La diáspora que causó Israel
Palestinos, “ilegales” en su tierra
Francois Xavier Chaunier y Gloria Muñoz Ramírez. Hebrón, Cisjordania. La cosecha de olivas es un reto anual para los campesinos palestinos. Aquí no se trata de sacudir los árboles y recibir el fruto, sino de poner el cuerpo como escudo ante la furia de los perros y las piedras que lanzan los colonos de Israel instalados en esta zona. “Ellos” —los colonos— “quieren que nos cansemos de tanta agresión y abandonemos estas tierras, pero no tenemos más, así es que aquí permanecemos”, advierte Jaid, campesino que organiza brigadas de internacionalistas que acompañan a los palestinos a la cosecha. “A veces” —explica— “los colonos se detienen cuando ven la presencia de observadores extranjeros, ya que no les conviene la imagen pública de sus agresiones”.
El otoño pasado, cerca de la colonia Karme Zur, un grupo de campesinos fue a recoger sus olivas en compañía de una brigada de franceses. En este caso, la opinión pública poco importó a los agresores, pues en el camino fueron agredidos con piedras lanzadas por los colonos israelíes y asaltados por sus perros. Los acompañantes pidieron el auxilio del ejército de Israel, quien, cómplice de los colonos, tardó en llegar y en parar la agresión. La cosecha de cualquier forma se suspendió, pues si el grupo hubiera intentado adentrarse al campo, el ejército no garantizaba su seguridad. En las semanas siguientes la historia se repitió. En resumen: los campesinos palestinos no pueden cosechar sus olivas en sus propias tierras.
Se trata, explica Jaid, “de que nos cansemos y abandonemos las tierras, pues hay una ley israelí que advierte que si las tierras no son cultivadas durante cinco años, pueden ser requisadas por el Estado. ¿Pero, cómo vamos a trabajarlas si, además de las agresiones, cuando los campos se encuentran cerca del muro tenemos que sacar un permiso especial que otorga Israel, autorización que, por supuesto, muchas veces no llega”.
Las colonias de la zona de Hebrón se caracterizan por ser algunas de las más extremistas de Cisjordania (Kharsina, Asfar, Adora, Otni’el, Karme zur, y Qyriat Arba). Aquí, además de las agresiones directas, los colonos también destruyen los árboles o roban las olivas de los campos, principalmente los que, con la construcción del muro en el 2002, quedaron “del otro lado”.
Fatima, la mamá de Jaid, tiene 85 años. Sube a los campos en la parte trasera de una camioneta que atraviesa grandes colinas empedradas. Llega al campo de olivas y, literalmente, se derrumba frente al primer árbol. Extiende entonces su falda y con una gran sonrisa empieza a recoger, una por una, las olivas regadas en la tierra. Es una mujer campesina, es palestina y no pierde la esperanza.
Belén, Cisjordania. “En todos los países todos viven juntos, sólo Israel quiere un Estado para los judíos. Vivimos en un régimen de apartheid, pero esto tiene que terminar. Es un asunto de tiempo. ¿Qué de dónde viene mi optimismo? Los refugiados no tenemos más elección que la esperanza”, dice Atallah Salem, del Centro de información sobre la residencia palestina y los derechos de los refugiados Badil, con sede en Belén.
El cambio para Palestina, dice, “no vendrá de los gobiernos ni de las conferencias internacionales, vendrá de abajo, del pueblo, por eso se trata de mantenerlo informado sobre sus derechos, pues un pueblo informado puede generar presión a su gobierno para que las cosas cambien”. En Palestina, insiste, “no se puede perder la esperanza, sencillamente porque no tenemos opción”.
Actualmente, según las estadísticas del centro de información Badil, existen cerca de 8 millones de refugiados palestinos en todo el mundo. “Palestina es el país con más refugiados y con más años en el refugio en todo el planeta”, señala Atallah. Es, también, el pueblo que ha enfrentado la ocupación y destrucción de su territorio más larga en toda la historia contemporánea.
“En todas las negociaciones que se han dado hasta el momento” —explica— “Israel utiliza el derecho al retorno generando miedo, como si se tratara de una gran invasión de palestinos. Para ellos el retorno significa la destrucción de Israel, o al menos así quieren mostrarlo, aunque saben perfectamente que no es cierto”.
Entrevistado en sus oficinas, ubicadas en el centro de Belén, Atallah explica que el asunto de los refugiados es también un problema jurídico, pues ellos cuentan aún con los documentos de propiedad de sus tierras, lo que hace del derecho colectivo al retorno, también un derecho individual. “Son sus tierras y no tienen por qué abandonar la idea de regresar a ellas”.
En 1948, una resolución de la ONU permitió la creación del Estado de Israel sobre tierras palestinas, lo que originó una serie de eventos violentos que obligaron al desplazamiento masivo de los palestinos. La masacre de más de 100 hombres, mujeres y niños en el pueblo palestino de Deir Yassin, en abril de 1948, generó el pánico suficiente para lograr que los palestinos huyeran de sus pueblos, quedando sus casas, propiedades y tierras bajo el control israelí. Posteriormente, durante la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel ocupó toda Palestina, las mesetas sirias del Golán y el Sinaí egipcio. Por si fuera poco, a partir de la Segunda Intifada, que inició en el 2000, Israel decidió construir un muro por supuestas razones de seguridad, que en realidad le permite asfixiar a la comunidad palestina y quedarse con más territorio. Israel no sólo necesita las tierras, quiere a los palestinos fuera de ellas.
Cuando se habla de los refugiados no sólo se deben mencionar los desplazados por las guerras de 1948 y 1967, años en los que decenas de miles fueron echados de sus tierras por los órganos militares y paramilitares del movimiento sionista, con el apoyo militar y político británico y estadunidense. Hablar de refugiados hoy significa referirse a los que cada día son asfixiados, masacrados y pisoteados en los campos y fuera de ellos.
Actualmente, de cada tres refugiados en el mundo, uno es palestino. A partir del año 2000, con la construcción del muro, se generaron 400 mil refugiados más en sólo 7 años, “y para cuando los israelíes terminen el muro esta cifra se incrementará significativamente”.
“Durante sesenta años los refugiados se han agotado varias veces, pero luego surgen las Intifada. Hay momentos de reposo, pero no de rendición. No hay persona refugiada que pueda abandonar sus derechos por una razón muy sencilla: no tiene otra opción. La solución de quedarse a vivir fuera de sus tierras es, definitivamente, inconcebible”, advierte Atallah Salem.