Penultimátum
Tres tras la Casa Blanca
Ninguno de los dos ha sido señalado de ser “un peligro para Estados Unidos”, pero tanto Rudolph Giuliani, del Partido Republicano, como Hillary Clinton, del Demócrata, sufren los embates de los grupos ultras a medida que toma vuelo la campaña para elegir a quienes disputarán la elección presidencial de noviembre próximo. Por ejemplo, en varias páginas de Internet preguntan sobre las inclinaciones sexuales del ex alcalde de Nueva York. En uno de los sitios hay fotos y un video de Giuliani vestido de mujer. También le desempolvan declaraciones en las que sostiene que “cada quien es libre de elegir a la persona con quien compartirá el resto de su vida”. Y de remate, destacan la presencia constante en su vida pública y privada de Howard Koeppel y Mark Hsiao, dos homosexuales muy apreciados en Nueva York.
Las páginas no hacen en cambio referencia a las muestras de tolerancia que el ex alcalde (elegido por la revista Time como “La persona del año 2001” por su notable actuación los días posteriores al 11 de septiembre) siempre ha dado hacia quienes tienen preferencia por personas de su mismo sexo. Para él, la sociedad no debe intervenir ni condenar en este campo. También, ha repetido hasta el cansancio que el ser humano debe buscar la felicidad en sus relaciones de pareja. En esa tarea, predica con el ejemplo: se ha casado en tres ocasiones, tiene dos hijos y no presume de fidelidad.
Menos mal le va a Hillary, la senadora que aspira a convertirse en la primera presidenta del vecino país. Periódicamente se reaviva en cierta prensa estadunidense el rumor de que es lesbiana. Por enésima vez la señora Clinton sale al paso del rumor y lo desmiente. En la revista The Advocate, dirigida al público homosexual, precisó: “La gente dice un montón de cosas sobre mí, así que realmente ya no les presto atención. De peores asuntos me acusarán los que están acostumbrados a resolver la lucha democrática de mala manera”.
De la guerra sucia no escapa el contrincante más importante de la señora Clinton dentro de su partido, Barack Obama. En el sur del país, se distribuyen anónimos donde se advierte sobre el color de su piel y tener entre sus apellidos un Hussein, lo que equivale casi a demonio para los grupos ultra. Pero no se atreven a descalificarlo en los medios de comunicación. Porque el racismo es mal visto en público, pero se ejerce en privado.
En cambio, en las campañas de descrédito no se cita a quien hace 10 años ocupó la atención mundial: Monica Lewinsky, la ex becaria que tuvo encuentros sexuales furtivos con el presidente Clinton en la oficina oval de la Casa Blanca. El asunto lo destapó el 17 de enero de 1998 el semanario Newsweek y lo confirmó un día después el Washington Post. Un año más tarde, Clinton era cuestionado y juzgado en el Congreso. No por adúltero, sino por mentiroso. Cerrado legalmente el caso, Monica escribió un libro con su historia, se presentó algunas veces en la televisión, fue la imagen de dietas para adelgazar, se graduó en Londres. Y se casó. Hoy huye de lo que pueda perjudicar la carrera política de los Clinton.