Buscan activistas detener la “invasión” de cultivos trasgénicos en el campo nacional
Llega hasta el Zócalo la caravana Sin maíz no hay país, en contra del TLCAN
Con dificultades por el tránsito citadino, se instalan activistas en la Plaza de la Constitución
Ampliar la imagen Mazorcas de diversas variedades de maíz llegaron ayer al Zócalo, adonde ayer arribó la caravana de activistas procedente de Puebla Foto: Yazmín Ortega Cortés
La caravana Sin maíz no hay país finalizó ayer tal como empezó el martes en la mañana: con un ritual poético encabezado por la actriz Jesusa Rodríguez y el antropólogo Julio Glockner, y con la colocación de una ofrenda en honor de Oméotl, la máxima deidad mesoamericana, para solicitarle que apoye la lucha del pueblo de México por la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y se detenga la invasión del maíz trasgénico estadunidense.
Así culminó la travesía de poco más de 300 kilómetros, iniciada por un puñado de entusiastas en la cueva donde en 1966 fueron encontrados los elotes más antiguos que se conocen en el mundo –datan aproximadamente de hace 8 mil años–, y que a lo largo de la semana sembró un camino de maíz desde el sur del estado de Puebla hasta la “ciudad deportiva” de Xochimilco, donde se llevó a cabo el último mitin antes del Zócalo.
Los caravaneros despertaron ayer muy temprano, rodeados de un portentoso bosque enano de nopales, en la mera villa de Milpa Alta, y pasadas las nueve de la mañana partieron a Xochimilco. Allí, sin entrar al corazón de esa abigarrada comunidad, donde el tráfico es cada vez más denso, efectuaron un breve acto y sembraron maíz de Cholula cerca de las canchas deportivas, para dirigirse de inmediato al estadio Azteca.
En la explanada del Coloso de Santa Úrsula los aguardaban algunos miembros de la organización ciudadana Resistencia Creativa, que Jesusa Rodríguez fundó en el Zócalo durante el plantón del verano de 2006, y que desde entonces se reúne domingo a domingo en el Hemiciclo a Juárez.
Rumbo al Centro
Una vez que los automóviles y camionetas integraron una larga hilera de vehículos, al frente de los cuales se colocó la camioneta que llevaba a bordo todas las muestras de maíz que la gente le regaló a la caravana desde los alrededores de Tehuacán, Puebla, hasta Xochimilco, el cortejo se puso en marcha hacia su destino final: el Zócalo.
Sin embargo, la entrada a ese mar de asfalto en el que desembocan los ríos de todas las luchas políticas del país, en esta ocasión resultó anticlimática porque la plancha continúa ocupada, en una inmensa porción central, por el gigantesco adefesio del Museo Nómada, que por fuera es definitivamente espantoso, aunque por dentro contiene bellezas que, a decir de quienes ya las vieron, son apabullantes. Y con la ventaja adicional de que la entrada es gratuita.
O dicho de otro modo: había colas interminables de espectadores tostándose al rayo del sol matutino de enero, que avanzaban a paso de tortuga hacia el recinto de bambú y formaban una serpiente de incontables metros de longitud enroscada sobre sí misma.
En el espacio restante, que corresponde a la otra mitad de la plancha, pero que ante la estatura descomunal del museo parece minúsculo, había un diminuto escenario donde artistas de diversas disciplinas se turnaban para alegrar los trabajos del Foro Social Mundial, capítulo México.
Muestra de semillas
Y fue en esa tarima, ornamentada con pinturas en las que se empeñaron durante días grafiteros anónimos, donde terminaron su viaje las semillas de distintas variedades de maíz amarillo, rojo, blanco, azul, negro, pinto y cacahuazintle, así como la mazorca cuatera que una señora le regaló el viernes a Jesusa, y que tiene poderes medicinales. Y, por supuesto, las doradas hojas de elote y las tortillas, un poquito tiesas ya algunas, que los campesinos de Puebla y el estado de México donaron para la ofrenda que ayer quedó sobre la parte posterior del escenario, por desgracia muy lejos de la vista del público.
Pero tal como se hizo el martes en la gruta de Coxcatlán, aquí también se pidió a los presentes que trataran de concentrarse en la energía primigenia del maíz, sin hacer caso del escándalo ensordecedor del Zócalo, y poco más tarde Jesusa invitó a los presentes a repetir el verso del poeta Ak Abal, que a la letra dice: “Nuestro maíz morirá el día que muera el sol”. Palabras que, de nueva cuenta, obraron el efecto de liberar la angustia de quienes terminaron gritándolas a todo pulmón.