En defensa de El Nivel
Un paréntesis, una tregua, en nuestras adicciones por la realidad, para levantar la defensa de ese espacio histórico-anímico que la barbarie académica hoy ha violentado al desaparecer la cantina El Nivel, licencia número uno de este giro de establecimiento mercantil que existía desde 1856 en la esquina de la plaza mayor, a un lado de Palacio Nacional, donde plomeros, albañiles y yeseros libaron con Benito Juárez, Riva Palacio, así como con villistas, zapatistas, carrancistas, maderistas, los de la Ciudadela, reyistas, con José Vasconcelos, Diego Rivera, Siqueiros, estudiantes y maestros de San Carlos y San Ildefonso, de la Facultad de Medicina, comunistas, espías, curas sin sotana, los universitarios del 29, los del 68, cargadores, comunicadores, extranjeros en busca de nuestra cultura y raíces, periodistas y escritores, poetas, pintores de muchas técnicas, los locos de la plaza, gendarmes...
Tan importante como Palacio Nacional es la existencia de El Nivel, pues como espacio vivo demostró que una cantina puede trascender los cambios políticos, los esquemas ideológicos y que es por esencia una tribuna para el intercambio de existencias, condiciones y pensamientos.
Ahora, tras un largo litigio de la UNAM contra los dueños transitorios de la cantina más antigua de la ciudad de México, la universidad la cierra con el mismo ánimo que los españoles construyeron la catedral encima del Templo Mayor azteca o las iglesias sobre las pirámides en demostración de dominio. Aparentemente, sería el triunfo de la ciencia, la academia y el conocimiento sobre el vicio y las inclinaciones alcohólicas, pero en el fondo es un acto de barbarie contra un pedazo de historia viva que hacía de esa esquina y de la plaza en su conjunto algo mucho más profundo que un museo o una galería, pues el lugar recogía a sus parroquianos como la extensión de todos a los que sirvió. De un día para otro, por decisión jurídico-administrativa, El Nivel no existe más, víctima de una visión parcial de la recuperación del Centro Histórico. Aquí cabe recordar que fueron la UNAM y los gobiernos los principales responsables del deterioro del Centro Histórico cuando la universidad se trasladó a Ciudad Universitaria a principios de los años 50. La universidad tiene gran responsabilidad en esto, ya que el traslado casi total, aunque progresivo, hizo desaparecer las casas de estudiantes y huéspedes, cafés, restaurantes y librerías que daban servicio a la comunidad universitaria. Luego de 1968 desapareció la preparatoria de San Ildefonso y previamente la Facultad de Medicina en Santo Domingo. Las librerías de viejo, aún existentes, y las imprentas, así como las viejas cantinas que sobrevivieron, son un vestigio vivo de lo que albergó el Centro Histórico y que hoy sólo se ve importante como arquitectura, no como espacio vital ni cuna de los contemporáneos.
Rescatar El Nivel como cantina es una responsabilidad que recae en los parroquianos que hemos pasado por ella, pero también de los universitarios y de la misma autoridad del Centro Histórico, encabezada por Alejandra Moreno Toscano, quien frente a sus esfuerzos por dotar de vida el cuadrante céntrico y unir vida cotidiana con majestuosidad arquitectónica ha recibido por igual el golpe de la visión aséptica y museográfica de rescate de lo material, sin vida propia, y, desde luego, de los intereses inmobiliarios.
Defender El Nivel como cantina es defender una visión del Centro Histórico que efectivamente llene el vacío que dejó la UNAM hace varias décadas y que se llenó por el comercio ambulante de fayuca, que construyó también su propia cultura.
La desaparición de este espacio, junto con las leyes contra los fumadores, bajo el espíritu cero tolerancia de Giuliani, comprado como la visión ordenadora, son golpes a la ciudad y los espacios públicos que construyó la sociedad, en los cuales, ante la debilidad de los partidos y las organizaciones políticas, se debaten el presente y las opciones personales, sentimentales e ideológicas.
El perfil de estas decisiones no muestra una visión progresista ni sensible a lo que sucede en la sociedad, ni siquiera conservacionista, sino que se inspira en un funcionalismo pretendidamente moderno. Bajo el argumento de tutelar la salud de los ciudadanos se cierra el camino a lo permitido y real para abrirlo a actividades dañinas.
La clausura de El Nivel es parte de una época donde en nombre del ser progresista se toman las peores decisiones capitalistas, conservadoras y antisociales. Son tiempos del crimen perfecto, donde en nombre de la izquierda se promueve el transporte privado sobre el público, se trabaja para el capital inmobiliario, se reubica a la economía informal y se entrega la ciudad a los grandes comerciantes; se hace de la política social nuevas estructuras clientelares bajo una visión filantrópica, sin promover cambios en la estructura económica injusta.