Usted está aquí: jueves 24 de enero de 2008 Opinión Una exposición y el regreso a los orígenes

Soledad Loaeza

Una exposición y el regreso a los orígenes

El fin de año y el comienzo de uno nuevo son oportunidad para sustraerse a rutinas por definición agobiantes; el arte centuplica el efecto reparador de este movimiento, de ahí que las visitas a museos sean un buen programa para extender las vacaciones más allá de los plazos que fija el calendario. La sensación pacificadora y gratificante que produce la belleza es un buen augurio cuando está tan al alcance de la mano como la exposición Ashes and Snow, que se inauguró en el Zócalo de la ciudad de México la semana pasada.

Hay que agradecer a Marcelo Ebrard que nos haya devuelto la plaza que sus predecesores inmediatos habían expropiado en beneficio del PRD y, peor todavía, del lopezobradorismo. Esa plancha gigantesca en la que cabemos todos los mexicanos se había convertido en el patio privado de una corriente política que no se distingue ni por la serenidad ni por la cortesía. La pista de hielo que durante el mes de diciembre pudieron disfrutar muchos habitantes de la ciudad fue una primera muestra de que el gobierno de la ciudad reconoce que el Zócalo es de todos y que no necesitamos pasaporte ni credencial de partido para llegar a ella.

En estos días hemos podido recuperar ese espacio y asociarlo con experiencias estéticas compartidas gracias a la exposición de arte fotográfico e instalaciones de películas de Gregory Colbert, que alberga una admirable estructura de bambú que cubre una superficie de más de 5 mil metros cuadrados, el Museo Nómada, que diseñó y puso en pie el arquitecto colombiano Simón Vélez.

Al entrar a la penumbra de ese fabuloso recinto se impone una atmósfera de paz que respeta la multitud. Nada más esta disposición de los miles de personas que recorren las naves del museo habla del éxito de la combinación de Colbert y de Vélez.

Cincuenta fotografías de grandes dimensiones en color sepia y un video de una hora de duración crean un espectáculo de imágenes inesperadas de convivencia armoniosa y casi fraterna entre niños pequeñitos y elefantes enormes, o de mujeres que se acompañan de animales feroces, como aquella que vestida de blanco baila indiferente a la presencia inquieta de un grupo de hienas o la que recorre un pasillo de columnas antiguas, cobijada por las alas extensas de un águila que se imagina imperial.

Esta obra es el resultado del paciente trabajo de 17 años de Colbert en Birmania, Egipto, India y Namibia durante los cuales el artista se dispuso capturar escenas que nos remiten a los orígenes remotísimos de la humanidad.

Uno imagina al artista esperando durante horas la toma perfecta, la exactitud del encuentro entre la confianza del niño que se apoya en la erecta seriedad de la pantera, la danza acuática del elefante que no salpica, la cheetah que se pasea con la estudiada displicencia de Naomi Campbell en una pasarela de modas en Milán, el baile submarino de las ballenas que cantan en el silencio sepulcral de aguas eternas, la conversación telepática entre el paquidermo y la niña –que bien hubiera podido ocurrir en el Arca de Noé–. Todo esto evoca la Creación como nos fue relatada en la infancia. En cambio nunca habíamos imaginado que los ángeles de la guarda podían tener patas de elefante, que los caracoles de mar den sabios consejos o que los chimpancés puedan mover los brazos con la gracia de una prima ballerina.

Las imágenes de Colbert que enmarca la estructura de Vélez nos introducen a un mundo arcaico, inocente y limpio, que es más pasmoso todavía porque se muestra recuperable. De ahí que la exposición sea un mensaje de futuro que alimenta el optimismo; de ahí probablemente la serenidad, que también inspira el ánimo de reconciliación entre la humanidad y la naturaleza que se desprende de la exhibición y que sumerge en el olvido las agresiones que hemos cometido, y cometemos diariamente, contra el medio ambiente.

Ashes and Snow en el Museo Nómada crea un mundo mágico en el corazón de la ciudad de México, nos ofrece una experiencia íntima que es también colectiva.

La exposición en el Zócalo parece formar parte de un amplio programa del gobierno de la ciudad para amistarse con todos sus habitantes. De la misma manera puede interpretarse la decisión de resolver los problemas de tráfico del Distrito Federal ya no con la construcción de segundos pisos, sino con un muy bienvenido programa de ampliación del transporte público que habrá de extender la red del metro y del metrobús para aliviar el tráfico.

Muchos dicen que Ebrard está movido por la ambición de ser Presidente de la República; puede ser, pero si se trata de escoger entre los elefantes de Gregory Colbert y los de López Obrador, la decisión es obvia.

 
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