Deleitoso museo
Uno de los frutos del sentimiento nacionalista que surgió del movimiento revolucionario iniciado en 1910 fue el muralismo, que buscó llevar el arte al pueblo, pintando los muros de los edificios públicos. Uno de los artistas más destacados en esta corriente fue Diego Rivera, quien nació en Guanajuato en 1886; por un golpe de mala fortuna, la familia se tuvo que trasladar a la Ciudad de México, en donde cursó la primaria y obtuvo medalla de oro en dibujo.
Con una clara vocación y confrontando la decisión del padre, que quería enviarlo al Colegio Militar, a los 11 años consiguió ingresar a la Academia de San Carlos, en donde lo admitieron al advertir su talento precoz. Ahí convivió con los grandes pintores de la época, que eran también maestros, y con compañeros que llegarían a ser notables artistas.
En 1907, gracias a una beca que le otorgó el gobernador de Veracruz, Teodoro Dehesa, se fue a Europa, en donde permaneció hasta 1910, año en que regresó para exponer su primera muestra individual y participar en una colectiva que se realizó en la Academia de San Carlos para conmemorar el Centenario de la Independencia. En 1911 regresó al viejo continente y en París participó en las experimentaciones pictóricas de las vanguardias, al lado de Amadeo Modigliani, Pablo Picasso, Juan Gris y Angelina Belloff, con quien tuvo un hijo que falleció.
A su regreso en 1921, se integró al gran movimiento muralista, siendo uno de sus más destacados exponentes. Además de las obras que pintó en edificios públicos, realizó varias que le solicitaron particulares, tanto en México como en Estados Unidos. Una de ellas fue la que le encargaron para el Hotel del Prado, que se estaba construyendo en la avenida Juárez, enfrente de la Alameda, por lo que se le pidió que el tema fuera el legendario parque, de casi cuatro siglos de existencia. En 1947, Rivera inicia en el amplio salón comedor el fresco Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. En la monumental obra el artista nos hace partícipes de los recuerdos de su infancia y juventud, a través de personajes que conoció y, paralelamente, aborda pictóricamente la historia de México, representada por algunos de sus personajes más significativos.
La notable obra fue objeto de un gran escándalo ya que al develarse, se descubrió que uno de los personajes, Ignacio Ramírez, conocido como El Nigromante, sostenía una hoja que decía “Dios no existe”, Hubo manifestaciones públicas, agredieron el mural, que tuvo que ser cubierto, hasta que Diego aceptó cambiar la frase a la de “Academia de Letrán 1836”, en cuyo discurso de ingreso a dicha institución, Ramírez había mencionado esas palabras.
Durante el terremoto de 1985, el Hotel del Prado sufrió severos daños, por lo que se acordó trasladar el mural y construirle un recinto especial. Así nació el Museo Mural Diego Rivera en 1986, junto a la Plaza de la Solidaridad, que ocupa el predio adjunto a la Alameda, en donde estuvo el Hotel Regis, que se cayó por el sismo.
La construcción fue diseñada por el arquitecto José Luis Benlluire Galán y ahora, gracias a la excelente labor de limpieza y reorganización que ha llevado a cabo su actual directora, Carmen Gaitán, se puede apreciar su sobria belleza, la pureza de las lineas y la generosidad de los espacios. Apasionada y luchona, Gaitán obtuvo de Moda In Casa la donación de unos confortables y hermosos sillones, que permiten apreciar a placer el enorme y deleitoso mural, y de la delegación Cuauhtemoc, la poda de las ramas bajas de los arboles del exterior, que cubrían la vista de la fachada.
Asimismo, logró conseguir una serie de prestamos de obras magníficas, para presentar con una muy buena museografía la exposición Diego Rivera-Nacimiento de un pintor, que nos muestra sus primeros trabajos y obras de algunos de sus maestros de la Academia de San Carlos, como Santiago Rebull, José María Velazco, Félix Parra, Salomé Pina y Andrés Ríos, asi como de sus compañeros Julio Ruelas, Roberto Montenegro, Francisco Goitia, Saturnino Herrán, y Germán Gedovius, entre otros. Por vez primera se pueden ver los dibujos que realizó en una libreta, la cual lo acompañó en su primer viaje europeo.
Después de ese placer estético se impone el gastronómico, para el cual hay que cruzar la calle, al Hotel Sheraton y en el restaurante El Cardenal, iniciar la comida con unas pequeñas tortas de bacalao, en unos bolillitos crujientes horneados ahí mismo, y después lo que se le antoje de su extraordinaria cocina mexicana.