos a Toxoplasma gondii en cetáceos, en delfines japoneses, tanto en vida libre como en cautiverio. También el toxoplasma en delfines nariz de botella del Atlántico, y en los importados de las Islas Solomon.

Todos estos delfines se utilizan para tener contacto estrecho con humanos.

Riesgo para los delfines

Está documentado por expertos que tanto humanos como delfines se encuentran en riesgo en una interacción. Los humanos por razones obvias, pero algo más sutil resulta entender el riesgo que tienen los delfines durante las interacciones.

Cuando los delfines se comportan sumisos significa que se encuentran en un riesgo, pero en un nivel menos visible. Al menos para el ojo no experto. El comportamiento sumiso es, según los especialistas, un intento del animal subordinado de demostrar que es pequeño, vulnerable y no amenazante, para así evitar agresión del sujeto dominante, en este caso el humano. En un estudio realizado en Estados Unidos se encontró que los delfines mezclaban la conducta de irse a la zona de refugio, combinándola con actitudes de sumisión, con lo cual lo que intentaban era “ huir” de los nadadores.

Este comportamiento de sumisión es indicativo del nivel persistente de estrés al cual son sometidos los delfines durante los programas de nado o terapia asistida.

El mismo estudio de Samuels concluye que los niveles persistentes de estrés pueden llevar a un delfín a cambios químicos que afectan su salud.

Más aun: se deben correlacionar los hallazgos de los estudios del comportamiento de los animales, con los parámetros fisiológicos para identificar estados de estrés o pobre bienestar animal.

No existen estudios sistematizados acerca del efecto que esta intensa interacción puede tener sobre los delfines, al menos en nuestro país, con excepción del realizado por la UNAM, en el que se demuestra, a través de medición de cortisol salival, que el estrés es más alto después de las sesiones de delfinoterapia, tal vez debido a que los animales son obligados a permanecer quietos.

Muchas de las agresiones de delfines se deben a que no existen lugares de refugio o santuario donde puedan acudir para evitar una interacción. Las interacciones son forzadas y los animales no tienen a dónde huir, como cuando están en libertad.

Se encuentran confinados en lugares pequeños, geométricos y sin escape ninguno. Adicionalmente, en cautiverio la única forma de obtener alimento es obedeciendo las órdenes de los entrenadores.

Los espectáculos intinerantes

Éstos son literalmente de circo, pues las empresas que los llevan a cabo regularmente transportan dos delfines y dos lobos marinos encerrados en cajas (las llaman “contenedores”), dentro de un tráiler. El recorrido se hace por carretera y de pueblo en pueblo, sobre todo en las llamadas ferias, en donde se hace este tipo de exhibición. De esta forma se presentan lo mismo en la Ciudad de México, que en Querétaro, Zacango, Veracruz, Monterrey, Villahermosa, Durango, etcétera.


Acto de circo, común en los espectáculos itinerantes

Ya en el lugar donde se va a realizar la feria, se cava (cuando no existe ya) una fosa de pequeñas dimensiones, generalmente oval o circular, que se cubre con lona impermeable. Se le agrega agua potable, luego sal marina y cloro, para evitar la proliferación de bacterias. Posteriormente se depositan los delfines en el pequeño estanque para realizar el espectáculo regular.

Esta actividad es sin lugar a dudas la más cruel y riesgosa para los delfines especialmente, y es la que se registra una mortalidad más alta de animales y también una vida más corta. Tal parece que la decisión de enviarlos a espectáculos itinerantes es una forma de deshacerse de un animal. Por ejemplo, hemos detectado la muerte de delfines tan tempranamente como dos semanas, y tan tarde como seis meses, después de haber sido enviados a espectáculos itinerantes.

Las causas de muerte durante los espectáculos ambulantes, y de acuerdo con los registros de las propias empresas, sorprenden por la violencia de las muertes: “múltiples traumatismos por accidente vehicular”, “infarto cardiaco y agua en los pulmones”, “saturación de hojas de árbol y un mecate en el estómago, los cuales no pudieron ser extraídos”; “insuficiencia cardiaca, exceso de trabajo”; “peritonitis por perforación intestinal de divertículo”, etcétera.

A pesar de las evidencias del daño irreversible provocado por los espectáculos ambulantes, éstos no están prohibidos en México.

Huracanes y delfinarios

Además de los problemas ya referidos de los delfinarios, existe uno emergente: los huracanes y el daño que provocan en los delfinarios ubicados en las zonas costeras.


Delfinario Atlántida, de Parque Nizuc, en Cancún, hundido por el huracán Wilma

Cualquier huracán en mar abierto puede aumentar el tamaño y fuerza del oleaje, lluvias, vientos muy fuertes que pueden afectar embarcaciones y todo lo que se encuentre en las playas, como por ejemplo los corrales que guardan delfines, focas, lobos marinos, etcétera.

Los vientos de un huracán pueden ser tan fuertes como para dañar o destruir completamente vehículos, edificios, caminos y, por supuesto, instalaciones que albergan delfines. Además, convertir desechos y escombros en proyectiles que son lanzados al aire a gran velocidad. Por otro lado, los huracanes producen un incremento en el nivel del mar que llega a inundar comunidades costeras. Este efecto puede ser el impacto más dañino, ya que el 80 por ciento de las víctimas tanto humanas como animales de un huracán mueren en los lugares donde éstos tocan tierra.

La temporada de huracanes del 2005 marca un parteaguas en las medidas de protección que deben tomarse, tanto para humanos, como para el tema que nos ocupa, los delfinarios. Ese año marcó un récord de huracanes en el Atlántico, con 15, tres de ellos con categoría 5, como fueron Katrina, Rita y Wilma. Pero además, también establece un nuevo precedente en otros aspectos, como son: dos años consecutivos con mayor número de huracanes, con número de huracanes con categoría de mayor, y con huracanes que entran a tierra.

El incremento en frecuencia, intensidad y duración de los huracanes, significa daños cuantiosos en los oceanarios y delfinarios. Tales son los casos del huracán Marty sobre La Paz, en Baja California Sur en 2003, que provocó la muerte directa de cuatro de los siete delfines que fueron abandonados en el corral marino durante el huracán. Emily, en julio del 2005, sobre las costas de Quintana Roo, provocó la pérdida de tres lobos marinos que fueron rescatados varios días después, y la muerte por ahogamiento de un delfín. Katrina, en agosto del 2005, en Nueva Orleáns, destruyó totalmente el oceanario de Gulfport, y la pérdida en el mar de ocho delfines y 19 lobos marinos que fueron abandonados en sus estancias y posteriormente rescatados. Wilma, en octubre del 2006, entró a tierra con categoría 4, azotó por tres días las costas de Quintana Roo y destruyó totalmente tres de los cinco delfinarios que estuvieron bajo su influencia directa. A pesar de que los datos oficiales reportaron que todos los animales se lograron resguardar y que no hubo “bajas”, se logró demostrar la muerte de dos crías de delfín que fueron abandonados junto con sus madres en una alberca a escasos metros de la playa en el delfinario Chankanaab, en Cozumel.

Un elemento común en todos los casos descritos es la incapacidad y la indiferencia de las empresas para proteger y resguardar a todos los animales bajo su cuidado, abandonando a algunos en sus encierros y dejándolos expuestos a las fuerzas de los huracanes sin ninguna posibilidad de resguardo ni de huida.

Las leyes

Durante más de treinta años no hubo ninguna legislación para regular la captura, transporte y cautiverio de mamíferos marinos. Ni siquiera existen registros de todas las capturas que se hicieron. Sin embargo, y a partir de dos casos infortunadamente famosos en el mundo se logró legislar. Un breve recuento:

Después de una captura brutal y violenta que se realizó en la costa del Pacífico de Baja California Sur a finales del año 2000, y que levantó una gran polémica nacional e internacional, en el año 2002 se prohibieron las capturas de mamíferos marinos en aguas mexicanas.

Posteriormente, y después del tráfico “legalizado” de delfines más grande de la historia de los delfinarios en el mundo (un embarque de 28 delfines importados de las Islas Solomon a Cancún, en julio del 2003), el Congreso de la Unión prohibió las importaciones, así como exportaciones de mamíferos marinos a principios del año 2006.

De la misma manera, sólo a partir de que se dan a conocer las condiciones de captura y transporte en el caso de La Paz, es que se promulga la primera Norma Oficial Mexicana de Emergencia, que regula esta actividad, y que establece medidas de control en nado con delfines, además de prohibir el uso de delfines (cetáceos) en circos ambulantes.

Posteriormente, en el 2005 se publica la regulación definitiva con participación de las empresas que se dedican al cautiverio de mamíferos marinos. Esta norma definitiva brilla por la desregulación a favor de las empresas y en detrimento de las medidas de protección de delfines.

Un ejemplo claro de lo anterior es que se elimina la exigencia de que existan zonas de refugio o santuario para delfines; se relaja la supervisión; se cancela la exigencia de que un médico veterinario asista en las capturas (científicas). Adicionalmente, se vuelve a permitir el uso de delfines en espectáculos ambulantes que se había prohibido en la Norma de Emergencia.

Finalmente, se permite el nado de hasta diez personas por delfín, lo cual constituye una violenta invasión en el espacio vital del citado animal.

A pesar de todo, el resultado de la legislación aprobada en los últimos cinco o seis años es que, de forma indirecta, se ha favorecido la reproducción en cautiverio, pues ya no se puede capturar de vida libre; actualmente alrededor del 20 por ciento de los delfines en cautiverio están registrados como nacidos bajo esa situación.

Por otra parte, al prohibir capturas e importaciones, se ha obligado a las empresas a intentar mejorar las condiciones del cautiverio, pues la obtención de nuevos delfines, al menos por esas dos vías, es ilegal.

¿Quiénes son los delfines?

Si nos preguntamos qué o quiénes son los delfines, nos obligamos a estudiar los últimos descubrimientos científicos sobre ellos. Y nos encontramos que son verdaderamente sorprendentes. Los descubrimientos sobre su inteligencia y vida social nos llevan a cuestionar la irracionalidad humana en la actividad de los delfinarios, y en general en nuestro trato hacia los animales:

Los delfines son animales sumamente inteligentes. Se ha descubierto que tienen el cerebro más evolucionado, después del humano; más aun que los primates. Se sabe, incluso, que las áreas cerebrales destinadas a la cognición (procesos de conocimiento) son más grandes y complejas que las nuestras.

En términos generales, los delfines nariz de botella demuestran una gran capacidad para entender sistemas de comunicación artificiales, basados en símbolos y reglas.

Otra enorme habilidad demostrada en forma concluyente es su capacidad para reconocerse ante el espejo, así como la identificación y conciencia de las partes de su cuerpo, de la misma forma que lo hacemos nosotros.

Hasta hace pocos años se creía que sólo los grandes simios –además del ser humano– eran capaces de reconocer su imagen al espejo, a lo que se le llama reconocimiento de sí mismo.

Sin embargo, se han reportado evidencias concluyentes de esta capacidad en delfines nariz de botella. Se realizaron los mismos tipos de estudios que se habían hecho con primates, pero adecuados al medio acuático de los delfines.

Dichos estudios demostraron que los delfines poseen capacidades cognitivas muy complejas, de reconocimiento de sí mismos ante el espejo, lo cual indica un desarrollo cerebral muy evolucionado.

El reconocimiento de sí mismos ante el espejo, al igual que en chimpancés y en humanos, significa que hay autoconciencia, es decir, que un individuo se identifica a sí mismo diferente de los demás.

También muestran conductas de comunicación social que no se han encontrado en otras especies, como son los silbidos individuales o firmas, que parecen ser útiles para el reconocimiento individual y la vida en sociedad.

También se sabe que utilizan determinados silbidos específicos para llamarse de forma individual, lo que puede ser el equivalente al uso de nombres que utilizamos los humanos.

Esta complejidad en la comunicación de los delfines nariz de botella se ha utilizado como un indicador confiable de su inteligencia y sugiere que es muy probable que posean un lenguaje propio para comunicarse entre ellos, de la misma forma que lo utilizamos los humanos

Además, sus sistemas sociales son muy complejos, demostrándose que utilizan herramientas, y más aun, la transmisión de estos conocimientos a los jóvenes, a través de la enseñanza.

Un ejemplo es un grupo de delfines estudiado en Australia, en Shark Bay, desde 1984. Primeramente se observó que algunas hembras cortan un pedazo de esponja que se colocan en el rostro para protegerlo de superficies filosas mientras buscan peces en los fondos arenosos de canales profundos. Se considera que con esta herramienta se ha implementado una especialización y estrategia de alimentación.

Este rasgo de comportamiento lo muestra un pequeño número de delfines, y no todos participan de esta costumbre. Más interesante aun es que esta conducta se transmite básicamente de manera matrilineal, es decir de madres a hijas.

Éste es un ejemplo de transmisión social de una pauta de comportamiento que adquiere relevancia en el estudio global de los delfines y que permiten ver el grado de desarrollo evolutivo que han alcanzado.

Descubrimientos como el anterior se han multiplicado en diferentes partes del mundo, al grado de hablarse ya de “cultura en delfines”, ya que cultura se define como la transmisión de pautas de comportamiento de una generación a otra, de forma social, no genética, y que se adquiere por enseñanza o imitación.

Hablar entonces de delfines es hacerlo de seres sintientes, muy inteligentes, con sociedades y sistemas de comunicación muy complejos, con conciencia de sí mismos en el tiempo y en el espacio, y con culturas que varían de una población a otra.

Hacia una respuesta responsable

Después de analizar las formas de captura, las condiciones del cautiverio, lo altamente sensibles que, en especial, son los delfines; que el cautiverio les provoca niveles persistentes de estrés, nos explicamos la mayoría de las causas de muerte relacionadas casi exclusivamente con dos asuntos: 1) estrés, que lleva a la inmunodepresión, lo que favorece cualquier enfermedad infecciosa y consecuentemente la muerte; 2) maltrato por parte de los manejadores o encargados del cuidado de los animales.

La vida en cautiverio no sólo provoca muertes prematuras y menor esperanza de vida en relación a la vida libre, sino existencias deplorables, de enorme sufrimiento, sometimiento y control de todas las conductas, desde la captura hasta la muerte.

En términos del famoso zoólogo Desmond Morris:

“Un animal en cautiverio, sin retos, con todos sus problemas resueltos o eliminados es un travesti de la evolución. […] Hay algo biológicamente inmoral al mantener animales en encierros, donde sus patrones de comportamiento, que han tomado millones de años evolucionar, no pueden encontrar expresión”.

Eso nos hace cuestionar de manera profunda lo que el ser humano está haciendo con las especies animales, sin tener en consideración el impacto sobre las poblaciones de donde se extraen, ni el enorme sufrimiento al que son sometidos. Y en este caso para fines tan superfluos como nuestra diversión.

Al considerarlos nada más que objetos, se les ha negado su cualidad de seres con capacidad de sentir dolor, de manifestarlo de diversas formas, y de sufrir. Sabemos bien que pueden sufrir enormemente aun en ausencia de dolor. Lo mismo que los seres humanos.

Las causas de mortalidad encontradas hablan por sí solas, y los descubrimientos científicos sobre inteligencia, cognición y cultura, además de los ya amplios conocimientos biológicos de estas especies, deberían conducirnos a reconocer que, desde la perspectiva biológica, genética, y evolutiva, es mucho más lo que nos une a ellos que lo que nos separa.

De la misma forma en que se evita y prohíbe causar daño o dolor a un ser humano, basándonos en nuestra capacidad de sufrir, los mismos criterios deben ser utilizados para evitar la explotación de mamíferos marinos en especial, al igual que de otras especies silvestres.

Si bien, el animal es incapaz de reconocer el daño moral, sí lo es de sentir y de sufrir. Es decir el animal es vulnerable.

Esa vulnerabilidad debe ser el principio que nosotros, como seres capaces de destruir, dominar o compartir, deberíamos utilizar desde una perspectiva ética y de responsabilidad; despojándonos de lo que la doctora Jane Goodall alguna vez llamó “arrogancia del ser humano”.

Es esta arrogancia la que ha puesto sobre la mesa argumentos de inferioridad de los animales para someterlos y explotarlos.

Es a esto a lo que se ha llamado antropocentrismo.

Son los mismos argumentos utilizados para explotar, en base a su otredad-inferioridad, a grupos vulnerables de nuestra misma especie, como son indígenas, mujeres, niños, enfermos mentales o personas de color diferente al dominador. En pleno siglo XXI la ciencia va derrumbando, uno a uno, todos los argumentos para usar la diferencia como inferioridad y justificar la explotación.

El estudio realizado sobre la explotación de mamíferos marinos en cautiverio no es más que un ejemplo representativo, a fin de cuentas, de nuestro manejo y abuso del medio ambiente.

A través de ejemplos como éste es que llegamos a la necesidad de llevar a cabo una profunda reflexión para entender nuestro papel en el mundo y la relación que debemos establecer con las demás criaturas que habitan en él.