Por el ruedo los de Carranco
En tarde fría y desapacible apareció en el redondel un torito de Garfias, bravo al caballo del rejoneador Gastón Santos con recorrido y un son ideal. Lo que le permitió al torero de San Luis Potosí, jugar al toro, templarlo en una vuelta al ruedo y alegrarnos la tarde. Gracias a la movilidad del burel y la madurez que ha alcanzado el joven rejoneador. Para los restos del astado se concedió un merecido arrastre lento.
En la corrida con los toreros de a pie, los novillos de Carranco, desiguales de presentación, debieron de haber regresado a toriles todos ellos. No es posible que en la México se corrieran novillines que se venían al ruedo a los intentos de los matadores de realizar el toreo. Desde que saltaban al ruedo, cojeaban, se caían y en ocasiones se acostaban desfallecidos. Uno de ellos, el tercero que correspondía a Ignacio Garibay recibió un piquetito y derribó al caballo ¡que no puede ser! Mas el torillo, eso sí, tenía clase y una bondad infinita. El torito soñado y lo aprovechó Garibay desplegando la fantasía capotera que lleva dentro; verónicas, chicuelinas, tafalleras que calentaron el coso. Siguió con tandas de redondos y pases naturales, muy relajado, muy dueño de sí y se hizo uno con los cabales que le otorgaron una oreja y el juez arrastre lento. Total cada quien ve la corrida que puede. Ya caliente el torero, la hizo de fisioterapeuta en su segundo enemigo al que consintió, toreó entre algodones y los cabales le otorgamos otra oreja en tarde triunfal.
Ignacio Garibay consiguió que ciertos acomodos sensitivos se hallasen en relación directa con él. Máxime cuando llegó a esa relajación el que le permitían la bondad y dulzura de los toritos de Carranco, al realizar el toreo esencial, dueño ya de una madurez y un sitio.