Secuestrados
El pasado 13 de enero, en una playa del Chocó, en el Pacífico colombiano, un comando de las FARC interceptó a un grupo de 16 vacacionistas y secuestró a seis de ellos: el pintor y hotelero César Hoyos Benítez, el veterinario Hernando Martínez Rodríguez, el estudiante Jorge Alejandro Torres Hoyos, el comerciante José Arnulfo Rodríguez Barrera, el físico-matemático Alf onshuus Niño y la bióloga Ana María Aldana Serrano; los dos últimos, marido y mujer, son profesores de la Universidad de Los Andes, en Bogotá. A decir de un juez local que formaba parte del grupo y que no fue capturado, los guerrilleros “parecían muy asustados”.
El capitán Benjamín Calle, comandante de la Brigada Fluvial de Infantería a cargo de la vigilancia de la zona, regañó a los secuestrados por haber abordado una lancha que “no cumplió con ningún requisito para salir” y por no haber informado a la Armada de su recorrido. El gobierno emprendió un intenso despliegue militar por agua, tierra y aire: “la zona es sobrevolada por aeronaves de inteligencia, reconocimiento y ataque, así como por helicópteros dotados con tecnología de punta, que realizan la búsqueda en la espesa selva que cubre la zona aledaña; en las operaciones también participan unidades de la policía, la armada nacional y el ejército, con el fin de dar con los plagiados y sus secuestradores”. Adicionalmente, las autoridades ofrecieron una recompensa de 26 mil dólares a quien proporcione información sobre la ruta que llevan los insurgentes y sus víctimas.
Nada se puede esperar de un grupo de guerrilleros asustados y de sus dirigentes. Los primeros estarán mucho más ariscos ahora, gracias al impresionante despliegue ordenado por el presidente Álvaro Uribe, y menos dispuestos que nunca a soltar a sus cautivos; los segundos decidieron hace tiempo que las vidas de inocentes son fichas canjeables y sacrificables en aras de un objetivo superior que a estas alturas ya no queda nada claro. Colombia está en guerra y las guerras son así: los estados mayores efectúan sus cálculos trascendentes y les importa un rábano si en el camino se le destruye la vida a un pintor desempleado que soñaba con volver hotel una vieja residencia a orillas del Pacífico, a un muchacho de 19 años que acaba de ingresar a la carrera de Ingeniería de Sistemas, a un veterinario que recoge perros sin dueño o a una joven pareja de científicos que, hasta donde se sabe, pasaba hasta hace ocho días por un momento razonablemente feliz.
Con una irresponsabilidad estremecedora, algunos medios informativos colombianos, como Canal Caracol y El Tiempo, se refirieron a Onshuus Niño como “extranjero” o como “noruego”, pese a que el matemático, si bien posee doble nacionalidad, es colombiano de nacimiento. Pero un europeo secuestrado no sólo vale más puntos que un nacional en el póquer de las FARC, sino que también permite vender mejor las noticias del día.
En cuanto a Uribe, los acontecimientos recientes han confirmado que no le interesa la liberación de los rehenes de la guerrilla: lo ideal para el régimen es que se mueran, ya sea en un operativo de rescate o en manos de sus captores. De esa manera, calcula el presidente, crecerá el repudio a las FARC y prosperará el negocio principal de su gobierno, que es el Plan Colombia y la contrainsurgencia como política de Estado.
Autoridades e insurgencia se acusan mutuamente de mantener vínculos con el negocio de la droga. Es posible que el conflicto armado colombiano sea, entre otras cosas, una fase superior de los tradicionales enfrentamientos entre cárteles; narcoguerrilla contra narcopresidente. Ese cruce de acusaciones, en la circunstancia actual de las víctimas del conflicto –los secuestrados y de sus familiares, los desplazados por el conflicto, los colombianos que viven en la zozobra– es lo de menos: Colombia está en guerra y lo que da legitimidad a los protagonistas de las guerras, en tanto que fuerzas beligerantes, no es la pulcritud moral, sino el poder real sobre el terreno. Esa premisa es la base indispensable para iniciar, lo antes posible, una negociación de paz pertinente y necesaria que incluya, entre sus primeros objetivos, la libertad de todos los secuestrados. Esta reflexión le debe mucho a Pedro Poitevin, aunque él no la comparta, y se le agradece.