Usted está aquí: jueves 24 de enero de 2008 Opinión Fayuca, Teatro de Contrabando

Olga Harmony/ I

Fayuca, Teatro de Contrabando

Enmarcado en el proyecto general llamado Iberescena –que pretende poner en contacto a los teatros de habla hispana y portuguesa– pero con independencia de éste, el Centro Cultural Helénico, a cuya cabeza está Luis Mario Moncada, programó un Festival Internacional de Teatro al que le puso el curioso título que encabeza este artículo para mostrar que se pueden realizar este tipo de encuentros sin intermediarios, con obras que no requieran un gran aparato escenográfico y de producción. El gran esfuerzo que realizó el Helénico para conjuntar y traer varios grupos (el mexicano Las chicas del 3 1/2 Floppies de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio bajo la dirección de John Tiffany con ese mismo reparto ya ha tenido representaciones en variados espacios) tuvo apoyo de varias instituciones y de productores asociados como Carlos López Jiménez, Anna Ciochetti y el Circo Raus, AC, y en el que no sólo se presentarán algunas obras, sino que se impartirán talleres. Aunque enfocado al teatro hispanohablante, logró colar en una verdadera acción fayuquera, al Luna Theatre de Moscú con un performance basado en Romeo y Julieta de Shakespeare dirigido por Lilia Abadzhieva y que obtuvo los premios al mejor espectáculo y mejor actor en el Festival Internacional de Teatro Experimental de El Cairo.

El montaje resulta un tanto desconcertante al presentarse como algo de vanguardia en momentos en que las vanguardias han envejecido totalmente sin posibilidades de cirugía plástica y nos recuerda mucho de lo que se hacía hace treinta años (alguien por allí habló de moda “retro”). Si superamos la sensación de dejá vu y las dificultades del idioma sin los subtítulos de traducción, nos encontramos con un espectáculo muy interesante que opone el amor romántico de los protagonistas shakespereanos (aunque según me dijo Armando Partida que ostenta un premio Pushkin de traducción del ruso, lo mismo hablan de cosas cotidianas que emiten vocablos sin sentido, de allí la oposición del grupo a que fuera subtitulado) a los avatares de la vida conyugal, marcada esta diferencia por la música y el vestuario utilizado en estas dos vertientes. El performance se alarga mucho en el momento final bajo la lluvia que ya barrió sangre y lágrimas y que no tiene razón de ser tras el fin de la historia que se nos cuenta. A pesar de estos reparos, se debe decir que el grupo es excelente, con gran entrenamiento corporal y una gran capacidad de transcurrir de la farsa más desatada a los momentos muy sentimentales y en el que sobresale el formidable actor que interpreta a Julieta.

La segunda escenificación que se nos presentó corrió a cargo del Teatro San Martín de Caracas con la obra Passport de Gustavo Ott dirigida por Luis Domingo González y con la participación de María Brito, que encarna a la protagonista, Daniel Villegas interpretando a un oficial y Verónica Arellano que se desempeña como una soldado. El texto circular no ubica tiempo ni lugar y tiene, además de la influencia kafkiana que asienta el programa de mano, una fuerte carga política y social en contra del militarismo y la tortura, el temor al extranjero y sobre todo en contra de la falta de comunicación a través siquiera del lenguaje, lo que puede ocurrir incluso entre conciudadanos en países divididos ideológicamente. La acción transcurre desde un punto que puede resultar cómico entre lo que la mujer dice y entiende y lo que dicen y entienden sus captores, el falso entendimiento entre las dos féminas casi al final, hasta la sevicia contra un pobre ser inocente al que, por no comprender su idioma, se acusa falsamente de terrorista.

El director acentúa este último elemento, de un texto que permite varias lecturas, al detener la acción –con un cenital debido al iluminador Roger Quilaruque– en escenas de tortura (la mujer torturada uncida a un collar de perro que tiene una correa sostenida por la soldado, la soldado saludando a una posible cámara con un pie en la derribada mujer, la capucha en la torturada con los brazos extendidos) que reproducen las terribles fotografías de los soldados estadunidenses y sus prisioneros iraquíes en el centro de Abu Gharib que dieron la vuelta al mundo. El trazo escénico es muy limpio y certero, apoyado por la música de Alfonso Ramírez y el iluminador, y certero y las actuaciones resultan muy convincentes.

 
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