Usted está aquí: domingo 27 de enero de 2008 Política Bocanada de aire fresco en Atenco

Tras una larga espera, estalla el júbilo por la liberación de siete detenidos

Bocanada de aire fresco en Atenco

Los exculpados ni siquiera recibieron un “usted disculpe”, luego de sufrir meses de prisión

Blanche Petrich y Javier Salinas (Enviada y corresponsal)

Ampliar la imagen Familiares, amigos y simpatizantes del movimiento de Atenco festejan la liberación de siete detenidos, acusados de secuestro y ataques a las vías de comunicación Familiares, amigos y simpatizantes del movimiento de Atenco festejan la liberación de siete detenidos, acusados de secuestro y ataques a las vías de comunicación Foto: Víctor Camacho

Texcoco, Méx., 26 de enero. No había pasado ni 15 minutos fuera de la prisión y Cecilio Ramírez Espinosa –campesino atenquense e integrante del Frente Popular de Defensa de la Tierra (FPDT)– ya se había amarrado el paliacate rojo al cuello, sobre la camiseta azul reglamentaria de los presos y empuñaba un machete: “Así como me lo quitaron, así lo recupero, firme en la lucha por todo aquel al que dañan, por todo aquel que lo necesita. Tengo por quién seguir viviendo el buen camino: el de la lucha”.

Y sosteniendo en alto la herramienta que para los de su pueblo es todo un símbolo, miraba a sus costados, donde se apretaban sus hijos, Erik y Dánae, dos niños desvelados, envueltos en sus cobijas como enchiladas.

A su alrededor todo eran abrazos, emociones contenidas. A la una del sábado, al fin, se había escuchado el ruido del cerrojo del portón carcelario. La primera en salir fue Mariana Selvas, una chica de 24 años, estudiante de antropología, alta y guapa, que se arrojó en brazos de Rosalba Gómez, su madre.

A Rosalba, conocida como “la mamá del plantón” por su fortaleza y liderazgo, ya se le había borrado lápiz labial que se había puesto para que su marido, el doctor Guillermo Selvas, la viera guapa. Pero no necesitaba nada más que la sonrisa para resplandecer.

Cecilio, Mariana y otros cinco del grupo de presos que fueron detenidos el 3 y 4 de mayo de 2006 durante el ataque a San Salvador Atenco fueron declarados, al fin, libres de los cargos de “secuestro equiparado” y ataques a las vías de comunicación, acusados por el gobierno del estado de México.

Trinidad Ramírez del Valle, que tiene al marido Ignacio preso en Almoloya, a un hijo –Héctor– en Molino de Flores y a su hija América perseguida y prófuga, daba sentido al momento: “Este es un momento que nos levanta la moral a todos; que da aliento a nuestro movimiento. Debemos aprovecharlo para fortalecernos y seguir”.

A mediodía del viernes la noticia divulgada por los abogados Juan de Dios Hernández, Pedro Suárez y Héctor González Andonegui había empezado a tomar cuerpo. “Ahora sí”, afirmaban. A finales de octubre habían ganado “en firme” el amparo contra la acusación de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Pero contra toda lógica –salvo la del castigo a la disidencia, que tiñó y enturbió todo el proceso del caso Atenco desde el primer minuto–, el Ministerio Público recurrió el amparo y prolongó tres meses más la inevitable excarcelación.

El “ahora sí” convocó, ya por la tarde, a cientos de simpatizantes del movimiento de Atenco en el plantón que, firme, siempre acompañó a los detenidos, el primer año a orillas de la carretera de Almoloya, frente al penal de Santiaguito, y este último periodo a un costado de la cárcel de Molino de Flores, Texcoco. Se armó la fiesta y empezó la larga espera.

A las siete de la noche llegó el mensaje desde los juzgados: “Ya los están notificando”. A las nueve: “Que sólo falta por imprimir 700 hojas”. A las once: “Que ya mero”. El termómetro empezó a bajar sin piedad. Trepado en un muro, el doctor Fernando Rubí, colega de Selvas, vigilaba la reja interior por la que debían salir.

Selvas era el médico de campaña de la otra durante su recorrido a principios de 2006. Mariana, su hija, fungía como asistente. Recorrieron medio país al lado del subcomandante Marcos. Los detuvieron en Atenco con lujo de brutalidad policiaca, como a todos, entre el 3 y el 4 de mayo.

Con una acusación que al final no se sostuvo, jueces y agentes del Ministerio Público pelotearon el caso durante 20 meses. Ayer, al declararlos libres, los funcionarios no les dijeron ni siquiera el clásico “usted disculpe”.

Ese 3 y 4 de mayo –declaró al salir el doctor Selvas– “el gobierno quiso dar dos golpes: uno, parar la otra campaña; dos, el gobernador Enrique Peña Nieto, con su estúpida aspiración de ser presidente, quiso quedar bien deteniendo al subcomandante Marcos y sometiendo al FPDT, un grupo que había desafiado a Vicente Fox.” En este último intento falló.

La acusación de la procuraduría estatal, impuesta inicialmente a una treintena de presos (de los cerca de 200 detenidos originalmente), fue para Selvas “un abuso de poder de dos personajes que tienen mentes criminales: Fox y Peña Nieto”.

En Molino de Flores permanecen todavía 16 presos; dos son mujeres: Edith Rosales y Patricia Romero. Anoche debían haber salido ocho, pero enredado en el galimatías jurídico del caso quedó Oscar Hernández Pacheco, a quien, contra lo esperado, le negaron la revisión del amparo. Oscar seguirá en prisión; están además las tres líderes presas en la Palma de Almoloya, sentenciadas a 67 años de cárcel, una condena todavía apelable.

Las enseñanzas

Al calor de la emoción, Vicente García Munguía, estudiante de Tlaxcala, joven comunicador alternativo que hacía fanzines como adherente de la otra campaña, hace su balance: “Aprendí mucho, a leer, a pensar, a analizar, a ser amigo de verdad”. Él había acudido a Atenco a apoyar a la población agredida, como tantos otros. Fue detenido y torturado junto con su novia, quien también pasó largos meses en la cárcel.

Es todo un filósofo: “La libertad es (...) no sólo lo lejos que llegues con los pies, sino lo lejos que llegues con estas alas (y señala su cabeza). Eso que ya muchas veces no utilizamos por la tele y vamos dejando de ser. Eso es lo que hay que recuperar por los que vienen atrás, como ella”, y señala a la Jocelyn, su hermanita de 6 años, que de tanto sueño no sabe si reír, llorar o sentarse en un rincón a dormir. Cristina, su madre, lo mira amorosa. Para ella han terminado los días de visita, cuando gastaba los pesos que apenas tenía para llegar a las cinco de la mañana a hacer la cola del penal.

Vicente habla de lo que deja atrás, de los compañeros de causa que esta noche siguen durmiendo tras las rejas: “La despedida fue muy nostálgica. La banda se queda con un hueco de nosotros y por ellos hay que seguirle echando”.

En el mitin que se realiza en plena euforia a las dos de la madrugada es Vicente el que le pone elocuencia al mensaje de los solidarios, entre quienes destaca Angel Benhumea, el universitario que en Atenco perdió a su hijo Alexis:

“Esto, nuestra liberación, la hicieron ustedes con su mirada, con su grito, con la consigna, con la moneda en el bote, con su pregunta: ‘¿cómo están esos güeyes?’ Y se siente tan chido. ¿Cómo no decirles compas a ustedes, anarquistas, comunistas, socialistas, lo que sea, solidarios, que caminaron con nosotros como hermanos, más que eso? Neta.”

 
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