Un sueño desde la nieve
Desde la montaña mágica donde se reúnen cada invierno, los dueños del universo nos advierten sobre la probabilidad de una “crisis sistémica” (George Soros), mientras José Angel Gurría, nuestro “ciudadano del mundo”, se acuerda de nosotros y nos alerta contra el miedo, sin siquiera recordar a Roosevelt. La vida sigue su curso, ahora a la espera de que exploten las burbujas financieras y bancarias y arrastren al mundo productivo, para que se cumpla la profecía del magno especulador, discípulo de Popper y fiero crítico de la globalización a la americana.
La conseja de José Angel Gurría no evapora las certezas o casi del gobernador Guillermo Ortiz: de que nos pegan la recesión o el desacelere estadunidense nos pegan, aunque tengamos con qué capear el temporal y hasta la tormenta. Poco que ver con la consigna oficial sobre nuestro blindaje, ahora aderezado con la valentía y el gusto por el riesgo del Presidente y sus escuderos.
De cómo habrá de traducirse el blindaje macro de que se presume en fortaleza productiva y protección social, prefieren no ocuparse por ahora nuestros mandatarios económicos, aunque seguramente les queda claro que los famosos “motores” del presidente Felipe Calderón o no cuentan con suficiente gasolina o su voltaje puede no estar a la altura de lo que exigirá un receso que va del piso al subsuelo: no hay magia estadística que pueda demostrar que con tasas de crecimiento de 3.7, 3.2 o por debajo de 3 por ciento, como se empieza a prever, la economía pueda crear los empleos formales que reclama una fuerza de trabajo que crece como nunca en nuestra historia.
De esta manera, la pelea a 15 rounds a que nos invita el banquero central en efecto apenas empieza, porque lo que está en juego no son las famosas reformas que el inefable Larry Sommers vuelve a recetarnos, sino las capacidades existentes de nuestra economía política para aguantar el remezón, darle alguna protección a la gente, y ofrecerle a los trabajadores viejos y nuevos mínimas seguridades en materia de empleo. Es decir, que lo que está por verse es la voluntad política de que disponga el Estado para poner por delante la política, en especial la política económica, en pos de alguna vereda que nos permita aguantar el chaparrón sin desgarres sociales todavía más graves que los que produjo el cambio estructural desde finales del siglo, antes de la recesión anunciada.
No hay cosa más difícil que predecir el futuro, más aún cuando lo que se asoma en el escenario es una economía intensamente interconectada en la que, sin embargo, los cambios de poder y capacidad financiera que han ocurrido en los últimos 30 años son insuficientes para sustituir la demanda y el consumo estadunidenses como fuentes de dinamismo de la economía global. Muchas economías se han diversificado y aumentado sus resortes internos para encarar los shocks globales: ahí está China con su dinamismo del mercado interno, o Brasil con su soya y su portentosa geografía. Pero no puede esperarse que de ellos y otros similares (India, África del Sur, los tigres de Asia) pueda provenir una fuerza que contrarreste los efectos de la recesión estadunidense. No, al menos, sin incurrir en profundos desequilibrios sociales y financieros que pronto retroalimentarían ampliadamente la atonía en curso de volverse receso.
Las fantasías de algunos funcionarios de que podemos mirar a otro lado y vender aguacates en Seúl o Saint Germain, o transitar de la producción industrial manufacturera a la venta de servicios “modernos”, son eso y nada más; lo grave es que sus ensueños inspiran una supuesta política económica de valor y coraje ante la crisis y de fe en “los mercados”. De seguir por ahí, por el autoengaño, vamos a un túnel sin luz a la salida, dadas las circunstancias de división, encono político e injusticia social conspicua en que vivimos.
Va de cuento (navideño): para la mitad de la pelea a que nos invita Ortiz, tal vez pudiéramos cambiar de mánager y, sobre todo, de estrategias, y empezar a aprender la lección que nos han legado los que afrontan la situación con verdaderas defensas, porque se basan en acumulaciones reales, en lo social y lo productivo: que no hay en el mercado global un sucedáneo de pensar por cuenta propia; de experimentar en formas institucionales y de cooperación social congruentes con la historia nacional; de ser ortodoxos sólo en la defensa del interés nacional y fieramente heterodoxos en materia de copiar o importar recetas.
De llegar con bien al séptimo asalto, tal vez podamos aventurarnos a imaginar y hacer nuestras propias reformas, en primer término la social, cuya ausencia explica en gran medida nuestras profundas fallas políticas y la debilidad de nuestra democracia. Pero aquí no hay nieve sino polvaredas.